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miércoles, 5 de agosto de 2020

Ingredientes para un mejor vuelo (ensayo, 2011)

Hoy les comparto un ensayo sobre Educación que escribí hace casi una década. Formó parte de un concurso de ensayos para el SABF (South American Business Forum) de 2011 para el cual fui seleccionado en su momento.


Por esa época estaba terminando de estudiar Ingeniería Industrial y llevaba dos años como ayudante de cátedra. Estaba en mis inicios de la docencia universitaria (algo que arranque y nunca quise dejar). Recuperé el ensayo hace poquito y lo releí. Admito que es bastante naive y simplón, pero me sorprendí descubriendo que sigo sintiendo esa misma pasión por la enseñanza.

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“Ingredientes para un mejor vuelo”

(Luciano Sívori)

 

Todos tenemos alas…

Cuando era chico, mi viejo siempre me decía que un pájaro precisa sólo tres cosas para poder volar: alas, presión y el ángulo correcto. Con entusiasmo, siempre agregaba que todos nacemos con alas, y que la vida nos pone la presión… es sólo una cuestión de fijar el ángulo adecuado para despegar.

Como argentino, muchas veces siento que esto también se aplica. Nuestro país puede volar más alto y creo que el ángulo adecuado es la Educación.

La educación siempre ha sido uno de las herramientas más importantes con las que cuentan las sociedades modernas para hacer frente a procesos de segregación y de exclusión social, impulsar el desarrollo económico y cultural, promover el desarrollo personal de los individuos, combatir las desigualdades y, últimamente, mejorar la calidad de vida de todos sus miembros. No hay duda de que todos los esfuerzos que puedan hacerse en un país por la educación van a ser siempre pocos en relación a la inmensidad de la tarea.

En particular en Argentina muchos hablan de que “la solución” (como si fuera por arte de magia) es “más educación”. Pero, ¿es más educación lo que realmente se precisa? ¿O quizás un tipo de educación distinta? Yo me más inclino por lo segundo. Lo que falta no es sencillamente “educación” a secas, sino un verdadero proyecto educativo que abarque como finalidad edificarnos como sociedad. Lo cierto es que no podemos preparar a los jóvenes de hoy en día (quienes serán los encargados de construir el día de mañana un mundo mejor), si los mayores hemos perdido la fe en esos sueños. No podemos prepararlos para la vida o intentar mostrarles el camino si estamos atrás sentados, cansados y desalentados.

George Bernard Shaw se refería a sí mismo no como un maestro, sino como un compañero de viaje al cual se le ha preguntado el camino. El autor propone señalar siempre “más allá”, más allá de todos nosotros. En estos tiempos de cambios repentinos, la educación también ha cambiado, ¡y debemos ser capaces de indicar hacia el “más allá”! Tenemos el potencial para hacerlo, sólo hace falta proponérselo. Hoy en día, el estudiante no puede ser un simple oyente, debe involucrarse, discutir y preguntar. Depende de quien esté al frente brindar la posibilidad de hacerlo.

 

… la vida nos pone la presión…

Pero entonces… ¿qué podemos hacer? ¿Cómo podemos alcanzar esta utopía? Primero que nada: con paciencia. Hay sólo una cosa en el mundo que se comienza desde arriba y son los pozos, el resto requiere esfuerzo, dedicación, trabajo y compromiso. El mundo se mueve gracias a la presión, que no es más que la fuerza que estimula el movimiento. Estas son algunas ideas para impulsar la educación:

- Necesitamos ser fuente de inspiración, no sólo dentro de los roles formales de educadores sino en todo momento.

- No debemos fabricar adultos según un modelo, sino hacer lo posible por liberar en cada hombre y mujer lo que le impide ser uno mismo.

- Es preciso enseñar, pero por sobre todo enseñar a dudar.

- Debemos generar espacios de creatividad colectiva, de debate y discusión.

- No debemos llenar las cabezas de datos y opiniones prefabricadas sino invitar a “pensar fuera de la caja”, creativamente.

- Es necesario ayudar a los estudiantes a encontrar un significado personal y un valor a lo que están haciendo.

Además de mis actividades profesionales, yo doy clases como asistente en un curso de “Introducción a las Ingenierías” del primer año de Ingeniería Industrial en la Universidad Nacional del Sur (Bahía Blanca, Provincia de Buenos Aires). Con el paso de los años me he dado cuenta de lo mucho que me gusta enseñar. Me gusta pensar que es el diminuto aporte que hago por la educación y es una de esas raras profesiones que mantienen al cerebro joven y fresco, permitiéndonos continuar nuestro camino como eternos aprendices. Siempre fui de los que piensan, como expresa Joseph Joubert, que “enseñar es aprender dos veces”

Con el tiempo llegué a una conclusión que me aterrorizó: soy un elemento decisivo dentro del aula. Es mi humor diario el que determina el tiempo y mi forma de actuar la que crea el clima. Puedo ser instrumento de inspiración o fuente de malestar. Y esto no sucede sólo en el aula, también son instrumentos de cambio los padres para sus hijos, los médicos para sus pacientes o el estado para sus ciudadanos. Nuestras acciones tienen efectos directos e indirectos, trascienden e incluso muchas veces ya no estamos presentes para ver las consecuencias.

