Hace muchísimos años
que tengo ganas de ir a la Fiesta
Nacional de la Cerveza en Villa General Belgrano. Este año finalmente se
dio la combinación de oportunidad, tiempo, (algo de) dinero y amigos cerveceros
con las mismas ganas que yo.
El Oktoberfest en
VGB se celebra tradicionalmente durante el primer y segundo fin de semana de
octubre, recordando la cosecha de la cebada en Alemania. Desde que fue
declarada “Fiesta Nacional” en 1972,
cada año se festeja en toda la ciudad con stands de cerveza artesanal, comidas
típicas de centroeuropa, bailes, música y artesanías.
Disfruté mucho del
fin de semana, si bien tengo mis reservas respecto a ciertas cuestiones que iré
comentando en este diario de viaje. Como siempre me gusta hacer, este es un
recuento de algunas anécdotas memorables y unos tips/consejos para quienes
quieran sumarse en próximas fiestas.
Los protagonistas de
esta historia, además de quien escribe, son
Santiago y
Christian (célebres
participantes de mi viaje por
los
Refugios de Montaña de El Bolsón el año pasado) y la invitada estrella:
Mariana. Los cuatro formamos un grupo con
el que supimos convertir los jueves en una juntada sagrada para tomar buena
birra.
Comencemos.
***
La logística previa: alojamiento y transporte
Dos cosas debíamos
decidir antes de partir hasta
Villa General Belgrano
en la provincia de Córdoba: ¿Cómo llegamos hasta allá? y, ¿dónde vamos a
dormir?
Arrancamos a buscar
alojamiento en agosto cuando –luego de varias idas y vueltas y algunos giros
inesperados del destino (como que Santiago
consiguiera trabajo en Neuquén y se mudara desde Bahía Blanca hasta allá)– nos
propusimos firmemente a realizar el viaje.
Este fue un primer
error: Villa General Belgrano ya estaba ocupada prácticamente al 100% y no logramos
conseguir absolutamente nada.
De esto nos íbamos a perder de no conseguir dónde dormir...
De hecho, costó
muchísimo encontrar un techo. Un amigo del laburo me dijo que
es mejor
reservar en mayo, porque ya en agosto está todo lleno (dicho y hecho).
Finalmente conseguimos dos cabañitas muy lindas en
Santa Rosa de
Calamuchita, un pueblito que queda a 12 km de VGB.
Las cabañas Husy Samy estaban muy completas, bien
ubicadas (8-10 cuadras de la terminal) y a precios razonables. Pagamos 1500$ la
noche. En una cabaña de dos podían caber, tranquilamente, 3 personas.
La nuestra con
Santiago tenía un hidromasaje que nunca
usamos, cocinita, parrilla, microondas, utensilios, café, té, etc. Todo muy
completo. Por la mañana te dejaban algunas facturitas para el desayuno. (acá pueden
leer los
reviews
de TripAdvisor). La verdad es que yo les habría agregado una pileta, pero
más allá de eso, estaban bien.
El otro punto a
definir fue cómo íbamos a llegar. Hay detalles menores que no vale la pena
aclarar, pero la cuestión es que salimos los cuatro desde Neuquén en auto: 1100
km atravesando Neuquén, parte de Río Negro, la Pampa, San Luis y, finalmente,
Córdoba.
Santiago, nuestro
conductor de cabecera, se armó un mapa con la mejor ruta para tomar. El GPS
hizo el resto.
Un mapita a la antigua.
Salimos el sábado
14/10 a las 5 de la mañana. Para el regreso, Christian y Mariana se subieron a
un colectivo a Bahía Blanca en Río Cuarto y yo volví con Santiago en auto,
donde se vivieron algunas otras aventuras locas con la policía. Pero ya
llegaremos a eso.
