Nunca me interesó ser cartero, pero tengo una
especial inclinación por las cartas. Siempre me divirtió leerlas y escribirlas.
De hecho, no imagino un mundo sin correo, destinatarios y remitentes, aunque sea
de manera virtual.
***
Y soy incapaz de hacerlo porque mi vida, en mayor o
menor medida, ha estado ligada a las cartas. Por ejemplo, como escritor envío
regularmente mis ficciones (cuentos, novelas, obras de teatro) a diferentes
concursos literarios. Eso implica colocar todo prolijamente en un sobre,
escribir a mano el destinatario, acercarme hasta el correo y ver cómo colocan
la estampilla.
También tengo la costumbre de escribir largos
correos electrónicos sobre mi vida a viejos amigos que viven lejos y no veo
hace tiempo. Hay quienes prefieren hablar por teléfono, chatear o enviar audios
de Whatsapp. Yo disfruto de narrar
mis últimas aventuras por escrito y esperar, con suerte, una respuesta que
comience una conversación de textos largos.
¿Y acaso llevar este blog de vicios personales –o
escribir para espacios como Alta
Peli– no es otra forma de escribir una carta universal para muchos
lectores anónimos en Internet… cartas que se van expandiendo y retroalimentando
con diversas lecturas, likes, compartidas y comentarios?
Hay algo de impaciencia, de sospecha, de
desconfianza en el hecho de redactar unas líneas que luego viajarán (física o
electrónicamente) por otras manos. Una vez tirada la carta al buzón, está a
merced del azar. Una vez colocado un comentario en Facebook, o una reseña en un
blog, no sabemos hasta dónde puede llegar, a quién puede movilizar, alegrar o
(¿por qué no?) irritar.
La intimidad
de las cartas
Y es que documentar nuestros pensamientos en
cualquier tipo texto que se enviará al mundo es legar una parte de nuestra
intimidad. Cualquier ruptura de ésta es una catástrofe.
La carta en su formato más tradicional –y todos los
elementos que la componen– está estrechamente ligada al secreto, no sólo por su
contenido textual, sino también por las características propias del elemento.
Para empezar: está pegada, cerrada. ¿Hay algo más
íntimo que humedecer un sobre con nuestra propia saliva para sellarlo? Nuestros
correos electrónicos también están protegidos por contraseñas que sólo nosotros
conocemos.
En efecto, la carta está herméticamente sellada.
Una elección de palabras que no es casual. “Hermético” viene de Hermes, el mensajero
de los dioses en la mitología griega. Era el intérprete que cruzaba fronteras,
que unía mundos. “Sello” procede de sigilo,
es decir: secreto, silencio, ocultamiento.
Un sobre envuelve (en inglés un sobre es un enveloppe) a algo que buscamos proteger
de la vista pública. Quien se encarga de escribir cartas modelos en cualquier negocio
es llamado “secretario”: el guardián de los secretos.
Cartas como
género literario
En la literatura, el
género epistolar es el que mejor se ajusta a la experiencia de cierto tipo
de lectores más activos, “detectivescos” si se quiere. Recordemos que fue el
género policial el primero en poner en el rol central al lector, interpelándolo
y haciéndolo participar activamente de la narración… poniendo a prueba su
inteligencia.
Este
cuento es uno de los que más me enorgullece. En Implacablemente suyo, un desesperado paciente escribe una serie de
cartas a su doctor para recibir la ayuda que él le prometió.
El relato es un descenso a la locura en la mismo
sintonía de la canción Stan, de Eminem.
Obtuvo el 2° premio en el 1° Certamen literario “Dr. Juan Atilio Bramuglia” y
fue publicado en diversas páginas web como Axxón, celebrada revista digital de
ciencia ficción, terror y fantasía.
La novela llamada “epistolar” es aquella cuya trama
avanza en forma de cartas (epístolas) enviadas o recibidas por los personajes
de la misma. También suele incluir entradas de diarios, noticias y –hoy en día–
e-mails y hasta entradas en blogs.
Este estilo puede lograr impactantes efectos de
realismo en una historia, ya que imita de forma muy similar a la vida real. Es
un recurso diferente para utilizar a un narrador testigo o perpetrar en
distintos puntos de vista. El primer ejemplo español de una novela epistolar fue Proceso de cartas de amores (1553) de Juan de Segura.
Los Beatles
tienen varias canciones epistolares como “P.S. I Love You”. Algunos, incluso,
han teorizado que toda la saga de Star
Trek podría ser un gran género epistolar, considerando que los
protagonistas frecuentemente están ingresando notas en sus Diarios de Viaje.
