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martes, 5 de septiembre de 2017

John Dickson Carr y su disertación sobre cuartos cerrados


Estoy leyendo una novela maravillosa de 1935 que probablemente se convierta en una de mis favoritas del año. Es un misterio policial de tipo “cuarto cerrado” donde un asesinato ocurre y el perpetuador parece esfumarse de una habitación herméticamente sellada como por arte de magia.

The Hollow Man (traducida como “El hombre hueco” o “Los tres ataúdes”) es considera la mejor novela policíaca de este particular subgénero, uno que se caracteriza por exponer crímenes imposibles cometidos en un recinto cerrado o de acceso físicamente imposible.

Estaba muy ansioso por llegar al célebre capítulo 17, donde el autor, John Dickson Carr, aprovecha a su detective (el Dr. Gideon Fell) para brindarnos un texto alucinante que repasa las creativas maneras de matar a alguien en un cuarto cerrado.

Es un capítulo que puede obviarse, ya que se desvía de la trama original, y sin embargo aconsejo no hacerlo. Durante el mismo, la novela hace un stop, y rompe la cuarta pared, para dar una lección impresionante sobre las diferentes modalidades en las que estos crímenes pueden ser llevados a cabo.

«—Ahora disertaré —anunció con amable firmeza el Dr. Fell— sobre la mecánica general y desarrollo de la situación conocida en la literatura policíaca bajo el nombre de «habitación herméticamente cerrada».

Lo más llamativo de este metatextual capítulo es que da a entender que los personajes están sumergidos dentro de una obra de ficción.

«—Si va usted a analizar las situaciones imposibles —lo interrumpió Pettis—, ¿para qué hablar de las novelas policíacas?
—Porque ésta es una novela policíaca —replicó el doctor con franqueza—, y no debemos intentar engañar al lector pretendiendo que no lo es. No inventemos complicadas excusas para traer a cuento un examen de los relatos policíacos. Gloriémonos sinceramente de perseguir los más nobles objetivos posibles para los personajes de un libro. »

Les comparto el extracto en esta nota porque, sinceramente, no tiene desperdicio. Es una carta de amor a todos los amantes de lo detectivesco, un manual de ayuda para potenciales escritores e incluso una lista de lecturas recomendadas sobre el subgénero (ya que se brindan varios casos de ejemplo).


***

CAPÍTULO XVII
LA DISERTACIÓN SOBRE CUARTOS CERRADOS
(Extracto)

(Nota: las negritas y cursivas son mías)

He aquí nuestro recinto, con una puerta, una ventana y sólidas paredes. Al analizar los medios de fugarse cuando puerta y ventana están cerradas, no mencionaré el ruin (y hoy día poco frecuente) ardid de contar con un pasaje secreto que conduce al cuarto cerrado. Esto rebaja a tal punto una novela policíaca, que un autor que se respete apenas si necesita mencionar que no existe tal pasaje.

No tenemos por qué analizar las variantes menores de este abuso: el panel que tiene apenas el ancho suficiente para dejar pasar una mano, o el agujero disimulado en el cielo raso a través del cual se baja un cuchillo, reponiéndose luego el tapón de un modo imposible de descubrir, y esparciéndose polvo en el piso del desván de encima, de modo que parezca que nadie anduvo por allí.

Todas éstas no son, repito, sino variantes menores de un mismo principio, ya sea la abertura secreta pequeña como un dedal o grande como la puerta de un pajar… En cuanto a una clasificación legítima, podría usted anotar algunos de los siguientes casos (…).

PRIMERA CLASIFICACIÓN

Primero, tomemos el crimen cometido en una habitación herméticamente cerrada que está realmente herméticamente cerrada y de la cual ningún asesino se ha fugado porque en verdad ningún asesino estaba en ella. Explicaciones:

1.- No es un asesinato, sino una serie de coincidencias que terminan en un accidente que parece un asesinato.

A una hora temprana, antes de que se hubiera echado la llave al cuarto, ha habido un robo, un ataque, o se ha causado destrozos en el mobiliario que sugieren una lucha con un asesino. Más tarde la víctima se muere accidentalmente o se desmaya en un cuarto cerrado con llave, y se supone que todos estos incidentes han tenido lugar al mismo tiempo.

