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jueves, 20 de diciembre de 2018

Brasil 2018 – Parte 2: Buzios, Arraial do Cabo y Cabo Frío


Segunda parte de mi viaje por Brasil. En esta nota recorrimos Buzios, Arraial do Cabo y Cabo Frío. Leé la primera parte de mi viaje a Brasil acá.




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Llegada a Buzios (sábado 15/12)

La llegada a Buzios desde Río de Janeiro fue bastante agotadora. Tomamos un taxi a la terminal (40 R$) y luego un colectivo de línea que tardó cuatro horas (75 R$ cada uno). A las 4 de la tarde estábamos en la posada Solar Dos Navegantes, donde nos atendió Ana, una argentina muy piola que hasta nos prestó su sombrilla al día siguiente para la playa.

Ana vive en Buzios hace 23 años, tiene un hijo y una vida hecha en el lugar. A lo largo del viaje conoceríamos un montón de argentinos que se fueron del país en busca de algo diferente. No necesariamente mejor, pero al menos distinto. Ella es una mujer siempre sonriente, con buenos consejos para los turistas y mucha buena onda. Son el tipo de placeres que le agregan un plus a la estadía.

La posada es humilde, pero muy cómoda. La sacamos por Booking a un precio más que razonable: 1400 R$ (unos 14.000 pesos argentinos) por 7 noches. Eso porque yo reservé justo para la semana antes de la temporada alta, que arranca el 20 de diciembre y se extiende hasta abril.


Posada Solar Dos Navegantes, Buzios

En la posada sirven tremendo desayuno buffet por la mañana y algo de merienda a las 18, unas tortas caseras, té y café. Es chiquita, rústica, pero tiene una excelente ubicación (ocho cuadras del centro, cuatro de la costanera y un poquito más para la playa), pileta y un hidromasaje. Hay un living con mesas y sillones. Si bien te prestan platos y puede utilizarse el microondas, no es posible cocinar.

La habitación tiene ventilador, aire acondicionado y una heladerita con frigobar que viene bárbaro.

Ese día nos acomodamos en la habitación, utilizamos un rato el hidromasaje con Benja y nos tomamos unos buenos mates. Entre charlas, Ana nos contó la situación de Buzios: todo es muy caro (ya comenzamos a notarlo nosotros cuando llegamos) y se vive exclusivamente del turismo. Afortunadamente es muy seguro (no hay favelas ni robos violentos) y hay una BOCHA de argentinos (unos 4000) que han formado una pequeña comunidad.

Un punto importante es que el agua no se puede tomar. Esto implica que siempre se debe estar comprando agua mineral, que puede llegar a ser costosa. Nosotros encontramos la botella de 1,5 litros a unos 3 R$. No es una locura, pero comparando que en Bahía sólo le compramos agua mineral a Benjamín, es un costo adicional a considerar.

Más tarde paseamos por la costanera y el centro. Nos llamó la atención que no es nada fácil conseguir verdulerías. La peatonal no tiene demasiada vida más allá de bares, restaurants y locales de ropa. Parece el Shopping de Bahía Blanca. Aun así, es muy pintoresco y lindo para caminar.


Costanera de Buzios. La foto la sacó un pibe piola de La Plata. Benjamín salió con cara de diablillo.

De vuelta en la posada, como ya era tarde pedimos un delivery. Recibimos ayuda con el portugués para que nos enviaran strogonoff de carne y fideos para Benjamín. Más tarde descubríamos que hay muchísimos deliveries manejados por argentinos, donde directamente los podés contactar por Whatsapp.

Praia Dos Ossos (domingo 16/12)

Una particularidad de Buzios es que tiene más de una decena de playas para elegir y son todas muy diferentes entre sí. Hay algunas con aguas más calientes o frías, más de fiesta o familiares, grande, chicas, de aguas ideales para el surf o más tranquilas. De hecho, mucha gente recomienda pensar en qué tipo de playa uno prefiere tener cerca antes de buscar el alojamiento.

