Los cuentos compactos −con su
brevedad, diversidad y escritura fragmentaria− son capaces de llegar más rápido
al lector. En esta nota les comparto diez relatos hiper breves de mi autoría.
***
Lo bueno, si breve, dos veces bueno, ¿no? La minificción –también llamada “micro cuentos”, “relatos hiperbreves” o “minicuentos”– es la narrativa que cabe en el espacio de una página o menos. Su estudio sistemático es muy reciente, dado que se remonta a los últimos diez o veinte años.
Para autores como Lauro Zavala, entre otros, la minificción es la escritura del próximo milenio. Esto probablemente se deba a que es el género de mayor brevedad, diversidad y fugacidad de la escritura contemporánea, además de poseer un elevado potencial para la virtualidad.
¿Será cierto que en cada minitexto se están creando, tal vez, las estrategias de lectura que nos esperan para este milenio?
Philip Stevick (“Anti-Story”,
1971) es uno de los precursores de esta experimentación de narrativa
particularmente efímera. A partir de allí, la minificción se fue practicando
cada vez con más entusiasmo. En las últimas dos semanas estuve compartiendo un microrrelato
por día. Ahora recopilé los diez en esta nota. Ojalá puedan rescatar alguno que
sea de su agrado. =)
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[MICROCUENTO #1]
“Los delicados riesgos de oprimir un botón sin leer las instrucciones”
— Sr, ¿desea café?
—No, gracias Igor. Finalmente
he terminado mi más preciado juguete. ¡Una máquina del tiempo! Cuando presione
este botón, el tiempo se reversará.
—Excelente, Sr. Stein.
¿Funcionará?
— No lo sé—. Click.
Click.
— Sé no lo.
— ¿Funcionará? Stein. Sr,
excelente.
— Reversará se tiempo el,
botón este presione cuando. ¡Tiempo del máquina una! Juguete preciado más mi
terminado he, finalmente. Igor, gracias no.
— ¿Café desea Sr.?
— ¡Viniste que bueno qué,
Igor!
La Historia se desvanece. La
ciencia se marchita. Las murallas se derrumban. Civilizaciones desaparecen.
Primitivas herramientas se desmontan. Babean autótrofos seres. La expansión se
contrae.
Universo en estado caliente y
denso.
Bang Big.
PRINCIPIO
[MICROCUENTO #2]
"Berta ya no camina"
—Hay un viejo y conocido
chiste sobre un investigador y Berta, la araña. El tipo quiere probar una
teoría. Dice: “¡Berta, camina!” y la arañita se acerca. Entonces le arranca una
pata. Vuelve a pedirle y la araña, tambaleando, obedece. Así hasta que ella
queda sin patas. Entonces, por más que la llame, ya no se mueve. Ahí viene el
hilarante remate apoyado en una obvia falacia lógica: el investigador concluye
que “las arañas sin patas son sordas”. Cruel, ¿no? Hoy vamos a recrear el
relato. ¿Con qué extremidad le gustaría que comience, Dr. Mengele? —dijo el
demonio.
[MICROCUENTO #3]
“Ovejas eléctricas”
Un humano y un androide se
baten a duelo. Cuando el humano dispara, el androide sangra. Cuando su atacante
se defiende, perforándole el pecho a balazos, el humano chorrea aceite por
todos lados.
[MICROCUENTO #4]
—A lo largo de su obra se ve
con frecuencia el cuento breve, ¿a qué se debe su fascinación?
—Bueno, me gusta hacer al
lector cómplice de lo que estoy redactando, que busque (y encuentre) pistas
entre mis escritos.
—¿Cómo son sus lectores?
—Diría que son adictos a la
sorpresa, a la ironía, receptores activos.
—En definitiva, se trata de
amantes de los retos.
—Flexibles, en su medida. Pero
sí. A ningún lector le gusta ser engañado del todo, no desean que el autor
coloque trampas irresolubles.
