Género: romance / intriga
En
un post anterior les mostré el primer cuento que me animé a publicar en mi
blog. Hoy les presento el segundo.
Forma parte del taller literario online que ofrece la gente de Literautas.com,
un curso gratuito, original y por demás interesante.
Este
mes la propuesta fue un relato de menos
de 750 palabras con la condición de mostrar
una historia basada en un vuelo retrasado en Navidad. Me parecía poético
que el cuento tratara sobre Año Nuevo (dada la fecha que se aproxima) así que
lo adapté.
Afortunadamente gustó y obtuve muy buenas críticas y un par de buenos consejos para mejorarlo. Uno de mis correctores anónimos mencionó: “Tienes la capacidad de jugar con el lector, de distraerle invitándole a creer lo que quieras para terminar rompiéndole los esquemas con el sorprendente final”. Esta frase inspiradora me quedó grabada, y bajo esa opinión les comparto mi texto:
– Y ahí estaba yo… 31 de Diciembre, atrapado en
el aeropuerto de Santa Cruz. Eso es en Bolivia – aclaró el abuelo Diego,
mirando con ternura a Sofía.
Jorge refunfuñó. Era
aquella historia fantástica de nuevo. Había oído a su padre hablar de ella
tantas veces que ya la conocía de memoria. Claramente, nunca había sucedido…
era imposible. ¿Por qué tenía que relatar ese mismo suceso en cada ocasión
familiar? Se dignó a seguir escuchando, aunque ligeramente irritado. Esta vez
el anciano dirigía el relato hacia su nieta, que lo escuchaba con atención.
–Lo único que quería era
regresar a casa – continuó, emocionado –. El vuelo se había cancelado así que
sólo había dos opciones: buscar un hotel y salir al día siguiente o esperar 6
horas para un vuelo de madrugada. Fuera como fuera, iba a pasar Año Nuevo en un
país extraño y solo, completamente solo.
La tetera comenzó a
chillar indicando que el agua ya había hervido. Jorge se levantó a preparar el
café preguntándose, por milésima vez, si su padre realmente creía su propia
mentira. Diego notó el desinterés de su hijo y comentó,
en voz alta, que su nieta ya estaba grande para entender. Sofía no le quitaba
los ojos de encima, absorbida por las palabras del anciano.
– Es curioso: un aeropuerto
es un lugar de encuentros felices, pero a mí me abrazaba una inmensa soledad.
Pero entonces ocurrió lo impensado. Allí estaba, sentada sobre una de las
butacas, la mujer más hermosa del mundo: tu abuela.
Jorge regresaba a la mesa
con café y unas galletas mientras su viejo seguía hablando, con unos ojos ya un
poco vidriosos por los recuerdos de aquella noche.
– Dicen que cuando uno
conoce al amor de su vida, Sofía, el mundo se congela por completo. Y es
cierto. A mí me pasó, lo único que escuchaba eran mis propios latidos del
corazón. Allí había un par de monjas con sus rosarios en las manos. Un
muchacho, de no más de 25 años, tomando la cartera de un distraído señor mayor,
que hablaba desesperadamente por teléfono. 5 segundos antes había habido mucho
movimiento: y ahora la escena era una fotografía hermosa. Miré hacia mis
alrededores, sin entender demasiado, y comencé a acercarme a tu abuela. Ella
tampoco se movía… pero me miraba. ¡Oh, sí! Me miraba.
Corrió una brisa, una
bocanada de aire fresco que ingresaba por la ventana semiabierta. Sofía seguía
mirando a su abuelo con una postura tan inmóvil como los protagonistas de su
historia.
– Me acerqué y le dije
una tontería… algo del estilo “también se
canceló tu vuelo, ¿no?”. Era un estudiante de Ingeniería, no un poeta… fue
lo que me salió. Todo el mundo en aquel aeropuerto volvió a moverse y ella me
mostró una sonrisa radiante. Era todo lo que necesitaba. Me senté y comenzamos
a hablar. Toda la noche. De alguna extraña forma, siento que el tiempo se
detuvo para mí también en aquel aeropuerto, y que nunca salí de allí – suspiró,
reclinándose hacia atrás –. Y gracias a esa noche mágica, un año más tarde
nació el ingrato de tu padre – finalizó burlón.
Un hombre con la edad de
su viejo, reflexionó Jorge, cuenta tantas historias que termina creyendo todas
y cada una de ellas. Era una metáfora preciosa, pero no había motivo para
ilusionar a una niña de 9 años sin razón.
– Bueno basta, papá –
comentó finalmente –. Estamos en el 2218. Sí: colonizamos Marte, y hasta
podemos comunicarnos con la mente. Pero nunca nadie, en la historia de la
humanidad, logró detener el tiempo… y mucho menos al ver al “amor de su vida”.
Diego, furioso, estaba
por responder cuando de pronto se quedó congelado. Alguien intentaba ingresar a
su cabeza. “Tranquilo abuelito, yo sí te
creo”, dijo una voz femenina dentro de él. Observó a Sofía con sorpresa y
se quedó sin palabras. No tenía idea que ella ya pudiera hablar con la mente. “No le puedo contar a papá… se enfadaría
conmigo si supiera que yo también puedo hacerlo. Detener el tiempo. Quizás se
saltó una generación, o tal vez papá no conoce el amor como vos y yo. Mirá,
dejame mostrarte”.
Las agujas del reloj se
detuvieron y Jorge se paralizó, con el café en la mano y sin siquiera
pestañear. Diego, aún con sus 75 años encima, se incorporó de un salto. Su
cuerpo entero temblaba de emoción. Miró a su nieta y sonrió. Sonrió con
la boca, con los ojos, con la nariz, con todo.
FIN
Link al cuento anterior: "Un ruido en un cajón" (aventura / intriga)
=>
El mes que viene sale otro cuento, mientras tanto los invito a seguir mis novedades a través de mi página <=
¡Feliz Año Nuevo para todos! Definitivamente, el 2013 va a traer muchas
sorpresas. =)