En este caso la causa de la muerte es generalmente una fractura del cráneo. Se presume que ha sido causada con un garrote, pero se debe en verdad a algún mueble. Puede tratarse de la esquina de una mesa o del borde aguzado de una silla; pero el objeto más común es el guardafuego de hierro de la chimenea. Entre paréntesis, el guardafuego asesino ha estado matando gente de manera que hace pensar en un crimen desde la aventura de Sherlock Holmes con el Hombre Cojo.

La solución más ampliamente satisfactoria de la trama de este tipo, en la que hay un asesino, es la de El misterio del cuarto amarillo, de Gastón Leroux, la mejor novela policiaca que se ha escrito.

2.- Es un asesinato, pero la víctima es impulsada a matarse a sí misma o a sucumbir por una muerte accidental.

Esto puede lograrse por el efecto de una habitación encantada, por sugestión; o, más frecuentemente, por un gas que se introduce desde afuera en la habitación. Este gas o veneno produce un frenesí en la víctima, que empieza a despedazar cuanto se encuentra en la habitación, dejándola como si hubiera habido una lucha, y muere de una puñalada que se infiere a sí misma. En otras variantes se traspasa el cráneo con el espigón de la araña, se cuelga de un lazo de alambre o hasta se estrangula ella misma.

3.- Es un asesinato, pero cometido mediante algún aparato mecánico previamente colocado en la habitación y oculto de un modo imposible de descubrir en algún mueble de aspecto inocente.

En el momento oportuno, el asesino pondrá el aparato en movimiento; pero puede tratarse también de una máquina que, funcionando automáticamente, no requiera la presencia del mismo. Puede ser alguna diabólica invención moderna creada por la ciencia de nuestros días.

Tenemos, por ejemplo, el mecanismo que actúa como un arma de fuego escondido en el receptor telefónico, que dispara una bala contra la cabeza de la víctima cuando ésta levanta el receptor. Tenemos la pistola con un cordel atado al gatillo y que es tirado por la dilatación del agua al helarse. Tenemos el reloj que dispara una bala en cuanto se le da cuerda, y (ya que los relojes son tan populares) tenemos el ingenioso reloj de pared que comienza a hacer sonar una campana espantosamente estruendosa que tiene en la parte superior, de modo que cuando uno se empina para detener el ruido, deja caer, con sólo tocarlo, la hoja de una espada que le abre a uno el estómago. Tenemos el peso que se desprende del cielo raso, y el que le aplasta a uno el cráneo desde el alto respaldo de una silla. Está el lecho que exhala un gas mortal al ser calentado por el cuerpo, la aguja envenenada que no deja rastros…

—Ya ven ustedes, cuando nos vemos embrollados con estos dispositivos mecánicos, nos hallamos más en la esfera de las situaciones imposibles que en la de los cuartos cerrados. Se podría continuar indefinidamente con la lista, aun limitándonos a los aparatos mecánicos para electrocutar. Una cuerda colocada ante una hilera de cuadras está electrizada; un tablero de ajedrez está electrizado. Hasta un guante puede estar electrizado. La muerte acecha en cada pieza del mobiliario, aun en un frasco de té. Pero todo esto parece no tener aplicación el caso que nos ocupa, de modo que pasemos al siguiente:

4.- Es un suicidio que se intenta hacer aparecer como un asesinato.

Un hombre se apuñala con un carámbano; el carámbano se derrite, y no hallándose ninguna arma en el cuarto cerrado, se supone un asesinato. Un hombre se dispara un tiro con un revólver sujeto al extremo de un elástico; el revólver, al ser soltado, queda oculto dentro de la chimenea.

Como variaciones de esta treta (sin relación con los cuartos cerrados) tenemos la pistola atada a un peso que cae al agua por encima del parapeto de un puente después de disparado el tiro, y, en el mismo estilo, la pistola arrojada por una ventana a un ventisquero.

5.- Es un asesinato cuyo problema proviene de una ilusión y una caracterización.

