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martes, 5 de marzo de 2024

Mis días por Mendoza: parte 3 (#SeasonFinale)

 

Al volver desde San Rafael, la capital mendocina me sorprendió con varias cosas más. Entre ellas: un último gran trekking, una cena con viejos conocidos, la Vendimia 2024, una salidita a Arístides Villanueva y ¿un nuevo tatuaje? En esta nota, el final de mi viaje a Mendoza.


 


***


Miércoles 28/2 – Todos somos extraños (#Día 6)

Esa noche dormí muy mal. Quizás estaba pasado, ansioso o una combinación de las dos. La cuestión es que a las 5 a.m ya estaba con el ojo largo. Me dije a mí mismo que, si en unos minutos no lograba conciliar el sueño, me terminaría levantando.

Como no hubo caso, terminé preparándome unos mates madrugadores y decidí redondear el cuento en el que venía trabajando (“Del Más Alla S.A”). Pude darle el final que buscaba y, automáticamente, se lo mandé a mi amigo Santiago para su revisión, una práctica recíproca que venimos llevando con él desde hace muchos años.

Santi (A.K.A “El gato”) es siempre mi primer lector y mi mejor editor. En la jerga literaria sería un “lector beta”, encargado de corregir mis textos con brutal honestidad. Lo que es todavía más envidiable: sus cuentos son realmente fantásticos.

Armé la valija. Mar se levantó tipo 9, desayunamos y nos fuimos juntos para la terminal. Ella iba a tomarse el bondi hasta el Laberinto de Borges y yo volvería a Mendoza capital.



Me dio un poquito de lástima no haber podido recorrer todo lo que San Rafael tiene para ofrecer (Cañón del Atuel y Valle Grande quedarán en mi cada vez más grande to-do list), pero siempre está la oportunidad de regresar… quizás con Benja y Mateo.

En el bondi me vi All Of Us Strangers (2023) y… uf, ¡qué película! Es un drama/fantasía muy fuerte donde Andrew Scott comienza a liberar su sexualidad mientras trata de lidiar con un duelo familiar. Hacía mucho tiempo que una peli no me emocionaba de esa forma. Me la pasé llorando como un estúpido. Creo que es una gran obra, aunque no sé si para todo el mundo por los temas fuertes que trabaja.

Lo más curioso de All Of Us Strangers es que puedo relacionarla bastante con mi viaje. Esta idea de que todos somos extraños unos con otros, aunque vivamos como vecinos… y que podemos vivir experiencias súper intensas que nos acerquen de formas inesperadas. ¡Pronto saldrá el review!

También coordiné la cena con los Robles (Jorge y Ana), una familia amiga de mi infancia en Neuquén que se fueron a vivir a Mendoza al jubilarse. Como buen mendocino que ya era (?), al llegar a la capital me clavé un panchito.

Quise volver a quedarme en el Clover Hostel pero ya estaba completo por una reserva de un equipo de futbol, así que terminé cayendo al lado, en el Windmill Hostel. El lugar es del mismo dueño y tiene una onda similar. Lo pague más barato incluso (8500$). Pese a ser un poquito más chiquito que Clover, Windmill tiene una terraza tremenda, mesa de pool y una guitarra en el living común.

Me crucé a las oficinas de Argentina Rafting y reservé la excursión al Cerro Bayo para el viernes. Luego también salí a buscar otro hostel porque Windmill sólo tenía lugar para mí una noche. ¡Eso me pasa por no reservar con anticipación! (“estás fluyendo demasiado, Lupa…”)

Cuestión que elegí quedarme en el VI&VI Hostel Mendoza, allá por Rivadavia al 600. Me gustaba la ubicación porque estaba más cerca del Parque San Martín. Regresé a Windmill (ya sintiéndome un traidor y forastero) para tomar unos mates con tortitas. Durante la vuelta se me largó a llover -llovió un montón en Mendoza durante mis días por allá- y me compré unos imancitos de Pac-Man súper tiernos.

En el Windmill conocí a Luján, un personaje muy memorable de Buenos Aires con quien terminamos mateando y charlando un rato. A las 19.30 hs ya habíamos quedado con los Robles para que me pasaran a buscar.