Sábado 14/10 => La salida en auto
Sabíamos que sería
un viaje largo (interminable para algunos) por lo cual teníamos encima unos
ricos mates, galletitas y unas 40 empanadas de carne que, convenientemente, yo
había preparado el día anterior. También teníamos 6 CD´s con música de todos
los géneros, desde reggaeton y pop levantador hasta metal romántico, pasando por rock nacional, música corta-venas y rock clásico.
Por mi parte me
llevé dos libros para leer:
Madagascar,
del argentino
Luis Benítez, una
fascinante historia de aventuras y piratas que ya voy a reseñar en el blog, y
una antología de cuentos hermosa, obsequio de
Marcelo Kisilevski, un compañero escritor de la comunidad de
Literautas.com.
El viaje fue muy tranquilo,
excepto por una pobre paloma a la que se le hizo la noche al atravesar la
parrilla del auto. Estúpida paloma.
En San Luis nos
decepcionamos bastante con el estado de las rutas, que estaban llenas de pozos
y baches traicioneros (de hecho, nos comimos uno bastante fuerte). Por otro
lado, había escuchado que la provincia se jactaba de tener wi-fi en todos
lados: nada más lejos de la realidad.
Zafamos (zafé) de
una infracción en la frontera entre San Luis y Córdoba por no tener puesto el
cinturón. Una mentira rápida, astuta y eficaz de Santiago nos libró de pagar.
De más está decir que nunca más me
saqué el cinto durante el viaje.
Llegando a Córdoba,
hicimos todo lo humanamente posible por evitar multas, ya que los cordobeses
tienen la fama de hacerte pagar por cualquier cosa.
Los consejos a seguir son
sencillos: no pasar de 110 km/h, tener las luces bajas, hacer guiños al cambiar
de carril en la autopista y siempre tener cinturones abrochados.
Lo que sí es destacable
es la nueva autopista cordobesa, que es una maravilla. Felicitaciones a la
provincia. Es un placer viajar por esa zona. (San Luis => apestás.
Aprendé de tus vecinos).
Llegada a Santa Rosa de Calamuchita
Luego de 11 horas
con el culo arriba del asiento, llegamos a Calamuchita
a eso de las 3 o 4 de la tarde. En las cabañas los chicos se acostaron un rato mientras
que yo aproveché a leer y recorrer un poco (odio dormir siesta). Nuestras
vecinas eran un grupo de santiagueñas ultra tatuadas, en la cabaña detrás, y
unas simpáticas porteñas, en la cabaña de adelante.
Más tarde nos
dirigimos a pie hacia la terminal para subirnos a un colectivo que nos llevaría
hasta VGB. Esa era una preocupación inicial, pero al final resultó ser bastante
sencillo.
Hay, por lo menos,
dos o tres líneas que salen cada media hora a los distintos pueblitos de
Córdoba, con lo cual no es complicado llegar desde Calamuchita hasta Villa
General Belgrano. El colectivo Pájaro
Blanco, por ejemplo, nos costaba 38$ el viaje, mientras que Buses Lep cuesta un poco más (45$)
porque es más cómodo.
Siempre que subimos
estuvimos acompañados de cordobeses que, desde temprano, agitaban con cantos,
música y arrancaban a chupar arriba del colectivo. El viaje, por suerte, dura
apenas media hora. De todas formas, los mismos pibes que veías cantando y haciéndose
los copados en el colectivo se volvían medio pecho-fríos al bajar.
El centro de Villa General Belgrano
Había estado en VGB
hacía muchos años (casi una década, desde que hice un viaje por todas las
sierras de Córdoba con mi familia), por lo cual no lo recordaba demasiado.
Al pisar el pueblo,
lo primero que quisimos hacer fue conseguir un jarrón donde poder verter nuestra
cerveza. Este representó uno de los tantos errores económicos que cometimos
durante la travesía. Estábamos tan deseosos de comenzar a tomar birra que terminamos
comprando mal y caro.
Foto con dos guachines...
