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martes, 24 de septiembre de 2019

“Los Crímenes de Alicia”, una novela de Guillermo Martínez


Guillermo Martínez es el escritor más reconocido que vio nacer mi ciudad de Bahía Blanca. Sus trabajos han cosechado éxito alrededor del mundo y Crímenes Imperceptibles (su obra más popular) hasta tuvo una adaptación cinematográfica en 2008. Su último trabajo es un astuto recorrido por la vida secreta de Lewis Carroll. El libro combina una ingeniosa trama policial con el intertexto más famoso de la historia: Alicia en el País de las Maravillas.





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La Hermandad de Lewis Carroll

Estamos en Oxford, en el año 1994. El grupo elitista conocido como “La Hermandad de Lewis Carroll” está decidido a publicar los diarios privados del autor inglés. Todo se complica cuando Kristen Hill, una joven becaria, parece haber encontrado un secreto entre líneas. Una página, arrancada de uno de los diarios, por la cual algunos estarían dispuestos a matar.

La historia marca el regreso del dúo detectivesco conformado por el célebre profesor de Lógica, Arthur Seldom (también miembro de la Hermandad) y un joven estudiante de Matemáticas argentino. Ellos fueron los protagonistas de Crímenes Imperceptibles (ganadora del Premio Planeta en 2003), con lo cual ésta es una secuela directa de aquella novela.


Las curiosas obsesiones de Lewis Carroll

Los Crímenes de Alicia se llevó el Premio Nadal 2019. Disfruté muchísimo de este misterio que conmemora a la literatura de Umberto Eco, Arthur Conan Doyle (imposible no recordar El sabueso de los Baskerville), Agatha Christie y (¿por qué no?) al mismísimo Jorge Luis Borges, uniendo elementos históricos, filosóficos y lógico-matemáticos con un enigma detectivesco al mejor estilo inglés.

Uno de los aspectos más atractivos de este libro (así como de su predecesor) es que Martínez –al ser Doctor en Matemáticas además de escritor– se puede dar el lujo de incluir trasfondos matemáticos a la ecuación literaria que convierten a esta lectura en algo diferente. El autor logra un equilibrio bondadoso entre el relato intelectual y la “lectura pasajera” que resulta atrapante tanto para los más eruditos como para los más casuales.

La estructura narrativa

La novela se compone de 32 capítulos breves que se leen con fluidez. No voy a arruinar nada de la trama porque me parece deliciosa.

El final me resultó súper ingenioso y un poquito más satisfactorio que el de Crímenes Imperceptibles. Es un desenlace que shockea con sus múltiples revelaciones pero que va dejando suficientes pistas para que alguien despierto pueda descubrirlo antes de tiempo.


Adaptación de "Crímenes Imperceptibles" con Frodo (Elijah Wood) y John Hurt

En cuanto a la estructura, se asemeja muchísimo a su primera entrega. En Crímenes Imperceptibles (también llamada “Crímenes de Oxford” en algunos países) Seldom y Guillermo iban desentramando una serie de asesinatos firmados con una misteriosa secuencia lógica.

Los Crímenes de Alicia repite la fórmula pero ahora el supuesto asesino va dejando imágenes perturbadoras relacionadas con la vida secreta de Carroll, lo cual es más perturbador que puramente intelectual.

Metatextualidad y parodia

Una diferencia notable es que, mientras la primera novela tenía un corte policial bastante más clásico –con Arthur Seldom oficializando del Sherlock Holmes de turno y Guillermo-Watson su fiel narrador y mano derecha–, Los Crímenes de Alicia , por momentos, funciona como una parodia del policial detectivesco británico.