Aquel primer día consultamos con Ana quien nos recomendó Praia Dos Ossos. No sólo estaba unos 15 minutos caminando por la costanera, sino que además es ideal para la familia.

Es muy playa muy chiquita (tendrá 300 metros de extensión) pero acogedora, con aguas tranquilas y transparentes. La temperatura del agua no es como en el Caribe pero está muy lejos de ser helada como en Necochea. Yo me pude meter con muchísima tranquilidad y soy bastante friolento.


Monumento a los pescadores. Allá, a lo lejos, chiquito, estoy yo.

Esta fue la primera vez que Benjamín se metió al mar (si bien antes lo habíamos llevado a Monte Hermoso alguna vez). Al principio no se copó nada, pero entre juegos y risas se fue animando y después ya no quería salir.

Al mediodía caminé sólo al centro para averiguar varias cosas. Quería encontrar un lugar que vendiera comida por kilo, contratar un transfer para el aeropuerto para el próximo sábado y averiguar por tours a Arraial do Cabo, que teníamos ganas de conocer. Logré hacer todo, a costa de recontra cagarme de calor y andar como loco.

La comida por kilo es una excelente opción para evitar los carísimos restaurants. Te podés servir comida casera y típica del lugar y llevarla a tu posada. En general está de 4 a 9 R$ cada 100 gramos, dependiendo del lugar. Hay, por lo menos, tres o cuatro lugares en el centro.

A mí me gustó La Caverna, que vende comida por kilo a 6,90 R$ los 100 gramos. Tiene muchísima variedad y gran calidad. Comenzamos a hacer uso y abuso de ese lugar.

El transfer al aeropuerto de Río de Janeiro costó 90R$ cada uno. Son tres horitas de viaje y nos buscan por la posada. El tour a Arraial do Cabo lo pagué 130 R$ por persona.

Por la tarde conocimos a Agustina, la hija del dueño de la posada que trabaja los turnos de la tarde. La familia se vino de Ituzaingó a vivir a Buzios hace unos 7 años. Al día siguiente conoceríamos a su padre, Juan Martín.

La tarde continuó con siesta, pileta con un flotador que le compramos a Benjamín y un paseo por el centro donde compramos un pituco bolso playero, algo de comida y helado. Volvimos para cenar y descansar.


Flotador con techito para Benjamín.

Las playas del centro (lunes 17/12)

Como siempre, nos levantamos temprano para aprovechar el fantástico desayuno buffet que ofrecen en la posada. Entre las tortas caseras riquísimas que hacen, los tostaditos de J y Q, el huevo revuelto o la fruta, no sabés con qué arrancar.

Luego partimos para las playas del centro, que queden justo al norte de la peatonal. Puntualmente estuvimos en Praia do Canto, que es más para la gente local pero el agua estaba súper calentita. Había un viento terrible, con lo cual no pudimos terminar de aprovechar.

La playa es medio bodrio porque no tiene demasiada infraestructura (pocas bajadas, poca sombra, muchos barquitos en el agua) pero se pueden sacar tremendas fotos. La verdad es que, de una ciudad con tantas playas exóticas, ésta es bastante básica y no vale la pena. Pero como la idea era pasar luego por el centro, nos quedaba de paso.


Algún día hijo, todo esto será tuyo. Sólo asegurate de no acercarte al Cementerio de Elefantes. 
Ah, y tu tío Skar va a asesinarme y culparte para quedarse con el trono. 
Como en Hamlet.

En el centro nos hicimos con una exageradamente cara toalla que necesitábamos (65 R$), aprovechamos que Benja se había palmado para meter una Bob Burguer (el Mc Donald´s brasileño. Zarpado combo de 27 R$) y cambiar algo de dinero.

Conseguí una mejor tasa que en el aeropuerto de Río de Janeiro, me cambiaron a 3,75 (contra 3,35 que había conseguido allá). El problema es que, al parecer, tengo 50 dólares de una denominación antigua que no me quiere cambiar nadie.

Volvimos a descansar a la posada para más tarde salir, nuevamente, a Praia Dos Ossos. Equipo ganador no se toca.