Al final terminamos yendo a lo de Ana Laura, la hija de Jorge y Ana que fue conmigo a la secundaria en Neuquén. Hacía añazos que no nos veíamos y pude conocer a su divina, tierna y absolutamente adorable niña Tamico (¿o será Tamiko?). Tiene cuatro años y es puro amor.

Aprovechamos con los Robles para ponernos al día de nuestras respectivas familias mientras comíamos empanaditas caseritas y chupábamos vino. Como buenos mendocinos, claro. Fue una re linda noche de muchos recuerdos e historias.


Cuando salimos de lo de Ana Laura (que no es tan lejos de donde me hospedaba yo), a una flaca de enfrente le habían choreado el auto. No las ruedas o algo del interior, sino literalmente el auto entero. ¡No estaba por ningún lado! #Mendoza, I guess….

Los Robles me dejaron en el hostel a las 22.30 hs. Le escribí a Luján para ver en qué andaba y me dijo que estaba en la terraza con un grupito más. Así que subí y ahí conocí a Javier (un cordobés súper loco) y a Thomas, el francés.

Nos divertimos mucho tomando (todavía) más vino, fumando e intercambiando experiencias. En el medio cayó un canadiense buena onda, que nos contó que estaba por hacer una cabalgata intensa por los Andes al día siguiente. Me terminé acostando mega tarde.


Miércoles 29/2 – Gachi, Pachi y nos caemos todos de culo (#Día 7)

Me levanté temprano y recordando que era el último día del mes. Estaba re crocante, ya sin un peso. Por la mañana matié un rato con Julieta, la recepcionista con temillas existenciales. Toqué la guitarra un ratito junto a un extranjero mega fachero de Holanda y charlé con una griega sobre Yorgos Lanthimos.

Esa mañana el hostel se estaba llenando de extranjeros, mal. La proporción probablemente sería de un 10% de habla hispana. Con mis valijas nuevamente armadas, salí para el VI&VI Hostel Mendoza.

El nuevo hostel me salí exactamente lo mismo (8500$). Era más lindo y espacioso, aunque claramente con menos joda. Lo bueno es que, al igual que los otros en los que había estado, ofrecían free-wine todos los días a partir de las 20 hs.

Salí a pasear. Me clavé una tremenda burguer en Kingo (el McDonalds mendocino… son hamburguesas muy generosas), busqué algo de efectivo en el banco y cambié una musculosa que había comprado chica. Aproveché el paseo para hacerme con unos regalitos para Benja y Matute, me tenté con un manga de Death Note (una secuela) y llamé a mi vieja para ver cómo andaban las cosas por Neuquén.

De regreso en el hostel, me senté a escribir la nota de San Rafael mientras charlaba con Melanie, una porteña a la que le salió todo mal. Además de pelearse con su amigo con el que viajó y romper su celular por accidente, le habían cancelado el vuelo, por lo que tenía que tomarse un bondi a las apuradas para poder llegar bien a su trabajo.

Mi rommie era Stephan, un holandés con toda la facha. Estaba re trabado y tan fuerte como Brad Pitt. Encima, super piola el vago. Saqué el turno para un nuevo tatuaje y troté alrededor de la laguna (dentro del Parque San Martín).

A mi regreso al hostel, salió vino con la gente del lugar. Estaban el británico Matthew (alias: Fake Bradley Cooper), Vero la uruguaya, Juan (uno de los voluntarios) y un par más de gente random.


Vero me hacía recordar a Gachi, Pachi y esos personajes que la Tana putea en Un Novio Para Mi Mujer. Nos cagamos de risa jodiendo con las boludeces de los signos. Al parecer, yo por ser taurino tengo sex-appeal con Aries y Cáncer, soy un testarudo de mierda, busco la estabilidad y no sé ahorrar. (Todo cierto, by the way)

En el hostel esa noche había asado, pero yo pasé de largo porque ya había quedado en encontrarme con los chicos del hostel anterior. Así que a la noche nos fuimos a los bares de la calle Arístides Villanueva (gran lugar) junto a Javier y Luján. Sumé a Nico, un bahiense buena onda que vive en Uruguay y que conocí cinco minutos antes de salir.

Metimos birra + pizza en Patagonia. Nico se volvió porque estaba cansado y Javier, Luján y yo seguimos hasta Peñón del Águila poruna birra más (one last for the ride). Resulta que surgieron un par de charlas que, sorprendentemente, se volvieron súper íntimas.