Son varios los momentos donde la obra se vuelve un tanto metatextual para poner en relevancia alguna situación “cliché” del género. Sólo veamos un extracto del capítulo 18 para tener un ejemplo clarísimo:

      «—¿Y qué piensa usted sobre los dos casos?
      Petersen sonrió un poco, como si no esperara una pregunta tan directa.      —Por ahora no tengo una hipótesis, pero me llama un poco la atención que en el primer caso se haya usado un auto, que nos hace pensar más bien en un hombre, y que ahora haya sido un veneno. Todavía, estadísticamente, por abrumadora mayoría, los venenos los prefieren las mujeres.      —¿Dos personas diferentes? —dije yo.      —O un matrimonio —dijo Petersen.      —O cualquiera que sepa sobre estas estadísticas por un par de novelas policiales —dijo Seldom con cierto escepticismo—. Creo que en alguna de sus novelas ya Nicholas Blake se burlaba de esto con un loro que repetía «el veneno es un arma de mujer, el veneno es un arma de mujer».
      —Sí —reconoció el inspector—, quizá sea una única persona que intentó dos modos tan diferentes para despistarnos. En fin, esta tarde vamos a revisar con cuidado el escritorio y todos los papeles de Hinch. Tendremos que forzar un par de cajones, quizá encontremos algo más allí.»

Vale aclarar que esta novela puede leerse sin conocer los detalles de la anterior. Algunos eventos esenciales se repasan al inicio del libro (por ejemplo, la naturaleza de la relación entre Seldom y el estudiante o la reaparición de personajes de la novela anterior).

Sin embargo, decididamente recomiendo primero leer Crímenes Imperceptibles. La backstory de Seldom se explica allí (y es un punto argumental importante para ambas novelas) y el desenlace de la primera parte tiene sus consecuencias sobre la segunda, aunque sean más bien leves.



Los molestos grupos de Whatsapp

Los crimines de Alicia tiene una narrativa “clásica” también debido a que está ambientada en una era pre-celular. Los personajes de aquel 1994 apenas tienen teléfonos fijos y acceso a alguna cuenta de e-mail que utilizan ocasionalmente. La tecnología le ha complicado mucho la vida a la ficción policial y, especialmente, al terror.

Hoy en día, muchos conflictos pueden resolverse fácilmente gracias a la conectividad y los smartphones. La literatura –o, mejor dicho, la ficción en general– tuvo la necesidad de reinventarse y encontrar nuevas formas de crear problemas que la tecnología soluciona.

A lo mejor por eso Martínez elige ubicar sus relatos en una época sin celulares y con tecnología limitada, aunque en entrevistas ha dejado en claro que Crímenes Imperceptibles debía estar necesariamente ubicada en 1993, año en el que probó el último teorema de Fermat (un plot point importante dentro del argumento).


El profesor que no la puso en su vida para poder resolver el último teorema de Fermat...

La cuestión es que nuestro héroes-investigadores todavía tienen que recurrir a las bibliotecas para investigar sobre venenos y toxicología en bibliografías específicas o enviarse correos electrónicos con suficiente anticipación para concertar citas.

Hay cierto agrado en el hecho de que el enigma cuente con estas limitaciones. Los molestos grupos de Whatsapp, sin duda, le han quitado mucho encanto a las narrativas y los autores tienen que encontrar formas originales de presentar sus relatos o, simplemente, ubicarlos temporalmente en un mundo anterior.

Por otra parte, Los Crímenes de Alicia se disfruta especialmente si tenemos la obra de Lewis Carroll bien fresca, porque hay un buen número de referencias por descubrir.

«Preguntamos a una de las empleadas por la Toxicología de Erskine. Ya estaba fuera de impresión desde hacía mucho tiempo, nos dijo, pero nos guio a la sección de Ciencias Naturales y nos bajó de uno de los estantes un libro de tamaño imponente de historia de los venenos. Buscamos en el índice de nombres, entre los primeros, la aconitina, y Seldom siguió febrilmente la página de la descripción, como si estuviera otra vez sobre el rastro correcto.
      —Aquí está —dijo y leyó en voz alta—: “El intoxicado tiene la sensación de que su cabeza aumenta de tamaño de forma desmesurada, una sensación que pronto se propaga al resto de su cuerpo y extremidades”. Es lo que también nos dijo Petersen. La sensación de que el cuerpo se agiganta. ¿A qué le recuerda? ¿No se parece acaso a la escena de Alicia cuando come demasiado del bizcocho y crece cada vez más?      —Es verdad —dije.      —¿Y recuerda la frase que nos dijo Kristen, que se sintió volar en el aire como un cohete espacial? No lo tenía del todo presente en ese momento, pero es lo que dice la pequeña lagartija Bill cuando baja por la chimenea y Alicia la hace volar de una patada hacia fuera otra vez.»

