Una llave encontrada en un cajón, una grieta en la rutina, una insinuación de
que algo no encaja. En “Nada que abrir”, una conversación aparentemente banal
entre Adriana y Hernán se transforma en una inquietante exploración de lo que
no se dice.
***
Quise jugar un poco con las conversaciones donde algo no se está diciendo. Por eso, en este cuento aparece una llave sin cerradura y un silencio demasiado largo. También me divertía la idea de meter un giro argumental a lo Shyamalan, si se quiere.
Al final del día, no es otra cosa que un ejercicio de escritura. Pero también hay una tensión existencial profunda: ¿qué sentido tiene aquello que no abre nada? La llave oxidada funciona como metáfora de múltiples capas.
Hernán se identifica con esa llave: viejo, torcido, sin propósito claro. Es una alegoría del ser humano en crisis de significado. Adriana, en cambio, es la mirada inquieta, la sospecha de que hay algo detrás del orden aparente, una especie de intuición metafísica del misterio cotidiano.
En el trasfondo, el relato también sugiere una pregunta perturbadora:
¿existen cosas que están ahí solo para hacernos sentir que algo falta?
***
“Nada que abrir”
(Lupa Sívori)
—Hernán,
necesito decirte algo que está dando vueltas en mi cabeza desde hoy.
—¿Qué cosa?
—Encontré
una llave pequeña, oxidada, con la punta torcida, dentro de un cajón.
—Ah.
—¿Es tuya?
—No, Adri
—responde él, frunciendo el ceño—. Nunca la vi.
—Estaba en
el cajón de los cubiertos. Justo al fondo.
Él se encoge
de hombros.
—Capaz que se
cayó de alguna caja cuando nos mudamos. A veces esas cosas aparecen después de
años… qué sé yo…
—Pero si la
viste, ¿por qué no dijiste nada?
—¿Cómo sabés
que la vi?
—Porque está
toda manchada con el aceite de la bici. Y la bici es tuya.
—A lo mejor
se manchó hoy, cuando la agarraste vos.
Adriana no
responde. Hay un silencio denso, apenas cortado por el tráfico de las doce.
—No te dije
nada porque pensé que era tuya —admite Hernán, frenando en un semáforo—. Me la
crucé hace unos días. Me pareció una pavada. No quería…
—¿No querías
qué?
—Nada, che.
¿No podés simplemente aceptar que no sé de dónde salió?
Ella se
queda sin pensativa recordando aquel cajón. En su cabeza lo abre y lo revuelve,
como si esperara encontrar otro misterio. O una respuesta.
—Siempre
hacés eso —dice al rato—. Aparece algo raro, algo que no cuadra del todo, y vos
lo barrés debajo de la alfombra.
—¿Qué tiene
que ver eso ahora?
—Nada. O
todo.
Él mira al
frente. Tiene la cara ojerosa, el pelo desaliñado. Está siendo un día difícil.
Ella también observa el caos de la ciudad, como si quisiera decirle algo más.
Pero no lo hace. En cambio, pregunta:
—¿Y si abre
algo?
—¿El qué?
—Una caja.
Un armario viejo. Una puerta de casa que no usamos… o que ni sabemos que
existe.
—O ninguna
de esas cosas. A veces una llave no abre nada, Adri.
Ella asiente
y continúan apagados. Al rato, es Hernán quien decide continuar:
—Adriana, ¿te
puedo preguntar algo sin que te enojes?
Ella
resopla.
—¿Qué?
—¿Por qué te
jode tanto el tema de la llave?
—¿De verdad
no lo entendés?
—No.
—Porque me
siento una extraña en mi propia casa. Porque ya no sé si sos vos el que pone
las cosas en su lugar, o si algo se mueve solo cuando no estamos mirando.
—No digas
pavadas…
—¿Y si no es
una pavada?
Otro momento
más de reserva. Después, él murmura:
—Hay días en
que me siento como esa llave.
—¿Cómo es
eso?
—Así. Oxidado.
Medio torcido. Sin saber qué mierda abro, o si sirvo para algo.
Ella abre la
boca, pero no llega a contestar. Del otro lado del auricular se escucha un
estruendo. Un chirrido seco, seguido de un golpe sordo.
Un sonido seco,
inconfundible.
Como el
final de algo.
—¿Hernán?
Silencio.
—¿HERNÁN, ESTÁS
AHÍ?
El teléfono
sigue conectado. Ya no se oye su respiración. Solo el murmullo blanco del
altavoz. Ella detiene el auto en la banquina. Baja temblando. No hay rastros de
Hernán por ningún lado. Adriana está sola, con la voz de él colgando del aire.
Con una llave oxidada en la mano que no encaja en ninguna parte.
***
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Otros post sobre CUENTOS PROPIOS en el blog: “Por un rato”; “A destiempo, un cuento
existencialista”; “Ecos de un impacto”; “La última función (y el
regreso a Literautas”; “Ascensor holístico: un
cuento en un elevador”; “Álvaro, el terraplanista”. <==
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Clap clap clap.. Uf, tremendo cuento.. ahora no voy a poder dormir..
ResponderEliminar¡JAAA!
EliminarHay dos explicaciones posibles.
ResponderEliminarUna, no es buena idea usar el celular mientras se conduce.
La otra, la llave no era inofensiva.
Saludos.
1.- ¿Quizás era un manos libres?
Eliminar2.- Una llave NUNCA es inofensiva
¡Abrazo, Demi!
Ja tmb pensé en otra llave
EliminarUn accidente o se suicido , no se sabe
ResponderEliminarPor algo no hay que hablar por teléfono mientras se conduce, manos libres o no, nos quita atención al tráfico.
ResponderEliminarY dos, seguro que fue ella quien lo atropelló.
No tengo pruebas, tampoco dudas.
Saludos,
J.
Se ve que tenían tiempo para armar tanto alboroto por una simple llave. Hasta que vea dónde encaja la puede usar de colgante. Todo se puede transformar.
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