Hoy, en Filosofía a la mano Capítulo 6: el filósofo
de la duda por excelencia: René
Descartes (se pronuncia “Decaaart”). Al sexy filósofo, matemático y físico
francés –considerado como el padre de la geometría analítica y de la filosofía
moderna– le tocó vivir una época de cambios enormes.
Descartes quedó profundamente desorientado ante esta situación. Por eso se propuso crear un método que permitiría conocer, con el rigor típicamente asociado a los procedimientos matemáticos y lógicos, qué podemos considerar como verdadero.
Por aquel entonces, la Iglesia Católica estaba
dividida debido a las diferencias entre Juan Calvino y Martín Lutero (la famosa
Reforma Protestante
que dio lugar a los Católicos Protestantes). La Biblia ya no tenía todas las
respuestas.
Por otro lado, se había producido una curiosa
Revolución Científica: en un sorprendente giro argumental de la vida –del que
el mismo M. Night Shyamalan habría estado orgulloso– Copérnico llegó a la conclusión de que
la Tierra no está estática en el centro del Universo sino que, de hecho, somos
nosotros los que giramos alrededor del Sol.
Qué loco... ¡entonces el hombre no gira en el centro del Universo!
Y no nos olvidemos de Kepler, quien tira al suelo algunas de las ideas mágicas de la
física aristotélica. ¿Qué más? Se busca “matematizar el universo”, Galileo
propone un nuevo método científico, se industrializa la producción para
aumentar la productividad…
En ese contexto drástico, las creencias más firmes
de la época comienzan a ponerse en tela de juicio. La ciencia que se creía verdadera
resultó no serlo. La religión dejó de brindar las resoluciones necesarias.
Entonces: ¿en qué podemos creer y en qué no?
Un nuevo
método de conocimiento
Su método de conocimiento –introducido en su libro filosófico
más importante, El discurso del método (1637)– consta de cuatro simples reglas.
Regla #1: El objeto. “Aceptaré como verdadero aquello que se me presente como claro (sin
intermediarios que puedan inducirnos a error. Por ejemplo: la matemática) y
distinto (aquel saber que no puede confundirse con otra cosa, simple y nítido).”
Regla #2: El análisis. “Se debe dividir el objeto de estudio en tantas partes menores como sea
posible para poder resolverlo mejor.”
Reglas #3: La síntesis. “Conducir con orden mis pensamientos
comenzando por los objetos más simples y más fáciles de conocer, para ascender
poco a poco hacia los conocimientos más complejos. De esta forma se dará lugar
a una cadena de argumentos que iluminen los nexos del razonamiento desde lo
específico hacia lo más general.”
Regla #4: La enumeración. “Revisar los pasos individuales que hemos
hecho para asegurarnos que no hemos cometido ningún error.”
La duda
metódica de Descartes
Creado el método, Descartes lo aplica al saber
tradicional. Lo que hace es poner todo el saber bajo sospecha. Su plan es
comprobar si, bajo su método, el saber logra resistir. Es decir, si se trata de
un saber certero.
Por aquella época, las principales teorías consideraban
que el saber está basado en la experiencia sensible, tangible. En lo que
podemos percibir con nuestros sentidos: ver, oler, escuchar y tocar. Pero,
¿podemos confiar realmente en ello?
El método
llevado a la práctica
En una tremenda obra llamada Meditaciones metafísicas (1647),
Descartes reflexiona sobre el sistema filosófico que había introducido años
antes en la cuarta parte de su Discurso
del Método. Son seis textos cortitos de apenas unas páginas.
En su primera
meditación, el autor pone en duda fiarse de los sentidos. Puesto que a
veces son engañosos, nunca podemos considerarlos 100% como algo certero. Esto
es todavía peor si hablamos de distinguir el sueño de la vigilia. Hay sueños tan
intensos que parecen reales, y situaciones “reales” tan imposibles e
improbables que parecen ser un sueño.
Por ideas como estás, Descartes es considerado uno
de los filósofos más radicales. Él dice: “debemos
considerar como absolutamente falsas aquellas ideas de las que se tenga alguna
duda, por mínima que sea.”
Incluso acepta que ni la lógica ni las matemáticas
son absolutamente confiables. ¿Pero cómo… no es que 2 + 2 = 4 tanto en la vida
real como en una pesadilla donde un unicornio diabólico vuela sobre nosotros
intentando atravesarnos con su cuerno? Él dice que no: hasta de esas
bases matemáticas fundamentales debemos dudar.
► Meditaciones metafísicas (1647) – René Descartes: DESCARGAR PDF
Pienso, por
lo tanto soy
Durante su segunda
meditación, se pregunta si él mismo puede no existir realmente. De lo único
que puede estar seguro es de que está dudando. Pero sí está dudando –ésta es
una forma de pensamiento– entonces tiene que estar existiendo. Si pienso (si
dudo)… entonces soy. En otras palabras, la conciencia implica la existencia.
Ésta es, sin duda, su más famosa sentencia: «Pienso, luego existo» (en
latín: Cogito ergo sum). Está claro,
explica Descartes, que cuando pienso mi pensamiento efectivamente existe. Esta
es su primera gran certeza y el sustancial principio filosófico que logra
establecer.
Este descubrimiento cartesiano es la piedra fundamental
para que la filosofía –e incluso la ciencia– tuvieran cimientos racionales,
pragmáticos, y no metafísicos. Todo esto lo llevó a ser considerado el “primer
filósofo moderno”, ya que ideó un método racional para estructurar su sistema
filosófico. Bajo sus ideas subyace la idea de la razón como punto de partida de
cualquier tipo de conocimiento.