Sin embargo, la tarde no estuvo tan copada. Al lado nuestro teníamos a una familia brasileña de madre, padre y Brian, un niño de la edad de Benja que se nos pegó como sanguijuela y no quería irse. Jugaba con los juguetes del Benja, nos pedía de sus cereales y, mientras tanto, los padres dormían o hablaban por celular. Un garrón.

Así y todo, fue una linda tarde de playa.


Praia Dos Ossos, Buzios


Praia da Tartaruga (martes 18/12)

Nos despertamos con la idea de conocer Praia da Tartaruga, que tiene fama de ser perfecta para familias.

Esa mañana estaba atendiendo Juan Martín, el padre de Agustina quien alquila la posada desde hace varios años para llevar adelante el negocio. Él nos pidió un Uber para llegar a Tartaruga. En mi vida había tomado uno, pero ya era tiempo de amigarme con esta nueva forma de tomar taxis. De hecho, me gustó el sistema y creo que me voy a descargar el app para mí.

El Uber nos cobró 18 R$ para llegar a la playa (quedaba demasiado lejos de nuestra posada como para ir caminando). Un taxi de regreso, unas horas más tarde, nos cobró 30 R$, así que Uber ganó esa batalla.

Tartaruga nos pareció muy linda si bien bastante concurrida. No es tan extensa. Tendrá 2 km de punta a punta. El agua estaba hermosa y tranquila. Nos pudimos meter con Benja sin problemas. Yo aproveché a salir a trotar un poco y nadé hasta algunas rocas.


 Playa Tartaruga, Buzios

La playa tiene un afloramiento rocoso en el centro que permite la vegetación y fauna marítima. Para los que les gusta el snorkeling, es una buena opción. Nos gustó también que tuviera muchos árboles, con lo cual era sencillo conseguir sombra sin tener que pagar 30 R$ por un alquiler de sombrilla.

A la vuelta pasamos por el centro, donde continué mi infructuosa tarea de cambiar mis 50 USD de denominación antigua. (Spoiler alert: no lo logré. Ni los mendigos me aceptan mi pobre billete)

Compramos yerba, que nos hacía falta, por 24 R$ el medio kilo. Carísima, una locura. ¡Son 240 pesos argentinos! La verdad es que Buzios es bastante caro, especialmente en cuanto a comida y bebida.

Nosotros llegamos pensando en un presupuesto para gastos varios de 150-200 $R por día (30 a 50 USD), pero nos encontramos gastando más de 300 R$/día en ocasiones. Creo que, en promedio, todo es un 50% más caro que en Argentina.

La tarde fue de pileta, seguida por un paseo por la costanera. Nos acostamos temprano porque al día siguiente tendríamos nuestro esperado tour.


La pileta de la posada Solar Dos Navegantes

Arraial do Cabo y Cabo Frío (miércoles 19/12)

El tour tuvo sus puntos interesantes, pero resultó estar un poco inflado. Si bien conocimos algunas playas increíbles, el problema es que hay mucho tiempo muerto en traslados y se hace bastante pesado.

Nos pasaron a buscar por la posada a las 8.15 hs aproximadamente. Ahí arranca la peripecia. Fuimos al centro a que nos pusieran unas banditas y llenar unos papeles y después a un colectivo que nos llevó hasta Arraial do Cabo. Un viaje que dura más o menos hora y media, si bien son nada más que 35 km.

Desde ahí, una caminata de diez cuadras por el centro hasta el puerto, donde tuvimos que hacer fila quince o veinte minutos (con el Benja encima, y muertos de calor) para poder pagar la “tasa marítima” de 8 R$ (un costo adicional que se nos informó recién arriba del colectivo).

De ahí nos subimos a un barquito que junta a varios grupos (de varios tours). Arriba está lindo, hay agua libre, música, buena onda. Sin embargo, no está especialmente pensado para niños y había más gente de la que podía sentarse. Por suerte nosotros encontramos un rinconcito para ubicarnos.