Viernes 1/3 – Un trekking, un tatuaje y ¿un helado? (#Día 8)

¡Al fin cobré! Me vino al pelo el cambio de mes porque ya estaba seco como galletita Traviata. Me levanté tempranito, a las 8, porque pronto me pasaría a buscar la gente de Argentina Rafting para hacer el trekking a Cerro Bayo.

Durante el viaje a Potrerillos, leí un cuento de Stephen King (“El último peldaño”, parte del libro El Umbral de la Noche) que me emocionó hasta las lágrimas. ¿Estaré extrañando, quizás? Andaba particularmente sensible por aquellos días.

Me habían dicho que el trekking era de una dificultad media, pero sinceramente (y no es por agrandarme) se me hizo súper sencillo. Sí, es un ascenso de 300-400 metros sin sombra hasta la cumbre, pero todo salió con bastante facilidad y prácticamente ni me agité.

Éramos poquitos: las guías (China y Coca), una pareja de brasileros (Ana y su marido, divinos los dos) y un flaco viajando solo, Pablo. La cumbre tiene una vista espectacular donde pude tomar unas fotazas. A la vuelta pensaba en tomar mate con macitas para el almuerzo cuando Ana se la recontra jugó y me alcanzó dos empanadas.


Me debe haber visto cara de hambre (y pobre). ¡Una genia! Yo no quería gastar demasiado porque la sesión del tatuaje ya me iba a salir un dinerillo importante. Cuestión que las empanadas me recontra salvaron las papas. 

Nos quedamos charlando un rato con Ana (contándole de mi podcast, como todo escritor vanidoso) y para las 15.30 hs pegamos la vuelta.

Durante el regreso continué leyendo a César Aira. El colectivo se metió por Lujan de Cuyo para dejar a unas americanas, así que tuve posibilidad de recorrerlo un poco. También volví escuchando Mastropiero que Nunca, de los grosos de Les Luthiers (RIP).

Quedé con Maxi para unos mates al día siguiente mientras me acercaba a la cita con el tatuador, Naim. Pegamos muy buena onda con el loco, amante fervoroso de Blink 182. Me contó que iba a verlos al Lollapalooza y nos pasamos toda la sesión escuchando los temas clásicos de la banda.

El tatuaje tardó dos horas y media y quedó super bueno. A diferencia de los dos anteriores que tengo (que representan a mis hermanos y a mis hijos), éste es muy personal. La montaña para mí representa calma, aire puro, naturaleza viva. Siempre logra renovarme mi energía.

Debajo sumé la frase “Let it out”, que es también una canción de mi banda de cabecera Switchfoot. Viene siendo un mantra mío desde hace algún tiempo ya. Esta idea de no guardarse nada, decirlo todo aunque duela, vivir una vida sin arrepentimientos… dejarlo fluir…. Y, por sobre todo, no enredarse tanto.




Volví al hostel y me tomé una birra con Nico y Stephan, que justo estaban ahí boludeando. Luego salí un rato a ver la Vía Blanca (la expliqué en esta primera parte). Si me preguntan, ver los carros con sus reinas tirando fruta y giladas a la gente, me parece medio cringe. Pero era como para hacer algo, qué se yo.




También flashiamos helados artesanales en Dante Soppelsa (riquísimos). Tienen gustos muy locos como beer and orange, grilled banana and coconut, blueberry lavander y dark chocolate olive. Todo muy cheto. El día siguiente sería el último del viaje. Tocaba descansar un poco y cerrar unos últimos pendientes.


 

Sábado 2/3 – El final siempre es un nuevo comienzo… (#Día 9)

Desayuné con Fede, un pibe de Escobar, y charlamos un rato. Por cierto, me tiró que tengo 30 años (el gran leit motiv de este viaje fue que nadie me dio los 36 que realmente tengo. Lo que sea que esté haciendo, ¡debería seguir!).

Fede también me dijo un par de datos copados. Él había recorrido Luján de Cuyo y Chacras de Coria. Me contó que son re lindos y por ahí hay cerca un shopping que es muy Los Ángeles, con palmeras y todo. De hecho, se llama “Los Palmares”.