Novelas con este especial procedimiento narrativo
permiten cierto tipo de análisis psicológico. Fue utilizada mucho por los
románticos (tenemos Lady Susan de Jane Austen o algunas historias de Goethe), aunque es un género más
asociado al siglo XIX.
Obras clásicas como Frankenstein o el eterno Prometeo
(Mary Shelley, 1818) y Drácula (Bram
Stoker, 1897) quizás sean las más famosas novelas escritas en este formato.
En la era contemporánea tenemos la primera obra de
ficción de Stephen King (Carrie, 1976), El diario de Bridget Jones (Helen Fielding, 1996) y Cloud Atlas (David Mitchell, 2004). Esta
última, que tuvo una ambiciosa
adaptación en el cine, cuenta una historia en varios periodos de tiempos con
algunas secciones de estilo epistolar (que incluyen intercambios de cartas y
entrevistas).
Más que la
suma de las partes
Lo especial de las cartas es que no son ni
confiables ni estáticas. Están diseñadas para volar gentilmente al son del
viento y caer con gracia en las manos de su receptor como si fueran un regalo. Muchas
veces, varias cartas reunidas forman un conjunto mayor que la suma de las
partes, una historia trepidante y enigmática, una muestra de la habilidad de su
autor para generar climas de tensión o ansiedad a partir de distintas voces.
Hay una novela policial que recomienda Jorge Luis
Borges. Él dice que Edgar Allan Poe habría estado orgulloso. Se trata de La piedra lunar, escrita por Wilkie Collins en 1868. También existen
cuentos epistolares argentinos muy ingeniosos, como La espada dormida, de Manuel Peyrou. Entre los mejores relatos epistolares que leí se
encuentra Las muertes concéntricas, de Jack
London.
En Internet supo haber un blog excelente que se
dedicó exclusivamente a la creación de pequeños relatos epistolares. Se llamaba
No me olvidé de vos y pude
entrevistar a las autoras cuando todavía no las conocía mucha gente.
El boom de
la investigación
La utilización de cartas está unida a la aparición
del papel mismo, lo cual se ata a los orígenes de la escritura. Hablamos de
cuatro mil años de existencia. Los primeros en darle uso fueron los chinos,
egipcios y hebreos. Luego llegó la epistolografía griega, seguida de la cultura
latina y, finalmente, la cristiana. De hecho, la Biblia –el mayor best-seller del mundo– es básicamente un
compendio de cartas escritas.
La historia de los usos de la carta comenzó a
documentarse a finales de siglo XVIII. Por ejemplo, el conocido escritor Mark Twain redactó un manual sobre “el
arte de escribir cartas”. Allí aborda la epistolaridad desde los conceptos de
intimidad y sinceridad.
Pero fue en el siglo XX donde se procuró más
dedicación a este género, siendo Francia e Inglaterra los países del estudio
epistolar por excelencia.
El arte
perdido de escribir cartas
Hasta finales de los años 90, la gente todavía mantenía
la costumbre de enviarse cartas, postales y tarjetas desde remotos lugares o
como simple muestra de afecto. El nuevo milenio trajo consigo el correo
electrónico y la mensajería instantánea, que convirtieron a las cartas en
piezas de colección.
Es una lástima y un potencial problema. La
escritura a mano permite la organización de estructuras a nivel cerebral que
hacen memorizar las palabras, la sintaxis y una cantidad de datos que luego van
a ser elaborados para estructurar el pensamiento.
El estar siempre tecleando mensajes va deteriorando
el lenguaje, la forma de comunicación más desarrollada y perfecta que tiene el
ser humano. El proceso artesanal de redactar una carta podría llevar a no
olvidar aquellas cuestiones. Una carta no puede escribirse con emoticones y
abreviaturas. O quizás sí, y entonces debemos encontrar un nuevo paradigma que
permita convivir entre lo artesanal y lo moderno.
Recibir una carta escrita de puño y letra hoy es un
acto revolucionario, rebelde incluso. Pero con ese pequeño gesto se puede
llegar a calar muy hondo. ¿Te acordás a qué sabe una carta manuscrita? ¿No te
emocionaría recibir una? A lo mejor, ya es momento de sentarte vos a escribir cartas
para un ser querido.
¿Por qué no?
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=>> Otros posts sobre ESCRITURA EPISTOLAR en
el blog: “Las
ventajas de ser epistolar”, “Frankenstein
o el eterno Prometeo”; “Implacamente
suyo (cuento)”; “Los
relatos epistolares de No me olvidé de vos”; “Una
espada para Manuel”.
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