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domingo, 26 de noviembre de 2023

“La Uruguaya”, una novela de Pedro Mairal

 

Durante un viaje a Montevideo para buscar el dinero de un anticipo, un escritor en crisis conoce a una joven de 25 años que transformará su vida para siempre. Reseña de “La Uruguaya”, fascinante novela del escritor argentino Pedro Mairal.

 



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Un proyecto colaborativo de 2000 productores

Este año estrenó en cines (y luego en Star+) la adaptación cinematográfica de La Uruguaya. Hacía mucho tiempo que una producción argentina no me interpelaba tanto. No sólo creo que es una muy buena película en sí misma, sino que además contó con una génesis súper particular que la destaca por sobre el montón. Luego de verla terminé leyendo la novela, metiéndome en muchísimos podcasts al respecto y escuchando entrevistas de los realizadores por horas.

Link a “La Uruguaya”, de Pedro Mairal, en versión PDF: LINK

Sin ahondar demasiado en detalles, la obra fue llevada adelante –de forma colaborativa– por casi 2000 productores que se sumaron a la convocatoria de Orsai, la productora que dirigen Hernán Casciari y Chiri Basilis.

Cada uno de los socios productores aportó con una fracción del presupuesto planificado: un total de 600.000 dólares. Además, todos participaron activamente del proyecto, decidiendo sobre el casting, guion, producción y las demás áreas técnicas del largometraje.

Se trata de un modelo de negocios novedoso que jamás se había visto antes. Por supuesto, ayudó que la novela elegida para adaptar es, de por sí, un texto excelente de Pedro Mairal (publicado en 2016) y que además fuera el GENIO de Hernán Casciari quien guiara el barco.


Afortunadamente para todos, la jugada les salió muy bien porque La Uruguaya tuvo un estreno nacional en cines (allá por agosto de 2023), recorrió varios festivales y, posteriormente, fue vendida a Disney para ser exhibida a toda Latinoamérica a través de la plataforma Star Plus. No es poca cosa, eh.

De hecho, me atrevo a decir que acá estamos ante un extraño caso donde la adaptación cinematográfica es todavía mejor que el material original (que, de por sí, es súper sólido). Ya llegaremos a esto.

Por lo pronto, sólo voy a mencionar que tanto texto como película se complementan de una manera muy creativa. La Uruguaya funciona como una suerte de respuesta al libro, ya que los eventos se cuentan desde un punto de vista diferente.

 

La adaptación al cine de “La Uruguaya”

La narrativa es súper simple y, a la vez, compleja. Recuerda, en gran parte, al cine de Richard Linklater, donde parece que no pasa nada y tenemos a un par de protagonistas deambulando por una ciudad mientras tienen conversaciones bizarras. Es también muy cortita, extendiéndose sólo por unos nobles 78 minutos.

La novela original es mucho más subida de tono, mucho más erótica. A veces tiene una prosa muy poética. Por ejemplo, al hablar de una erección: « (…) me sigue provocando inmediatamente una revolución solar en toda la extensión de mi sangre.»

Pero esos casos son los menos. El texto es casi siempre muy directo:

«Me agarró, me trajo hacia ella, me dijo: —Qué linda pija. Seré muy básico quizá, pero estoy casi seguro de que no hay nada que le guste más a un hombre que que le digan eso.»

La adaptación le baja VARIOS cambios al tono de la novela, seguramente para apelar a un público más amplio. Está bien, lo puedo bancar. No se la hubieran podido vender a Disney de otra manera.


No conocía a la directora Ana García Blaya. Luego de ver La Uruguaya me interné en su ópera prima (“Las buenas intenciones”), que es una obrita pequeña y hermosa. En este caso, la sensible directora hizo un gran trabajo al traducir el lenguaje narrativo de la novela a un medio audiovisual.

Hay muchísimos cambios inteligentes respecto a los eventos de la novela que funcionan todavía mejor que en la novela. Esto sumado a actuaciones maravillosas (¡Fiorella Bottaioli, como Guerra, la GASTA!) y una hermosa fotografía.

El relato funciona como una suerte de “cautionary tale”. Un cuento aleccionador donde el protagonista, Lucas Pereyra, aprende una buena cantidad de lecciones en el transcurso de 24 horas. En algunos casos, a los golpes. El tipo es un argentino canchero bastante patético y lamentable con el que, curiosamente, es muy fácil identificarse.