Para que no cometan
el mismo error que nosotros, busquen un local de jarrones que está al lado del
Banco Macro, sobre la calle peatonal principal. Tiene más variedad y mejores
precios que cualquier otro lugar que hayamos visto. No sean como yo, que caí en
una trampa de turista y terminé pagando 70$ extra por mi jarroncito de cerveza.
La onda del lugar es
que uno puede tomar cerveza tranquilamente en la calle, mientras que en
cualquier otro momento del año esto es ilegal en la ciudad (y en el resto del
país también). Caminar por la calle con tu jarrón de cerveza, intercambiando
palabras alegres con todo tipo de gente, sentándote en ronditas en las plazas, es
un placer enorme. Para mí es una excelente forma de pasar una tarde.
Nuestra primera
parada (otro de los tantos errores antes mencionadas) fue en El Viejo Munich, un restaurant que se
jactaba de tener “excelente cerveza artesanal”. Grave, gravísimo, error. Su
cerveza no sólo no era ni siquiera pasable, sino que además nos tocó una moza
que parecía estar al borde de un ataque de nervios.
Compramos cuatro
pintas y unas papas. Cuando la chica nos trajo la bandeja se quedó,
literalmente, parada con la mirada fija, colgando por unos segundos. Como si se
le hubiera apagado el procesador. Parecía a punto de largarse a llorar. Actuaba
de forma tan extraña que hasta nos dio un poco de miedo que, de hacer algún
chiste poco sensible, ella quebrara ahí nomás.
Afortunadamente, en
frente encontramos un lugar de recarga que tenía cerveza más pasable, aunque
pronto descubriríamos una aterradora verdad: los cordobeses no saben hacer
buena birra, y tampoco les importa.
A la gente del
pueblo le da lo mismo tomar una supuesta artesanal que una Isenbeck, las
cervezas te las vendían por “colores” (en lugar de mediante estilos) y ningún
cervecero cordobés era capaz de hablarte de forma más o menos técnica sobre su
producto.
Las charlas que se daban eran más o menos así:
NOSOTROS: ¡Hola!
¿Tienen cerveza artesanal?
CORDOBESES: Sí,
claro, obvio. ¿Adónde te pensás que estás, papá?
NOSOTROS: Uh,
genial, queremos recargar nuestros jarrones que pagamos a un precio desmedido
por apurarnos en la compra. ¿Qué tipo de cerveza tienen?
CORDOBESES: ¿Cómo “qué
tipo”? ¡Tipo artesanal!
NOSOTROS: Sí, sí,
claro, pero... ¿de qué estilo? IPA, Honey, APA, Scottish, Porter...
CORDOBESES: Eh...
tipo artesanal... eh... negra, roja y rubia... No, pará, negra y rubia no hay.
Sólo roja. ¿Quieren o no?
NOSOTROS: (-.-)
Christian,
quien tiene una historia de decepciones con los cordobeses que data de varios
años, era a quien menos le daban risa este tipo de conversaciones.
Paseamos por el
pueblo, estuvimos averiguando para ir al predio al día siguiente. En un momento
nos terminamos sentando a comer unas típicas salchichas alemanas.
Admito que estaban
ricas, si bien costosas. Por 220$ te daban una salchicha con queso y panceta
más una guarnición escasa de papas fritas a la barbacoa. Si me preguntan, no le
habría dicho que no a una salchicha más.
Durante esa tarde
cruzamos palabras con bastante gente, que venía de todos lados. No me encontré
con tantos extranjeros como habría esperado. Si charlé con algunas tucumanas
divertidas, gente de Buenos Aires (muchísima) y muchos ebrios horribles con la
lengua demasiado suelta como para adivinar su procedencia.
Llegamos a casa
alrededor de la medianoche. La verdad es que estábamos todos muy cansados.
Domingo 15/10 => Embalse Río Tercero
El domingo fue un
día intenso por la cantidad de cosas que hicimos. Yo me levanté un poco antes
que el resto, porque cada vez soy más viejo choto y duermo poco. Temprano vi el
capítulo de Dragon Ball Super (un clásico del fin de semana) y
avance con algunos otros videos de Youtube mientras me tomaba un café.