En la tercera
meditación, Descartes da argumentos para la demostración de la existencia
de Dios. Su razonamiento lógico es más o menos así: somos seres imperfectos que
sólo somos capaces de crear ideas imperfectas. Sólo es posible asegurar nuestra
propia existencia (un principio de solipsismo). Pero,
entonces, ¿cómo es posible que podamos pensar en algo tan perfecto como Dios?
Esa idea perfecta debe haber sido introducida en un ser imperfecto por algo más…
algo superior.
Descartes explica que la idea de lo infinito –o de
lo “perfecto”– no pudo haber sido creada por él porque tendría que ser perfecto,
y no lo es. En esencia: si duda, si no puede fiarse ni de sus propias sentidos,
es un ser imperfecto.
Ahora: probar la existencia de Dios parece ser el
punto más flojo de su razonamiento. Da la sensación de que el autor quiere
forzar sus investigaciones hacia esa conclusión. Es paradójico que alguien que
duda tanto de todo puede afirmar la existencia de una deidad divina con tanta
certeza.
En su cuarta
meditación, quizás la más célebre, habiendo demostrado la existencia de
Dios se propone utilizar una metáfora. Si Dios es perfecto, entonces el engaño
y lo falso son imperfectos; lo que lleva a pensar que no pueden proceder de
Dios.
Acá el filósofo afirma que existe un “genio
maligno” que deliberadamente busca confundirnos y engañarnos, introduciendo
falsas nociones de la realidad, confundiendo nuestros sentidos y guiándonos
hacia conclusiones erróneas.
Dicho genio maligno (que, en realidad, se va
mencionando al pasar desde la primera meditación) no es más que una metáfora
para cuestionar lo siguiente: ¿y si nuestra naturaleza es, en realidad,
defectuosa?
(Por cierto, en las meditaciones cinco y seis repite un poco más o menos lo mismo que
viene mencionando antes. Vuelve a probar la existencia de Dios –su famoso
argumento ontológico– e intenta probar la existencia de las cosas materiales)
¿Estás seguro de que lo que
estás respirando es aire?
La idea del genio maligno es la primera gran imagen
asociada al pensamiento cartesiano. Funciona como un sustento teórico en la
duda metódica. A lo mejor fuimos creados por algo superior que nos obliga a
engañarnos sistemáticamente, que nos sumergió en una naturaleza artificial que
creemos real (¿Matrix, alguien?).
¡Y no sólo Matrix! El piso 13, eXistenZ, Dark City, The Truman Show...
Pensemos, por ejemplo, en la idea del cerebro en un balde
o el argumento escéptico propuesto por Bertrand
Russell (la
Tierra de cinco minutos). Ambas teorías especulativas se pelean con la idea de que lo que consideremos como "realidad" no es tal.
René Descartes no buscar provocar la sensación de
que hay un peligro inminente para nosotros en nuestra vida cotidiana. El
objetivo del críptico supuesto de Descartes sobre el “genio maligno” es
investigar si es posible encontrar algo de lo que no sea posible dudar
categóricamente.
En suma, es una imagen visual para representar que
debemos dudar de todo, incluso de aquello de lo que estamos más
convencidos. Sólo de esa manera es posible avanzar hacia una verdad irrefutable.
Palabras
finales
Si la filosofía es el arte de hacer preguntas que,
necesariamente, no tienen respuestas… si se trata de colocarse en un lugar de
extrañamiento –de distanciamiento– frente a todo lo que tenemos en frente y a
nuestro alrededor, frente a todo lo que se nos presenta como obvio. ¿No es, entonces, Descartes el máximo representante de esta idea de desvincularse de
lo cotidiano, de ingresar en la penumbra a
partir de la duda y desconfiar de las verdades preexistentes?
¿No es Descartes quien, más que ningún otro
pensador, puede recuperarnos nuestra capacidad de asombro?
El autor nos invita a hacer de la filosofía un
saber sin supuestos. La filosofía es también un camino para poner todos los cimientos en tela de
juicio. Esta duda metódica deja de ser un simple método que
busca la verdad para transformarse en la finalidad misma del pensamiento. Su objetivo
es la desestructuración de toda firmeza, mostrando su carácter endeble, engañoso.
Destruir para construir. Tirar abajo lo que todavía
puede ser derribado para alcanzar una firmeza que permita, eventualmente,
edificar un sistema de conocimiento nuevo, que ya nunca más se caiga.
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=>> Otras post sobre FILOSOFÍA A LA MANO en
el blog: “Capítulo
1: Nietzche: el filósofo del martillo”; “Capítulo
2: Sarte, la condena de ser libre”; “Capítulo
3: Kant, en busca de una Ley Universal”; “Capítulo
4: El banquete de PLaton: amor de sobremesa” “Capítulos
5: Camus y el absurdo”.
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Buen paseo. Cuando aparece Nietzsche con todas sus certezas uno se pregunta para qué estudiar a Decartes, pero es que sin uno el otro nunca pudo existir, y es imposible entender sus eras sin ellos y su pensamiento.
ResponderEliminarRecuerdo que nunca tuve exclusivamente filosofía en el secundario, pero la profesora de matemática mencionaba más a Descartes que a... Pitágoras ponele.
¡Malditos ejes cartesianos!
Muy buenas imágenes, la de la esposa de René Decartes me recordó la que yo había puesto de René Magritte (no se si la recordás), no por el nombre de pila.
Abrazo
Recuerdo tu post de Magritte, sin duda. De hecho creo que hasta te robé alguna de esas imágenes para compartir en la fan page.
EliminarMe cae bien tu profesora de Matemática.
¡Saludos!