Será porque yo también me estoy acercando a la nefasta crisis de los 40 que pude conectar emocionalmente con la historia. El conflicto me terminó pegando fuerte. El argumento tiene varios momentos de comedia y un aire de intriga que hace que quieras saber cómo va a terminar todo este embrollo. Se maneja una metatextualidad ingeniosa y disfruté mucho de la ambigüedad del misterio central (en más de una forma).


El remate es excelente (no lo voy a arruinar acá), hay muchos guiños a la cultura popular y a la literatura contemporánea y todo el proyecto tuvo una creación colectiva que la convierte en algo especial.

«—¿Qué, Magalí? Maga, la Maga sos. No lo había pensado, ¡y sos uruguaya, como la Maga!»

Me parece que es una de las propuestas locales imperdibles de este año y, seguramente, terminará formando parte de mis favoritas de 2023.

 

Reseña de la novela “La Uruguaya”

Hablemos un poquito más sobre la novela en sí. Me gusta también la ambigüedad que maneja la trama. Del mismo modo, tiene una metatextualidad interesante.

Me divierte mucho por ejemplo que, en este universo, a Casciari el paro cardíaco que le agarró en la vida real (en Montevideo) lo terminó matando. En la película aparece en un cameo sobre el final, lo que indicaría que sobrevivió.

La diferencia más interesante entre el libro y la película es que el primero es narrado en primera persona por Lucas Pereyra. En cambio, la película opta por convertir a la narradora en la esposa de Lucas, quien tiene un rol ampliado en la historia. Por cierto: #SpoilersAhead.


Este cambio de perspectiva complementa efectivamente a la novela y explicaría porque vemos algunos eventos que ocurren de manera distinta. Por ejemplo, el libro es mucho menos ambiguo respecto al robo. Queda mucho más claro (si bien nunca se define) que Guerra lo traicionó a Lucas para sacarle la torta de guita que llevaba encima.

«Yo no lloro nunca y menos por tristeza. El amor me hace llorar, el cariño. Lloré porque pensé en Guerra y supe que no la iba a volver a ver, me negué a la idea de que su cariño no fuera verdadero.»

Otro aspecto donde la película es superadora, es que el placer se retarda mucho más. El beso entre Guerra y Lucas llega recién en aquella playa solitaria. Las charlas realmente honestas entre ambos se dan más tarde también. Al principio hay un jugueteo menos serio. En el libro ella es mucho menos misteriosa.

Ya en el bar ocurre una charla clave que, de nuevo, en la película tarda bastante más en suceder:

 «Y claro que no tenés tiempo, no lo tenés acá, porque tu tiempo está en otro lugar, con tu mujer y tu hijo. Sos de otro tiempo.»

Es como que en el texto original todo es un poquito más atolondrado. En el almuerzo ya están hablando cosas muy personales y ya se dan un primer beso en la puerta de lo de la amiga, donde van a dejar al perro Mr. Cuco.

El mensaje de "¿quién es Guerra?" de Catalina (la esposa de Lucas) le llega muchísimo antes, mientras se están tatuando.


Claro que son dos medios distintos que requerían un tratamiento diferenciado. La novela es mucho pensamiento interno del protagonista, los eventos narrativos son mínimos. La película tuvo que extender algunas escenas para alcanzar una duración mínima.

Por eso, cuando la discutimos con mi hermano Tomás, a él le pareció que la película está "muy estirada” y que habría funcionado mejor como un mediometraje.

Volviendo a la escena del choreo de la guita, en el libro es también menos lograda. Ella llora –como arrepentida por lo que va a ocurrir después–, lo masturba y hasta le confiesa que está embarazada (cosa que no pasa en la película).

De esa forma, la película viene a contestarle a la novela, que está narrada desde una perspectiva súper tóxica y masculina. Me fascina pensar que la adaptación funciona como el “Lado B” de la historia, con las memorias que puede armar Catalina a partir de lo que él le contó y que ella luego se imaginó.

La novela es cortita y se puede leer, prácticamente, de un tirón. Son 11 capítulos que te llevarán un par de horas, no mucho más. Yo me la devoré en dos días.