Otra aclaración, que el mismo autor enfatiza, es que Los Crímenes de Alicia parte de hechos reales (como la existencia de los diarios de Lewis Carroll) para crear una trama de crímenes totalmente ficticia. El estilo es muy británico a lo largo de todo su desarrollo, con un mayor énfasis en los diálogos y divagues filosóficos (o matemáticos) que en la acción.

El narrador argentino

No voy a negarlo: el protagonista es argentino un toque machista y baboso (le gustan TODAS las pibas) y Seldom (aunque lo banco) tiene el “síndrome del yo-yo”, hablando siempre sobre sí mismo, sus libros y sus verdades (recuerda a Dr. House y al mismísimo Sherlock Holmes en ese sentido). En otras palabras, son personajes muy reales con los que podemos identificarnos.

El papel del narrador lo tiene el estudiante, con lo cual estamos frente al punto de vista de un argentino con sus costumbres e idiosincrasias que chocan con la cultura británica. Acá es donde, si puedo permitírmelo, encontré algo que me molestó.


Los Crímenes de Alicia (en su idioma original) está escrito en castellano, narrado por un argentino pero ubicado en Oxford, Inglaterra. Más de una vez él mismo menciona que “su inglés no es tan bueno”, aunque en sus narraciones todo parece impecablemente trasladado al papel, como si nunca hubiera existido un obstáculo en el lenguaje.

Sé que es un nitpick del cual yo mismo soy culpable también, pero el libro habría sido mucho más interesante de estar escrito en dos idiomas. Todos los diálogos son en español, dando a entender que el autor los escuchaba en inglés pero los trasladó al castellano para escribir las memorias que conforman el libro.

¿No habría sido más interesante que el narrador hubiera dejado los diálogos en el inglés original? El tema es que, a pesar de ser argentino, Martín habla más como un mexicano doblando una serie de TV (es decir, en un modo neutro y con apenas unos pocos modismos locales). Pero además, muchas veces mete el “slang” en inglés dentro del texto. No sé, se me hizo raro y un tanto chocante.
«Fue a buscar su propia pinta a la barra y al regresar apiló con despreocupación los libros en el suelo junto a su silla para hacerse lugar.
      —Cuénteme primero usted —me dijo.      Traté de reconstruir lo mejor que pude lo esencial de mi conversación con Leonard Hinch, pero cuando terminé no vi en Seldom ninguna reacción más que un leve asentimiento, como si la punch line no lo hubiera alcanzado. Volví a repetir (…)»

El intertexto por excelencia

Tomar a Lewis Caroll (quien realmente se llamaba Charles Lutwidge Dodgson) como eje central de la historia fue una decisión sabia del autor y una buena manera de crear la secuela. Al fin y al cabo, Ambos autores son matemáticos y el gran tabú que rodea a la vida Carroll da para crear este tipo de intrigas.

En este sentido, la novela se mete con algunas cuestiones delicadas que son trabajadas con la seriedad que ameritan. Estoy haciendo lo mejor posible para no “spoilear” nada, pero quienes conocen algo del autor saben a lo que me refiero. Los debates que se brindan en torno a la perversión y la incesante búsqueda de la verdad son fascinantes.

El intertexto de Alicia en el País de las Maravillas ha sido utilizado hasta el cansancio. El texto puede asociarse con fantasía surrealista, imágenes de drogas, moda lolita, horror gótico y otros aspectos de la Inglaterra victoriana, incluido el género Steam Punk y la sátira política.


 La película más lisérgica que viste cuando tenías 10 años...

Ficciones como Matrix, Labyrinth, Trainspotting, Lost, las películas de Hayao Miyazaki, la novela de mi amigo español Daniel Morales (Habrá valido la pena, ganadora del Premio Vuela la Cometa 2017) o incluso mi tercera novela –que todavía no se publicó– quizás no habrían existido de no ser por la obra original de 1865, que tiene suficiente ambigüedad y delirio como para ser  referenciada y reinterpretada de muchísimas maneras.

Por eso, con tanta popularidad que tiene el material fuente, hay que reconocerle el ingenio a Martínez para concebir una historia contemporánea que va por otro lado. Acá no tratamos con las temáticas típicas del libro como las drogas alucinógenas o la posibilidad de estar viviendo en una simulación, sino con los diarios privados del escritor.

