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viernes, 20 de septiembre de 2019

Artesanía epistolar: el valor secreto de escribir cartas


Nunca me interesó ser cartero, pero tengo una especial inclinación por las cartas. Siempre me divirtió leerlas y escribirlas. De hecho, no imagino un mundo sin correo, destinatarios y remitentes, aunque sea de manera virtual.




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Y soy incapaz de hacerlo porque mi vida, en mayor o menor medida, ha estado ligada a las cartas. Por ejemplo, como escritor envío regularmente mis ficciones (cuentos, novelas, obras de teatro) a diferentes concursos literarios. Eso implica colocar todo prolijamente en un sobre, escribir a mano el destinatario, acercarme hasta el correo y ver cómo colocan la estampilla.

También tengo la costumbre de escribir largos correos electrónicos sobre mi vida a viejos amigos que viven lejos y no veo hace tiempo. Hay quienes prefieren hablar por teléfono, chatear o enviar audios de Whatsapp. Yo disfruto de narrar mis últimas aventuras por escrito y esperar, con suerte, una respuesta que comience una conversación de textos largos.

¿Y acaso llevar este blog de vicios personales –o escribir para espacios como Alta Peli– no es otra forma de escribir una carta universal para muchos lectores anónimos en Internet… cartas que se van expandiendo y retroalimentando con diversas lecturas, likes, compartidas y comentarios?


Hay algo de impaciencia, de sospecha, de desconfianza en el hecho de redactar unas líneas que luego viajarán (física o electrónicamente) por otras manos. Una vez tirada la carta al buzón, está a merced del azar. Una vez colocado un comentario en Facebook, o una reseña en un blog, no sabemos hasta dónde puede llegar, a quién puede movilizar, alegrar o (¿por qué no?) irritar.

La intimidad de las cartas

Y es que documentar nuestros pensamientos en cualquier tipo texto que se enviará al mundo es legar una parte de nuestra intimidad. Cualquier ruptura de ésta es una catástrofe.

La carta en su formato más tradicional –y todos los elementos que la componen– está estrechamente ligada al secreto, no sólo por su contenido textual, sino también por las características propias del elemento.

Para empezar: está pegada, cerrada. ¿Hay algo más íntimo que humedecer un sobre con nuestra propia saliva para sellarlo? Nuestros correos electrónicos también están protegidos por contraseñas que sólo nosotros conocemos.

En efecto, la carta está herméticamente sellada. Una elección de palabras que no es casual. “Hermético” viene de Hermes, el mensajero de los dioses en la mitología griega. Era el intérprete que cruzaba fronteras, que unía mundos. “Sello” procede de sigilo, es decir: secreto, silencio, ocultamiento.


Un sobre envuelve (en inglés un sobre es un enveloppe) a algo que buscamos proteger de la vista pública. Quien se encarga de escribir cartas modelos en cualquier negocio es llamado “secretario”: el guardián de los secretos.

Cartas como género literario

En la literatura, el género epistolar es el que mejor se ajusta a la experiencia de cierto tipo de lectores más activos, “detectivescos” si se quiere. Recordemos que fue el género policial el primero en poner en el rol central al lector, interpelándolo y haciéndolo participar activamente de la narración… poniendo a prueba su inteligencia.

Este cuento es uno de los que más me enorgullece. En Implacablemente suyo, un desesperado paciente escribe una serie de cartas a su doctor para recibir la ayuda que él le prometió.

El relato es un descenso a la locura en la mismo sintonía de la canción Stan, de Eminem. Obtuvo el 2° premio en el 1° Certamen literario “Dr. Juan Atilio Bramuglia” y fue publicado en diversas páginas web como Axxón, celebrada revista digital de ciencia ficción, terror y fantasía.

La novela llamada “epistolar” es aquella cuya trama avanza en forma de cartas (epístolas) enviadas o recibidas por los personajes de la misma. También suele incluir entradas de diarios, noticias y –hoy en día– e-mails y hasta entradas en blogs.


Este estilo puede lograr impactantes efectos de realismo en una historia, ya que imita de forma muy similar a la vida real. Es un recurso diferente para utilizar a un narrador testigo o perpetrar en distintos puntos de vista. El primer ejemplo español de una novela epistolar fue Proceso de cartas de amores (1553) de Juan de Segura.