El día estaba
hermoso. Soleado y sin viento. Tomamos unos mates afuera, decidiendo qué hacer.
Una opción era quedarse en las cabañas, jugar unas cartas, tirar algo a la
parrilla. En su lugar decidimos salir en el auto a recorrer la zona.
Llegamos hasta el
mirador de
Embalse
Río Tercero, donde sacamos fotos, compramos algún que otro salamín (yo sólo
me dediqué a comer estratégicamente de las muestras gratis) y tomamos unos
mates rodeados de turistas, naturaleza y muchos puestos de artesanías.
A mitad de la ruta
encontramos una parrilla libre que nos tentó: Locos por la Parrilla. Por 220$ (sí, lo mismo que habíamos pagado
el día anterior por una mísera salchicha) podríamos comer toda la carne que
quisiéramos.
Llegamos a las 11 y
pico a almorzar y nos fuimos varias horas después. El lugar, en cuanto a
comida, es recomendable. Sin embargo, todo llegaba con muchísima demora. Creo
que es algo más relacionado con la idiosincracia del cordobés, porque esa “paja”
para atender (y para hacer cosas en general) la vivimos en varios otros
momentos también.
La entradita de la parrilla jugaba en primera.
Comimos muy bien,
pero los platos con la carne que pedíamos llegaban a intervalos de veinte
minutos a media hora. Un desastre en ese sentido. Al regreso llegó la siesta de
los demás y luego nos preparamos para el evento principal: el predio del Oktoberfest.
El predio del Oktoberfest
Este año, a
diferencia de otros anteriores, la fiesta principal no era en el centro sino en
un predio a unas 15 cuadras desde la peatonal principal, en el Bosque de los
Pioneros. También existe un colectivo gratuito (Bier Bus) que sale desde la terminal y te deja en la puerta, para
los más vagos que no quieren patear.
Me alegro de haber
caminado porque ya ahí te cruzabas con un montón de gente yendo y viniendo.
Allí le avisamos a un pibe que tenía un pene dibujado en su frente (el pobre se
llevó una sorpresa poco grata) y vimos a un pequeño spiderman sacándose una
foto con un vikingo, un momento demasiado tierno con el que casi nos largamos
todos a llorar.
La entrada estaba bastante
salada (500$). Pudimos haber conseguido algo más barato comprando anticipadas.
Una lástima. Por suerte podían sacarse las entradas con tarjeta de
crédito/débito, lo cual fue genial porque ya ninguno contaba con mucho efectivo
y los cajeros de la ciudad no tenían dinero (¡otra cosa fundamental a tener en
cuenta!)
Este valor era el
más caro porque el domingo era el evento principal y más grande. Al ingresar no
nos arrepentimos para nada de haber pagado, ya que el lugar –por lo menos eso me
pareció a mí–era fantástico.
El primer dato
fundamental es que ahí podían conseguirse cervezas no más caras que en el
centro (200$ el litro, aproximadamente) pero de una calidad muy superior. El
motivo era claro: allí estaban los grandes cerveceros nacionales como Antares, que tienen un amor (y
conocimiento) mucho más grande por la birra que el cómodo cervecero de pueblo
cordobés.
Se hace díficil
describir la inmensa cantidad de momentos y situaciones que se vivieron en esa
divertida noche. Menos aún hacerlo en orden cronológico. Hicimos ronditas
aleatorias con gente random, nos cruzamos varias veces con un par de divertidos
uruguayos, saltamos la soga (en un intento fallido de obtener 30% de descuento
en birra) y vimos varios espectáculos y juegos para beber.
La atmósfera que se
vivió en el lugar fue increible. Todos tenían buena onda para charlar y reír.
Los policías estaban para brindar seguridad, no para ponerse la gorra.