—Grandes buscadores de
desafíos.
—Hay también autores de
microficción que son practicantes del humor, maestros del sarcasmo.
—Informalmente hablando, ¿cuál
considera usted la mayor dificultad?
—¡Joder! Las complicaciones
pueden venir desde muchos lados: la necesidad de escribir algo verdaderamente
original, la limitación de tener que colocar exactamente, por ejemplo, digamos
200 palabras. Que un cuento quedé inconcluso es uno de los mayores miedos de un
autor de microficción. Otras veces el cuento toma vida por sí solo, y uno puede
relajarse un poco más.
—Kovak, ¿en qué está
trabajando en estos días?
—Lo de siempre. Pincelaba un
sencillo diálogo. Pero estoy un poco preocupado, llegué al límite de extensión
y concluyó sin final.
[MICROCUENTO #5]
“La insoportable realidad del grupo de Whatsapp”
MATI
Pensábamos hacer sábado de
after office en el bar Estruendo, despedida de Javi. Vamos a comer gente.
Podemos ir todos.
PABLO
Voy.
ADRIÁN
Dale, me sumo.
JOACO
Che, no sé si Javier aprueba
el canibalismo. Mejor comer rabas. Qué se yo, se me ocurre.
FLOR
¡Hola chicxs! ¿Todos y todas?
EDU
El Estruendo se llena de
negros.
JOACO
Sí, nena, las letras no son
sexistas. Si querés educar en la inclusión, no necesitás escribir como si tu
teclado fuera una ruleta rusa.
PABLO
Vos sos negro, Edu, ¿qué te
molesta?
SEBA
Sí, igual un “after office” un
sábado va en contra del concepto de “after office”.
VERO
¡Holis! Tengo planes, ¿y el
viernes?
EDU
Yo el viernes puedo, pero
metamos otro bar.
FLOR
Sos un tarado, Joaquín.
MATI
Bueno, decidan, ¿viernes o
sábado?
PABLO
Viernes complicado.
FLOR
Puedo los dos días, ¿adónde
quedamos?
JAVIER
Gracias. Pero igual yo no
puedo.
YO
Ya fue, yo me quedo jugando a la Play.
[MICROCUENTO #6]
"Un botón serio en una oficina seria”
Extracto hallado bajo los
escombros de un polvoriento edificio.
«Página 1»
Nadie entendió por qué habían
instalado aquel Gran Botón Rojo en la oficina. Era enorme y no hacía nada. En
serio. Sólo estaba ahí. Una etiqueta literalmente decía: ESTE BOTÓN ES INÚTIL.
Así que a nadie le importó. Era invisible a los ojos del trabajador promedio,
demasiado ocupado por llegar a fin de mes. La vida transcurría entre reuniones
con los jefes, café y la ansiosa espera de la última película hollywoodense.
Un día en particular –un
martes, si no me equivoco– un amigo mío presionó el botón. Nada ocurrió, por
supuesto. ¿O sí? Al día siguiente, otro compañero de trabajo apretó el Gran
Botón Inútil. No estoy del todo seguro cómo ese intranscendente y austero evento
escaló tanto.
«Página 2»
Una semana después, todos en
la oficina lo oprimían cotidianamente. Y la gente se sentía bendecida. No podía
creer semejantes estupideces. Para mí, era un místico meta-símbolo de la vida.
Ya saben: uno puede apretar y apretar, pero nunca nada nuevo sucede al final.
Sentí pena por aquellos ilusos.
Para mi amigo –el Primer
Apretador, como comenzaron a llamarlo– funciona en todos los niveles. “Podés
volverte Uno con El Botón”, rezaba. Así que, acá estoy. Todos alrededor mío
están tensos. Alguien grita “¡apretalo de una buena vez!”. Yo espero –el timing
es todo. Entonces, en un instante de completo abandono, lentamente,
deliberadamente, apretó el botón. De pronto,
«El resto de las hojas fueron
arrancadas, desgarradas con brutalidad. No contamos con más información sobre
el fin del mundo como lo conocemos.»
