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viernes, 7 de junio de 2024

Mariana Enríquez y el gótico urbano

 

Sus escritos a menudo combinan el horror con el comentario social. Estos relatos, muchos de los cuales pertenecen al subgénero del gótico urbano, ejemplifican la fragmentación que existe en Buenos Aires. En esta nota, reseña de la antología “Las cosas que perdimos en el fuego”, de Mariana Enríquez.



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Breve introducción a lo “gótico”

Como subgénero de la fantasía y el terror, el “gótico” es más bien un mood en la ficción. Si bien tiene sus elementos clásicos (mansiones embrujadas, fantasmas, oscuridad), lo que verdaderamente lo define es la idea de un mundo fragmentado que el común de la gente no entiende y desconoce.

El gótico es un ambiente inquietante, una estructura de poder amenazante, una sociedad moderna en que las cosas no son lo que parecen. Espacios donde no hay Dios, sino oscuras creencias, rituales y tabúes.

Su origen se remonta a la Inglaterra del siglo XVIII. The Castle of Otronto (1764), de Horace Walpole, es considerada la primera novela gótica. Ahí ya comienzan a aparecer algunos de los tropes que se convertirán en estampas del género: manifestaciones sobrenaturales en el espacio doméstico, terror como inminencia, falta de moralidad, etc.




Durante el siglo XIX, el gótico se volvió un género muy popular entre las masas. Llegan Frankenstein (1818) de Mary Shelley, los textos de Edgar Allan Poe, El extraño caso de Dr. Jekyll y Mr. Hyde (1886) por R. L. Stevenson y, por supuesto, Drácula (1897) de Bram Stoker.

Cada uno de estos textos fue fundamental en la historia de la literatura y merecerían comentarios más ampliados y sus propias entradas. De hecho, todas estas obras están entre mis favoritas de toda la vida y les he dedicado algún análisis en el pasado.

Pero en este brevísimo repaso por el género gótico alcanzará con decir que todos aquellos fueron influencias para el autor más importante y prominente del siglo XX: H.P. Lovecraft. Sus historias exploran fantasías en que los seres de un mundo antiguo vienen para reclamar su poder.

El gótico posmoderno tiene muchas variantes: zombis, vampiros, conspiraciones, asesinos seriales, terroristas, cultos, criminales, virus, mutantes, payasos predadores. Todos estos monstruos, quizás, remiten a una ansiedad contemporánea: las cosas no son lo que aparentan, tanto a nivel individual, familiar o social.

 

La llegada del Rey y el caso argentino

En este contexto aparece Stephen King, probablemente el escritor del terror gótico clave del siglo XXI. La obra del Maestro -que hoy es consumida en forma de libros pero también en películas, series y novelas gráficas- es decisiva a la hora de pensar el gótico (y la cultura) contemporánea.

¿Y qué ocurrió en Argentina? Durante mucho tiempo se negó o se dudó de su mera existencia. Sólo recientemente han empezado a emerger autores que claramente lo cultivan. Samanta Schweblin es un exponente claro (el año pasado reseñé su genial obra “Pájaros en la boca”).

Horacio Quiroga y Ana María Shua también son autores destacables del gótico. Aunque quizás la más prominente de todos ellos sea quien protagoniza esta nota: Mariana Enríquez.

Estos autores toman la idea del “terror de la realidad” para crear literatura inquietante que aprovecha los miedos de la clase media. Enríquez claramente toma inspiración de los dispositivos narrativos de Lovecraft y King para crear una atmósfera preocupante, si bien creíble, en sus narrativas.

En cuanto a las categorías del gótico, podríamos mencionar tres grandes grupos. Por un lado tenemos el “gótico rural” (1), que incluiría relatos como Children of the Corn de Stephen King (que forma parte de su antología El Umbral de la Noche) o la novela Distancia de Rescate, de Schweblin.




Fuera de esto, el “gótico de la frontera” (2) (en el sentido de frontier) se enfoca en el choque de culturas heterogéneas en zonas de contacto. Por último tenemos el “gótico urbano” (3), la narrativa enfocada en los ansiedades y temores de la clase media, que vive en el espacio urbano contemporáneo.

Acá es donde encajan perfectamente los cuentos de Las cosas que perdimos en el fuego. Representan el género el gótico urbano, y sirven no sólo para inquietar y entretener, sino también para exponer las divisiones de Buenos Aires y su carácter de incomprensible e irreparable.

 

Las cosas que perdimos en el fuego

Mariana Enríquez es un caso de literatura muy atípico en nuestro país. La pegó desde muy temprano (¡publicó su primera novela a los 19 años!) y a partir de ahí no ha parado de cosechar éxitos. Las cosas que perdimos en el fuego (2016) es su segunda colección de cuentos, ha sido publicada en 21 idiomas y fue elogiada por todo el mundo.