Vimos la famosa Gruta Azul, desde lejos y dos minutos. Supuestamente es el tercer punto más visitado de Brasil, pero me pareció una cagada. No le encontré ningún atractivo. Es tan solamente formación rocosa que debe su nombre (súper ingenioso) al color que toma el agua en todo el sector por sus fondos de arena blanca.


La famosa gruta azul. Nothing to do here...

La segunda parada fue, para mí, la más impactante. Praia do Farol es una de las playas más destacadas de todo Brasil y fue elegida como la mejor del país por tercer año consecutivo. Es, ciertamente, un pequeño pedazo de cielo.

El problema es que para llegar te llevan en un botecito más pequeño (nuevamente, con niños todo se complica el doble) y ahí estás unos 20 minutos, aunque originalmente te hayan dicho que son 40. Lo que es peor, no hay sombra por ningún lado como para cubrirse de los ataques del sol.

Eso sí: el agua estaba INCREÍBLE. Es un auténtico paraíso terrenal. De hecho, lo llaman el “caribe brasileño”. Para mí la ciudad de Arraial es más como un primo lejano del Caribe. Como tomarte un fernet con Pepsi o cuando no te alcanza para Morgan Freeman y lo ponés a Michael Caine. Son buenas imitaciones, pero no son como el original.

El tema con Praia do Farol es que es considerada una reserva natural, por lo que el máximo de tiempo de permanencia es de 30 minutos, y sólo se puede acceder por barco. La arena es increíblemente blanca (está fresquita ya que refleja los rayos del Sol) y el mar súper transparente. Es un verdadero lujo.


Benja y yo en Praia do Farol

La parada siguiente fue Prainhas do Pontal, una playa más concurrida porque es posible acceder a pie o en auto. De casualidad encontramos a una familia brasileña que nos cedió un poco de su sombra para ubicarnos. La playa estaba que explotaba de gente. Teníamos 30 minutos para disfrutar nomás.

Por último, el barco paró a mitad del mar, en Praia do Forno. Ahí podíamos tirarnos al agua desde la borda (con flotadores disponibles). Nuevamente, el tiempo era muy limitado (15 minutos).

Alrededor de las 15.30 hs llegamos al buffet donde almorzaríamos. En el medio charlamos con un cordobés que llegó a Buzios para escapar de la vida en Argentina; estaba buscándole la vuelta. Era el fotógrafo oficial del tour, peluquero de oficio y además… ¡preparaba alfajores de maicena! Le compramos 3 por 10 R$. Estaban buenísimos. El buffet estuvo muy bien, aunque cobraban bebida y postre aparte. Yo me clavé tres platos de todo tipo de carnes.

Luego recorrimos un poco de Cabo Frío, una ciudad bastante fea pero con playas extensas y hermosas (si bien con agua un poco más fría). El bus se detuvo unos 15 minutos en una playa para poder mojar los pies y sacar dos fotos (literalmente, porque el tiempo no te daba para más).


Playa de Cabo Frío. Mucha extensión y arena blanca

La vuelta se hizo larga. Otra hora y media para volver a Buzios y una hora más hasta que el conductor se dignó al fin a dejarnos en nuestra posada. Para esa altura eran las 19 hs.

Como conclusión, el tour fue un 6/10. Está bueno para conocer varias playas en un mismo día. Sería bastante más engorroso hacer toda esa movida por uno mismo, pero al mismo tiempo es medio un choreo. Es mucho más el tiempo que pasamos en buses y barquitos que disfrutando de playas.

Un problema con este tipo de excursiones es que te llevan a las corridas para todos lados. Lo que es peor, la guía hablaba un portuñol inentendible. Qué se yo, al menos nos quedó un lindo recuerdo de esas hermosas playas que pudimos conocer por un par de minutos.

¡En unos días sale el final del viaje con la tercera parte!


Benjamín no puede esperar al próximo post (?)

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2 comentarios:

  1. El problema acá es que encaraste las vacaciones como si todavía estuvieras soltero, y solo!
    Con un pibe las ancias de descubrir y el afán de aventura quedan en modo "hibernado".
    Muy buen relato, por otra parte
    La mentira de salir a trotar, era necesaria?

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