Para alguien como yo (escritor frustrado, padre de dos hijos) me fue imposible no sentirme identificado con ese tipo tan patético –en su crisis de la mediana edad– con un niño de 5 años que lo ama pero que le complica la existencia, que hace que deba postergar todo lo demás.

«Nadie te advierte lo duro que es no dormir, renunciar a vos mismo a cada rato, postergarte. Porque no volvés a dormir ocho horas seguidas nunca más, tu banda sonora permanente pasa a ser La Reina Batata, para coger tenés que programar con un mes de anticipación un fin de semana sin niños.»

La fantasía de Lucas con Guerra es eso: una fantasía. Y lo peor es que él lo sabe. Es su mecanismo de defensa para afrontar todo lo que le está pasando.

«Eso era Montevideo para mí. Estaba enamorado de una mujer y enamorado de la ciudad donde ella vivía. Y todo me lo inventé, o casi todo. Una ciudad imaginaria en un país limítrofe. Por ahí caminé, más que por las calles reales.»

Al respecto, Montevideo es un personaje más en La Uruguaya. Mairal lo describe muy bien y nos vuelve partícipes de esa cercanía que tiene con Buenos Aires.

«Ya empezaba esa deriva entre la familiaridad y el extrañamiento. Un aire reconocible, cercano a la Argentina, en la gente, en el habla, la forma de vestirse, y de pronto unas marcas que no conocía, una palabra distinta, un tú en lugar de un vos, una parejita y él con el termo bajo el brazo y el mate en la mano, una chica hermosa con un costado afro y otra y después otra, una premonición brasilera. Como en los sueños, en Montevideo las cosas me resultaban parecidas pero diferentes. Eran pero no eran.»

Una cosa que me molestó de la novela (y esto es de quisquilloso, sin duda) es que todas las palabras en inglés estén en cursiva, como si no formaron ya parte de nuestro lenguaje habitual: mail, laptop, cyber, mouse, etc.

 

Palabras finales

Leer una novela de un tirón es algo que no experimentaba hace rato. La Uruguaya es una lectura súper agradable y rápida que nos habla de una profunda desesperación de un hombre. Me hizo reír un par de veces hasta que la cosa se pone picante.

En el fondo son white male problems, eso es cierto. Pero esto no la hace menos realista. Su enseñanza más interesante es esto de cómo uno idealiza a otras personas que hace tiempo que no ve (o que vio una vez en un viaje, en una situación muy particular). Nos creamos a un ser idealizado, imposible, que pocas veces se asemeja a la realidad.

Al final del libro, Lucas pasa de ser un pesado y vergonzoso tipo, a un humano sensibilizado. Cae en la cuenta de lo que debe hacer –lo realmente importante– y paga las consecuencias de sus actos. Hay cierta justicia poética en este aspecto.


El texto presenta varias reflexiones del protagonista que no puedo bancar, pero es evidente que son intencionales. Debemos ser inteligentes y poder separar al personaje de su autor, que son cosas diferentes. Por cierto, qué loco leer a cuánto estaba el dólar en Argentina hace unos ocho o nueve años, ¿no?

De nuevo: creo que la adaptación al cine logró encontrar un mejor ritmo y le encuentra una vuelta más atractiva a ciertos momentos importantes de la historia. Si bien la novela está muy bien, me parece que la película logró superarla. De todas formas, ambas forman un gran complemento como pocas veces he visto en la ficción.

En pocas palabras, si leer sobre las desgracias de un cuarentón heterosexual y un tanto burgués en plena crisis de los cuarenta te parece un planazo, dale para adelante con La Uruguaya y no le vas a errar.

Cada elemento de la obra –su lenguaje coloquial, el realismo de los personajes, el erotismo salvaje, la ironía dramática– funciona como un ladrillo que va levantando un muro sólido. La uruguaya es una novelita que apenas supera las 100 páginas, pero que en su brevedad logra contener fragmentos exquisitos y una historia rica en simbolismos.


«Entendí que prefería tocar bien el ukelele que seguir tocando mal la guitarra, y eso fue como una nueva filosofía personal. Si no podés con la vida, probá con la vidita. Se me había vuelto todo demasiado complejo.»

 

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