Salí a trotar para desintoxicar un poco. Después de tantos días de comer mal, chupar de más y dormir poco, un trote venía súper bien. Yamila me dijo que es porque nunca comí tantos panchos en mi vida. Tiene un buen punto.

En el Parque San Martín (top tier en mi ranking de parques) estaban todos los carros estacionados porque ahora tocaba “Carrusel”, el desfile de día que forma parte de la Vendimia. De regreso, armé la última valija mientras Steffan me contaba sus planes del día.



Compré unos últimos regalitos por el centro (una vieja que me vendió café en la calle me tiró el dato de un lugar de remeras mendocinas reee baratas y zarpadas). El plan era encontrarme con Maxi por la tarde, pero no logramos coordinar porque él se iba a escalar el Cerro Arco (otro que me faltó en este viaje). Supongo que será en otra vida, donde Maxi y yo seamos gatos.

Salí al centro a pasear las últimas horas. Fui convencido fácilmente de comprar unas birras artesanales mendocinas para llevarle a mi lector beta, Santiago. Durante mi recorrido hasta la terminal, nos mandábamos audios con mi amiga Juli Mazzoni, que justo estaba volviendo de un viaje sola también, pero por Bolivia.

Ya arriba del bondi de regreso, pensé en cómo se fueron modificando mis planes iniciales en el camino. Para eso uno viaja, ¿no? Hablar con Julieta también me dio ganas de visitarla en Valparíso, Chile. Es como si cada viaje sembrara la semilla del próximo.

Durante el interminable retorno en colectivo, leí la segunda parte de mi libro de Aira (“El escultor”), terminé de escuchar Mastropiero Que Nunca, me vi un par de capítulos de The Curse (excelente serie), mi episodio semanal de One Tree Hill y maté el tiempo como pude… durmiendo sólo lo estrictamente necesario.




Palabras finales

Este último post se me hizo más largo de lo esperado. Pido perdón y agradezco los que llegaron a leer hasta acá. ¡Tienen un pedacito de mi corazón!

Mendoza fue un viaje tan increíble como inesperado. No creí que haría tantas cosas por primera vez. No sólo rafting, bicis eléctricas o excursiones por bodegas, sino también comer un pancho a cualquier hora y lugar, jugar un "yo nunca" a las 6 de la tarde, terminar hablando de cosas re íntimas con personas que quizás no vea nunca más.

Un punto alto fue recorrer un laberinto inspirado en uno de mis autores favoritos. También lo fue crecer un poquito más con cada persona con la que compartía un mate o una cerveza. Amé la noche con Maxi, Yamila y Johanna, donde recordé aquel hermoso grupo que se había formado en Panamá (Iñaki, Vero y Anita, que se extrañan un montón…).

Fue fuerte volver a practicar el inglés y darme cuenta de que no estoy tan oxidado como pensaba. O descubrir que todo el mundo me da siete u ocho años menos de los que realmente tengo. Hacerme el tatuaje más personal hasta ahora fue otro gran momento.

No esperaba que Mendoza me recibiera con tanta agua, tanto verde, tanta calidez. La ciudad me enamoró a tal punto de dejar una promesa de retorno. Como escuché por ahí…. “Argentina no da para aburrirse”.

 



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=>> Otros posts sobre VIAJES en el blog: “Mis días por Mendoza (parte 1)”; “Mis días por San Rafael”; “Mis días por San Luis (parte 1)”; “Mis días por San Luis (parte 2)”; “Mis días por San Lorenzo (agosto 2023)”; “Un paseo por San Nicolás de los Arroyos”; “Refugios del Bolsón: el ascenso a Los Laguitos”; “Mis días por el norte argentino: Salta, Tucumán y Jujuy”.

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3 comentarios:

  1. Seeeelente.. Gran viaje..

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  2. Muy buenas tus crónicas de viaje, Lupa! Me gustó eso de que cada viaje siembra la semilla del próximo, me pasa siempre.
    Hacía años no pasaba por tu blog, es admirable tu constancia manteniéndolo 💪🏼

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    Respuestas
    1. ¡Crack, Lilo! Un lector constante... te fuiste pero volviste solito... o más o menos.
      Este espacio es siempre un lugar de descanso para mi. Writers must write, right?
      ¡Abrazo!

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