Durante mis clases hago lo posible por motivar y contarles a los alumnos cosas que les puedan servir en el futuro: experiencias de vida, ejemplos prácticos, consejos, etc. Quiero decirles tantas cosas y muchas veces lo único que veo es desinterés, miedo e inhibiciones. Los invitó a preguntar, a corregirme, a desafiarme. Vuelvo a casa con la esperanza de haber podido llegar, por lo menos, a uno de ellos.

A lo largo del año siempre trato de hablar con algunos en privado y preguntarles cómo se sienten. Al tratarse de ingresantes, uno de mis objetivos principales es que descubran si es Ingeniería Industrial la profesión que desean adoptar para el resto de su vida. No trato de imponerles la carrera, sino de brindarles las herramientas para que ellos puedan decidir por sí mismos: despertar el interés del alumno por la profesión, o descartarla por completo. Por eso a su vez llevo a profesionales de todas las ramas de la ingeniería (y de otras especialidades también) para que comenten sus ideas.

Pero, por sobre todo, busco formar estudiantes conscientes de sus elecciones, personas que puedan hacer lo que crean mejor para ellos. El nuevo enfoque en educación debe generar esta presión para formar personas capaces de gobernarse a sí mismas, que estén capacitadas para tomar consciencia y control de sus propias vidas.

Los métodos actuales de educación ya no son suficientes ni adecuados. En estos días debe hacerse hincapié en el desarrollo del pensamiento alternativo, esa bendita capacidad de imaginarse soluciones distintas a las aparentemente impuestas. Como dice Fernando Savater, “la verdadera educación no sólo consiste en enseñar a pensar, sino también en aprender a pensar sobre lo que se piensa”; ya va siendo hora de tomarnos el tiempo necesario para evaluar estos elementos.

Sin embargo, estas ideas no deben aplicarse puramente a la escuela o a la Universidad, sino a todos los espacios donde es posible impartir conocimiento. No es necesario formar parte de la educación formal del país para ser agente de cambio; ésta también existe en el hogar, en los medios de comunicación masiva, en el trabajo o en las actividades sociales. Mis padres siguen siendo aún hoy los educadores más grandes en mi vida, poniendo siempre el empuje justo y necesario para tomar vuelo.

Los valores humanos como lealtad, amistad, compromiso o responsabilidad pueden (y deben) ser instruidos por todos y a través de todos los medios posibles. Además, no somos responsables de la educación sólo de niños y jóvenes, sino de todos los adultos de todas las edades.

Creo que el verdadero crecimiento de una persona ocurre sólo si nos desafiamos a nosotros mismos en situaciones a las que no estamos acostumbrados. Sucede siempre que salgamos de nuestra “zona de confort” e indaguemos en lo desconocido. Posiblemente ya sea el momento de sentarnos a pensar qué puede hacer cada uno de nosotros para ser parte de la solución y dejar de ser parte del problema… sólo así existirá verdadero crecimiento personal y, con el tiempo, un crecimiento en el desarrollo humano de la sociedad.


… sólo necesitamos ajustar el ángulo correcto.

Hoy en día, el papel de los formadores no debe ser tanto de enseñar conocimientos con vigencias limitadas sino de ayudar a los jóvenes a “aprender a aprender” de manera autónoma en esta cultura de cambios constantes y aprovechando al máximo las potentes herramientas informáticas y tecnológicas del nuevo milenio. Propongo que aceptemos este desafío con un alto grado de responsabilidad.

Frecuentemente me pregunto a mí mismo qué marca nuestro tiempo en este mundo. ¿Puede una insignificante vida tener un verdadero impacto en el mundo? ¿Importan realmente las decisiones que tomamos? Yo creo que sí; y creo que sólo un pequeño aporte puede terminar por cambiar varias vidas, ¡para mejor o peor! Ya no alcanza con seguir hablando y discutiendo sobre el tema, es hora de poner manos a la obra, desarrollar ideas (por imposible que parezcan) y generar proyectos.

La educación del nuevo milenio debe tomar un giro distinto; seamos conscientes de la gran tarea que nos compete, convirtámonos en incentivadores de valores, multiplicadores de ideales, generadores de cambios e impulsores de un mundo mejor. En este momento hay seis billones de personas en el mundo, algunos están corriendo asustados, otros están corriendo para llegar a casa. Algunos dicen mentiras para llegar al final del día, y otros están comenzando a encarar la verdad. Seis billones de personas en el mundo. Seis billones de almas. Y a veces sólo una persona, un pequeño aporte, un diminuto grano de arena, logra marcar la diferencia. Si todos juntos comenzamos a trabajar en ello, pronto podremos empezar a volar hacia el infinito.

Es sólo una cuestión de ajustar el ángulo correcto.


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