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martes, 15 de noviembre de 2022

Hospitalidad desierta (cuento)

 

Insistentes golpes en la puerta impiden que Luciano Sívori, solo en su hogar en una noche tormentosa, pueda concebir su nuevo relato de misterio. Cuento #59 publicado en el blog.  



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“Hospitalidad desierta”

(Luciano Sívori)

 

Me disponía a escribir un relato de misterio cuando escuché golpes en la puerta. No se trataba de la situación más anormal del mundo, pero era una noche fresca y tormentosa. Y yo estaba solo.

No piensen que estaba asustado ni nada de eso. Vivo en soledad desde hace muchísimo tiempo y estoy perfectamente acostumbrado. En realidad, estaba más molesto que otra cosa. Yo estaba tranquilo en mi hogar, pensando en mis propios problemas –en aquel texto a medio cocinar– cuando irrumpió el otro.

Escuché un nuevo golpe en la puerta que fue suficiente para volver la situación bastante incómoda. No sólo para mí, sino también para el inoportuno huésped. ¿Le abro… o lo dejo afuera? Evidentemente había puesto en crisis mi paradigma. Si no le abro la puerta, lo dejo afuera. Y si le abro, también lo dejo afuera… aunque de otro modo. Le estoy diciendo: “Vení, pasá, sentate acá, tomate esto, cuidado con esa silla que está floja. ¡No toques nada! Ojo con ese jarrón, no entres a aquella habitación. Ahora te tenés que ir.” Si le abro, lo dejo afuera, pero desde adentro.

La hospitalidad, como concepto, proviene de la ética del desierto, un lugar donde no hay casas sino tiendas. Y las tiendas no tienen puertas. En una tienda no existe la disyuntiva de abrir o no abrir. Ni le abro ni no le abro. El Extranjero de Schrödinger está afuera y adentro de mi casa/tienda al mismo tiempo. 

En el desierto, donde no hay casas sino tiendas, el otro llega. Llega hambriento, sediento, llega desde la carencia. ¿Y qué hace? Toma, conquista. Se apropia. Porque en el fondo, en el desierto no hay reglas; nada es de nadie.

Es verdad que yo estoy solo desde hace mucho tiempo, aunque ni vivo en un desierto ni tengo una tienda. ¡Pero éste es un hogar de bien! Y tampoco, vamos a decirlo, me considero un ser hospitalario. ¡Vamos, que nadie es hospitalario realmente! Dejar a alguien pasar a tu hogar no es lo mismo que ser hospitalario. La hospitalidad real, honesta, significa que mis reglas están abiertas a ser modificadas. Y yo no estoy dispuesto a que alguien ingrese sin pantalones y predicándole al Dios del Spaguetti. Las leyes que rigen mi hogar son laxas, pero no inquebrantables. Abogo por la libertad, no por el libertinaje.

Otro golpe en la puerta.

Los ruidos fuertes, especialmente aquellos que llegan de forma inesperada, pueden ser extremadamente molestos. Más cuando un autor quiere poder concentrarse en su tarea de escribir. Igual de fastidiosa es la idea de tratar con invitados no invitados, o la de introducir accidentalmente a alguien que no es de confianza en tu casa.

Más golpes en mi entrada me llevaron a recordar a aquellos escritores que tuvieron conflictos similares. Fredric Brown, por ejemplo, concibió un cuento corto fascinante: “El último hombre en la Tierra estaba sentado solo en una habitación. Llamaron a la puerta”. ¿No es la mejor historia de terror del mundo?

El cuervo de Poe también realiza una serie de nefastos golpeteos nocturnos que afligen al narrador. El rítmico sonido continúa durante seis estrofas, cada una de las cuales lo hace sentir más trastornado; esto dura incluso después de que abre la puerta y no encuentra a nadie allí.

Imaginé mi propio desenlace: el golpeteo en la puerta no se detendrá; todo lo contrario, se hará más fuerte y más rápido, resonando por toda la casa mientras yo –el inocente propietario– tratará de evitar la confrontación con el otro lado. En este tipo de historias, la única forma de detener los golpes es decidirse a abrir la puerta. A menos que estés en un relato de W. W. Jacobs y, quien está del otro lado, sea en realidad el cadáver de tu hijo Herbert que se ha levantado de su tumba. En ese caso la recomendación es utilizar el último deseo para pedir que descanse en paz… antes de que sea demasiado tarde.

El extranjero insistía. Toc, toc, toc. Volví a pensar en el desierto y la lógica de las tiendas. Si el otro está hambriento o tiene frío, es porque no trabajó ese mes. Yo, que comencé bien de abajo –como quien cava un pozo– supe ofrecer un servicio que la sociedad necesitaba: redacto mentiras elegantes y pintorescas que transportan a mis lectores hacia lugares donde no hay impuestos ni responsabilidades. Tengo un sostén económico y un hogar que otro ahora quiere tomar a la fuerza. Y sin embargo pienso... ¿lo mío fue mérito o fue pura casualidad? Si a uno le tocó estar en la tienda hoy, ¿no podría al día siguiente estar dando vueltas en el desierto, sediento y hambriento, en busca de un refugio? No hay justificación ni preaviso. El desierto no avisa, te toca una tormenta de arena y fuiste.

TOC, TOC, TOC.

En el desierto, el otro llega y come porque está hambriento. Come en una tienda que mañana puede que se levante y se vaya a otro lugar. El desierto está poblado de nómades. Hay, de hecho, ausencia de fronteras. Hemos perdido esto en la modernidad. El desierto hace [TOC] que todo parezca efímero, pequeño, insignificante. La sociedad de la propiedad privada nos hace aferrarnos a lo propio, como si tuviéramos la imperiosa necesidad de [TOC] dar batalla a la incomprensible fatalidad de la finitud. Es creer que hay realización, que vinimos para algo a este mundo… y que [TOC] esa realización se asocia con… [¡TOC!]

Me vi obligado a interrumpir mis cavilaciones porque los golpes ya no me dejaban pensar. Me acerqué a la entrada con cautela, como si cada pie tuviera que pedirle permiso al otro para dar el siguiente paso. No había llegado a preguntar quién estaba del otro lado, cuando una voz rasposa y penetrante se coló entre las rendijas:

— ¡Delivery! ¡Tengo una muzza grande para Sívori!

Maldije a todos los repartidores que alguna vez se habían dignado a llegar hasta mi desolado panteón. Una vez más, habían equivocado mi pedido. ¿Cuántas veces tendría que insistirles con que el olor a podrido de este lugar sólo puede cubrirse con una buena pizza de anchoas?

 

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=>> Otros posts sobre CUENTOS DE MI AUTORÍA en el blog: “Nos miran desde abajo”; “El cadáver prematuro”; “Retratos del silencio”; “Yo hago listas”; “No requiere el uso de pilas”; “La rueda y el síndrome del impostor”.

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4 comentarios:

  1. Oh, espera. Entonces, ¿hay un cadáver en la casa...? ¡¿A quién has matado, Lupa?! 😱

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    1. Como habría dicho una popular divulgadora científica argentina: "Te lo dejo a tu criterio".

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    2. Jajaja. Me gusta lo de divulgadora científica. Podrías escribir un cuento en que una bella mujer supuestamente trivial resulte ser una divulgadora científica. Sería un giro argumental.
      Saludos.

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  2. ¿Cómo sería el punto de vista del delivery? Encima que tardan en atender, ser quejan por un pequeño detalle. Tanto lío por las anchoas.

    Saludos.

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