Los Beatles tienen varias canciones epistolares como “P.S. I Love You”. Algunos, incluso, han teorizado que toda la saga de Star Trek podría ser un gran género epistolar, considerando que los protagonistas frecuentemente están ingresando notas en sus Diarios de Viaje.

Novelas con este especial procedimiento narrativo permiten cierto tipo de análisis psicológico. Fue utilizada mucho por los románticos (tenemos Lady Susan de Jane Austen o algunas historias de Goethe), aunque es un género más asociado al siglo XIX.

Obras clásicas como Frankenstein o el eterno Prometeo (Mary Shelley, 1818) y Drácula (Bram Stoker, 1897) quizás sean las más famosas novelas escritas en este formato.


En la era contemporánea tenemos la primera obra de ficción de Stephen King (Carrie, 1976), El diario de Bridget Jones (Helen Fielding, 1996) y Cloud Atlas (David Mitchell, 2004). Esta última, que tuvo una ambiciosa adaptación en el cine, cuenta una historia en varios periodos de tiempos con algunas secciones de estilo epistolar (que incluyen intercambios de cartas y entrevistas).

Más que la suma de las partes

Lo especial de las cartas es que no son ni confiables ni estáticas. Están diseñadas para volar gentilmente al son del viento y caer con gracia en las manos de su receptor como si fueran un regalo. Muchas veces, varias cartas reunidas forman un conjunto mayor que la suma de las partes, una historia trepidante y enigmática, una muestra de la habilidad de su autor para generar climas de tensión o ansiedad a partir de distintas voces.

Hay una novela policial que recomienda Jorge Luis Borges. Él dice que Edgar Allan Poe habría estado orgulloso. Se trata de La piedra lunar, escrita por Wilkie Collins en 1868. También existen cuentos epistolares argentinos muy ingeniosos, como La espada dormida, de Manuel Peyrou. Entre los mejores relatos epistolares que leí se encuentra Las muertes concéntricas, de Jack London.



En Internet supo haber un blog excelente que se dedicó exclusivamente a la creación de pequeños relatos epistolares. Se llamaba No me olvidé de vos y pude entrevistar a las autoras cuando todavía no las conocía mucha gente.

El boom de la investigación

La utilización de cartas está unida a la aparición del papel mismo, lo cual se ata a los orígenes de la escritura. Hablamos de cuatro mil años de existencia. Los primeros en darle uso fueron los chinos, egipcios y hebreos. Luego llegó la epistolografía griega, seguida de la cultura latina y, finalmente, la cristiana. De hecho, la Biblia –el mayor best-seller del mundo– es básicamente un compendio de cartas escritas.

La historia de los usos de la carta comenzó a documentarse a finales de siglo XVIII. Por ejemplo, el conocido escritor Mark Twain redactó un manual sobre “el arte de escribir cartas”. Allí aborda la epistolaridad desde los conceptos de intimidad y sinceridad.

Pero fue en el siglo XX donde se procuró más dedicación a este género, siendo Francia e Inglaterra los países del estudio epistolar por excelencia.

El arte perdido de escribir cartas

Hasta finales de los años 90, la gente todavía mantenía la costumbre de enviarse cartas, postales y tarjetas desde remotos lugares o como simple muestra de afecto. El nuevo milenio trajo consigo el correo electrónico y la mensajería instantánea, que convirtieron a las cartas en piezas de colección.

Es una lástima y un potencial problema. La escritura a mano permite la organización de estructuras a nivel cerebral que hacen memorizar las palabras, la sintaxis y una cantidad de datos que luego van a ser elaborados para estructurar el pensamiento.


El estar siempre tecleando mensajes va deteriorando el lenguaje, la forma de comunicación más desarrollada y perfecta que tiene el ser humano. El proceso artesanal de redactar una carta podría llevar a no olvidar aquellas cuestiones. Una carta no puede escribirse con emoticones y abreviaturas. O quizás sí, y entonces debemos encontrar un nuevo paradigma que permita convivir entre lo artesanal y lo moderno.

Recibir una carta escrita de puño y letra hoy es un acto revolucionario, rebelde incluso. Pero con ese pequeño gesto se puede llegar a calar muy hondo. ¿Te acordás a qué sabe una carta manuscrita? ¿No te emocionaría recibir una? A lo mejor, ya es momento de sentarte vos a escribir cartas para un ser querido.

¿Por qué no?

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