Hay algo en este
tipo de fiestas que me encanta. Siempre odié los boliches porque: (1) odio
bailar y (2) amo charlar/hablar/boludear (la música del boliche no te permite
eso). El predio lograba un equilibrio entre un ambiente tipo boliche, con mucha
gente (aunque igual era posible transitar) y mucha música, pero al mismo tiempo
era perfectamente posible hablar sin tener que andar a los gritos.
Entre algunas otras
anécdotas, que fuimos recordando al día siguiente, es posible mencionar una
guerra de sillas entre Santiago y Mariana, una buena cantidad de fotos
perturbadoras comiendo salchichas, la terrorífica presencia del payaso Pennywise, las dos personas con
máscaras de viejas que te clavaban un pico y un gorro que, misteriosamente, le
desapareció a un ebrio que dormía sobre un árbol y apareció, como por arte de
magia, en la cabeza de Santiago.
Después de dos o tres birras, todos flotan...
La dama y el vagabundo, versión ebria.
Una de esas dos viejas me clavó un pico. No QUIERO recordar cual.
"¿Vos viniste con tu novio y los boludos de sus amigos? ¡Vení, saltá la soga conmigo!"
Sabias palabras.
Este flaco se pegó un palo bárbaro pero igual posó para mi foto.
Ciertamente, una
noche muy memorable.
Lunes 16/10 => El regreso
Durante toda la
vuelta en auto fui pensando lo mismo: qué lindo que estuvo y qué pena que fueran
tan pocos días. Debido a nuestras apretadas agendas, no fue posible estar más tiempo
por allá. Me parece que faltó un día en el que pudiéramos relajarnos un poco
más.
En el afán de querer
probar y conocer todo, estuvimos siempre apurados. En su lugar, debimos
habernos tomado el tiempo para desacelerar (algo que a mí me cuesta muchísimo,
y más en un viaje). Al final, uno termina más cansado en las vacaciones y logra
descansar apenas lo justo y necesario para seguir.
Oktoberfest
en Villa General Belgrano es súper disfrutable cuando uno tiene en cuenta
ciertas cosas. Primero, que la birra dentro del pueblo no aprueba, por lo que
no es necesario desesperarse por consumirla. Más vale tomar una Heineken o un
vino en el centro y guardar el dinero para la buena birra en el predio, donde
están las mejoras cervecerías con sus stands.
Segundo, es un viaje
largo para los que venimos del sur, por lo que estar dos días no termina de
rendir. Lo ideal, en mi opinión, es estar cuatro: viernes, sábado, domingo y
lunes. Hay muchos pueblitos cerca de Villa General Belgrano que valen la pena
para recorrer y conocer.
Es importante
también empezar a organizarse desde muy temprano, particularmente en cuanto al
alojamiento. Lo mejor es conseguir techo en Villa General Belgrano, para aprovechar mejor los tiempos allá.
Por otro lado, cuántos
más amigos sean en este tipo de lugares, mejor. Nuestro grupo de cuatro fue
bastante perfecto por los lugares en el auto y porque siempre podían armarse
grupitos de dos para cuando nos separábamos.
Es cierto que conocés
a gente de la vida, y terminás a los abrazos con cualquier desconocido, pero
las historias y anécdotas más recordables se quedan siempre en tu grupo de
amigos.
Como lugar para conocer,
lo recomiendo mucho. Si bien, en mi caso no creo que vuelva en ningún tiempo
cercano porque queda muchísima más Argentina por visitar.
El viaje de regreso
fue un poco así, meditabundo, espiritual, reflexivo. A Christian y a Mariana los
dejamos en Río Cuarto, donde tomaron
un colectivo a Bahía Blanca, y con Santiago seguimos hasta Neuquén,
charlando/analizando el viaje, escuchando buena música y tomando unos verdes.
Eso sí, porque en
Argentina es prácticamente inevitable, nos comimos una multa. En la frontera
San Luis – La Pampa, un control policial nos hizo la infracción por tener el
matafuegos vencido.
¡C'est la vie!
***
Los círculos rojos ERAN necesarios.
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