» Podés descargar “Las cosas que perdimos en el fuego” (PDF) en ESTE LINK

Los doce cuentos que componen la antología tienen, en su gran mayoría, a protagonistas mujeres de la clase media. La excepción es Pablito clavó un clavito: una evocación del Petiso Orejudo, un cuento que desencaja un poco con el resto del libro, de hecho. A mí me gustó lo suficiente y creo recordar que es el único que tiene a un hombre en el centro de la historia.

En gran parte son todas narradoras de la clase media que son educadas y progresistas. Los hombres (parejas, maridos, amigos) son parte del paisaje, actores secundarios, y son básicamente unos inútiles o unos idiotas.


El ambiente de los cuentos es siempre inquietante (sin llegar a ser un terror sobrenatural del todo) y sus temas rondan el femicidio (“Las cosas que perdimos en el fuego”), el abuso emocional (como en “Tela de araña”) y la presión social (“Los años intoxicados”), además de cuestiones de salud mental y sexualidad.

 

Hacer terror con la realidad

Esta obra de Mariana Enríquez para mí es un librazo. Los textos están escritos con muchísimo dinamismo, perturban, incomodan y tienen desarrollos/conceptos súper interesantes. Si puedo criticarle algo, me parece que casi todos terminan de forma muy anticlimática. Es como que vas a la mitad del rising climax y de pronto cierra abruptamente.

A una amiga (que estoy seguro de que este libro le va a encantar) le explicaba que es como coger sin acabar. Los relatos son ese polvo increíble que te estás echando y que termina de forma abrupta. Llega al punto final del cuento y te quedás tipo “¿dónde está el resto de la historia?”

Igualmente esto no le quita mérito. Realmente disfruté muchísimo de prácticamente todos los relatos. Mis favoritos de la antología fueron “El chico sucio” (cuentazo), “La casa de Adela” (quizás el más convencional en cuánto al género del terror) y “Bajo el agua negra”. Aunque, de nuevo, todos son impresionantes. Oscuros, si bien accesibles.

Por cierto, casualmente me enteré hace poquito que estos relatos van a ser adaptados a comics por un tal Lucas Nine (por acá está la nota). Yo los re veo a estos cuentos funcionando como novelitas gráficas.

Supongo que lo más destacable de Enríquez es su capacidad para hacer literatura de terror con la realidad del día a día. Es una suerte de “terror elevado”, en sintonía con lo que muchos realizadores de cine hoy están buscando (Jordan Peele, Ari Aster, Robert Eggers, etc).


Aunque la presencia de lo sobrenatural es notoria, lo que prevalece es la descripción de ambientes y barrios de la Argentina actual, una narración en la cual la autora se aleja de los sucesos con una frialdad que resulta inquietante.

En muchos de sus cuentos, el foco está puesto en la descripción del entorno y los personajes femeninos, mientras que frecuentemente el desenlace nos deja llenos de incógnitas en lugar de resolver el conflicto.

Indudablemente, Mariana posee una voz sumamente potente y desafía los estereotipos del género de terror, empleándolos para abordar temas como el maltrato de género o las disparidades de clase, así como la angustia y la soledad que enfrentan los individuos.

 

Palabras finales

Las cosas que perdimos en el fuego es el nuevo clásico del terror gótico urbano y seguramente quedará entre mis lecturas favoritas del año. Los doce cuentos de la antología van subiendo la apuesta a medida que uno se va adentrando entre lo terrorífico y lo posible.

Mi única queja con esta antología, realmente, es que sufre repetidamente de lo que me gusta llamar “Síndrome de Finalización Prematura” (SFP, patente pendiente). Me pasó que, una y otra vez, las historias se cortaban en lo que parece ser la mitad de la parte más intrigante, y terminan sin explicar lo sucedido.

En el mejor de los casos, como ocurre con “La casa de Adela” (de nuevo, de los mejores de la colección), esta falta de explicación es en sí misma una resolución efectiva, siendo la ausencia de una respuesta la conclusión más aterradora posible. Pero también, en el peor de los casos, da la sensación de que a las historias les faltan fragmentos.



Sin embargo, admito que la altísima calidad de los textos y la impecable narración hacen que la lectura valga la pena. La exploración que realiza la autora sobre temas como la exclusión social, los trastornos mentales, las variadas dolencias físicas, la locura (muy en la línea de Edgar Allan Poe en este contexto) y el consumo excesivo de drogas, me resultó fascinante.

Estos temas contemporáneos proporcionan el escenario perfecto para que entidades malévolas (tanto sobrenaturales como naturales) se manifiesten entre las sombras, lo suficiente como para hacernos reflexionar sobre la posibilidad de que alguna de estas historias sea verídica.

¡Librazo!

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