PD: ¿Sabían que este cuento
está publicado dentro del nuevo juego de aventura gráfica Thimbleweed Park,
del creador Ron Gilbert? La nota completa está por acá. También
tengo la versión narrada para el podcast.
[MICROCUENTO #7]
Sucede una vez en un millón de
veces. La mosca y el hombre compartieron una sopa sin que el otro se diera
cuenta, justo en el preciso momento en el que ambos estaban preocupados por la
cotidianeidad de sus vidas.
No sé bien cómo ocurrió –no
soy médico, solo un humilde narrador– pero durante el intercambio de fluidos,
utilizando la sopa como vaso comunicante, se produjo un reemplazo existencial a
nivel neuronal. El hombre empezó a vivir como una mosca, y la mosca como un ser
humano.
Fue raro para ambos. (Creo que
sería raro para cualquiera.)
En principio, el hombre se
sintió asqueado por su reciente actitud revoltosa. Le molestó vomitar su propia
comida para volverla a comer, defecar cada cuatro minutos y que las personas
intentaran sacárselo de encima. Sin embargo, su ángulo de visión de 360° no le
resultó desagradable en lo absoluto Veía todo a su alrededor, y además tenía
más de 15.000 papilas gustativas repartidas en sus patas. Veía y sentía todo.
Aprovechó para volar hacia lugares fascinantes. Y así, por primera vez, se
sintió realmente libre.
Vivió únicamente 30 días, como
casi todas las moscas, pero fueron los mejores de su vida.
Por su parte, la mosca llevó
una vida de humano. Le exigieron utilizar ropa incómoda para mostrarse en
sociedad. Por la mañana se levantaba temprano, trabajaba, volvía a su pequeño
departamento para mirar algo de televisión y cenaba; luego el día se repetía.
Tuvo que pertenecer a una clase, a una sociedad, a un país, a un continente y a
una civilización. Encontró que el universo era misterioso y desconcertante. Se
sintió desahuciada. Necesitó amor y cuidados.
Acumuló cosas que luego tiró.
Vivió solo 30 días. Un pico de
estrés terminó con su existencia.
[MICROCUENTO #8]
"Revelación"
Un día, el Hombre Detrás del
Espejo me dijo:
"Te das cuenta de que yo
soy el real, y vos nada más que un simple reflejo, ¿no?".
[MICROCUENTO #9]
"El horno"
La gota empezó a derramarse
por el escuálido cuerpo de aquel chico. Recorrió la frente, la nariz, la boca,
y finalmente se estrelló contra la hoja en blanco. La hoja permaneció ahí,
inmutable, sosegada, negada a escribirse por sí misma. En el momento en el que
—del aburrimiento— la gota y la hoja comenzaron a hablar animadamente, él se
dio cuenta de la aterradora verdad. Haberle vendido el alma al demonio le iba a
permitir aprobar ese absurdo examen final, pero, ¿cómo salir del abrasador
horno después?
[MICROCUENTO #10]
“No hay reloj sin relojero”
Aristóteles, Tomás de Aquino,
Anselmo de Canterbury, Descartes, Gödel, Hegel y muchos otros filósofos lo han
intentado. Yo mismo he descubierto una demostración indestructible de la
existencia de Dios. ¡Qué picardía! Un microrrelato menor a cien palabras es
demasiado reducido como para abordarla.
***
=>> Otros posts sobre MICRORRELATOS
en el blog: “El horno (microrrelato)”;
“Un sencillo diálogo (cuento);
“La maldición (o “Una sopa existencial”)”;
“Los delicados riesgos de oprimir un botón
sin leer las instrucciones”, “Entrevista a Denise Lopretto, de Primera
Naturaleza”; “Análisis del microrrelato El Dinosaurio”;
“Una caracterización vertiginosa de la
microficción”. <==
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