Palabras finales

Al tratarse de una secuela directa, las comparaciones son inevitables. En un capítulo de Crímenes Imperceptibles, los protagonistas van a ver un show de magia de nuestro René Lavand (genio de la vida). El episodio no aporta absolutamente nada a la trama principal pero sí se vincula temáticamente (y además genera grandes momentos de introspección).

Ambas novelas se distinguen justamente en eso. La primera era más chiquita e íntima, con un enfoque mayor en los dilemas existenciales y un grupo de personajes más reducido. Llegamos a conocer realmente a este antihéroe Arthur Seldom que es el alma, corazón y cerebro del relato.


Arthur Seldom en Los crímenes de Oxford

La continuación es mucho más de todo: más personajes, más lógica-matemática, más riesgos, más “pochoclismo” (si se quiere). Toma todo lo que hizo a Crímenes Imperceptibles memorable y lo exacerba. Ya no son necesarias las introducciones, el misterio es más peligroso y su resolución bastante más elaborada. Si esto es mejor o peor dependerá de cada lector.

Como thriller policial, se devora en unos pocos días porque la narración es súper adictiva. La prosa del autor es envidiable (más allá de esas cositas que me molestaron) y es especialmente armónico el modo en que se incorporan los elementos geeks a la trama.

Creo que está un escaloncito por debajo de la primera novela pero, aun así, es una lectura magnífica que disfruté como amante del género policial. Al llegar a las últimas 30 o 40 páginas literalmente no pude parar de leerlo hasta llegar a la última palabra, algo que no me pasaba desde la saga de Harry Potter.

Como secuela de Crímenes Imperceptibles quizás no era tan necesaria, pero agradezco su existencia. Una lectura de lo más agradable y de mis favoritas de este 2019.

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BONUS TRACK: es muy loco cómo resultan las cosas a veces. Curiosamente, ya había terminado de leer esta novela (y esta reseña estaba a media cocción), cuando recibí la confirmación de que voy a conocer a Guillermo Martínez. (Súper cholulo lo mío).

El cuento que envíe a la convocatoria para participar de la “Clínica de Cuentos” que  va a coordinar el escritor en mi ciudad fue aceptado junto a otro puñado de relatos. El encuentro literario va a ser estos próximos sábado 28 y domingo 29 de septiembre en el Museo de Artes Contemporáneo y Bellas Artes. En una próxima nota les contaré cómo me fue. =)

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4 comentarios:

  1. Vi la película en la que actúa el propio Frodo -Elijah- cuando la hicieron, en el cine. Recuerdo que me había gustado, pero que también me había dejado la sensación de que estaba basada en cosas que ya conocía.... y es parte de todas las obras que vas mencionando en la entrada.

    Lo que mencionás acerca de whatsapp se puede transportar a la mayoría de películas del siglo XX. En ste siglo para lograr algo así tienen que demostrar por qué el protagonista perdió u olvidó el celular.

    Suerte hoy Lupa, que te vaya bien y te hagas amigo de Guillermo así coordina cómo vencés en la Clínica ¿o no habrá competencia? Aunque sea una pulseada o carrera de embolsados

    abrazo!

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    1. Sí, tal cual. También vi la peli en el cine en su momento y tuve la misma sensación. Además, es una peli que desentona con el estilo de Alex de la Iglesia.
      Curiosamente, ahora quiero hacer una carrera de embolsados.
      ¡Gracias, amigo bloguero!

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  2. Ya lo leí y me gustó. Previamente acabé los libros de Alicia... para disfrutarlo más. Ahora estoy leyendo El crimen de Lord Arthur Saville, de Oscar Wilde, y encuentro una ¿casualidad? Guillermo Martínez parece haberse inspirado, (quizás homenajeado) en este cuento de Wilde en dos puntos: la aconitina y el libro del que sacan la información del veneno: Toxicologia, de Erskine. Me brincó este detalle que, dudo mucho, sea casual.

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    1. Todo es un remix... dudo mucho que sea casualidad...
      ¡Buen dato tiraste! No tenía registrado ese texto de Oscar Wilde.

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