A saber: la víctima, cuando aún se la supone viva, yace sin vida en un cuarto cuya puerta es observada. El asesino, vestido como la víctima o confundido con ésta al ser visto de atrás, se precipita en el cuarto; inmediatamente se despoja de su disfraz y sale de la habitación con su verdadera apariencia. El que observa queda con la impresión de que dos hombres iban a trasponer simultáneamente el vano de la puerta, y que uno de ellos, el asesino, dejó pasar al otro, la víctima.

El matador tiene así una coartada, puesto que, más tarde, al descubrirse el cadáver se supondrá que el crimen fue cometido algún tiempo después de que la persona que se había hecho pasar por la víctima entrara en la habitación.

6.- Es un asesinato que, aunque cometido por alguien que estaba fuera de la habitación en el momento del hecho, parece exigir la presencia del matador dentro de la misma.

Al explicar este tipo de asesinato, lo clasificaré bajo el nombre general de “Crimen a Larga Distancia o de Carámbano”, puesto que generalmente es una variación de ese principio.

He hablado de carámbano; ustedes comprenden lo que quiero decir. La puerta está cerrada con llave, la ventana es demasiado estrecha para dejar pasar a un asesino; sin embargo, al parecer, la víctima ha sido apuñalada en el interior de la habitación, y el arma no aparece. Bien, el carámbano fue disparado como una bala desde fuera (no analizaremos si esto es práctico, como no analizamos los misteriosos gases anteriormente mencionados) y se ha disuelto sin dejar rastros.

Creo que Anna Katherine Green ha sido la primera en usar este ardid en la literatura policíaca, en una novela llamada Sólo las iniciales.

Dicho sea de paso, a Anna Katherine Green se debe el comienzo de numerosas tradiciones. En su primera novela policíaca creó, hace ya más de cincuenta años, la leyenda del secretario asesino que mata a su patrón, y estoy seguro de que las estadísticas actuales probarían que el secretario sigue siendo el asesino más corriente en literatura. Los mayordomos han pasado de moda hace ya largo tiempo; el inválido de la silla de ruedas es demasiado sospechoso, y la plácida solterona de edad madura hace tiempo que ha renunciado a la manía homicida para convertirse en detective. Los médicos también se comportan mejor hoy en día, a menos, por supuesto, de que se vuelvan eminentes y se transformen en Sabios Locos. Los abogados, si bien persisten en seguir infames, sólo en pocos casos son activamente peligrosos. ¡Pero los ciclos recomienzan!

Edgar Allan Poe, hace ochenta años, inició una modalidad llamando a su asesino Goodfellow; y el más popular de los escritores de misterio modernos hace precisamente la misma cosa llamando a su archi-villano Goodman. Entretanto, esos secretarios son todavía la gente más peligrosa de tener en casa.

Continuando con lo relativo al carámbano, se dice que los Médicis lo emplearon como arma homicida, y en uno de los admirables cuentos de Fleming Stone se cita un epigrama de Marcial para demostrar que tuvo su origen mortífero en Roma, en el primer siglo de la era cristiana. Bien; era disparado, arrojado o lanzado desde un arco como en una aventura de Hamilton Cleek (aquel magnifico personaje de las Cuarenta caras). Variantes del mismo tema, proyectiles solubles, han sido las balas de sal gema y hasta las balas hechas con sangre congelada.

Esto ilustra lo que quiero decir cuando hablo de crímenes cometidos en el interior de una habitación por alguien que estaba fuera de ella. Hay otros métodos. La víctima puede ser apuñalada con la delgada hoja de un bastón de estoque introducida a través de las enredaderas de una glorieta; o puede ser apuñalada con una hoja tan delgada que no sabe que está herida y se encamina a otra habitación antes de caer súbitamente muerta. O es inducida a mirar por una ventana, y, en seguida, nuestro viejo amigo el hielo le atraviesa el cráneo desde arriba, pero ningún arma aparece, porque el arma se ha disuelto.

Bajo este encabezamiento (aunque podría ir igualmente bien bajo el número tres), podríamos catalogar los asesinatos cometidos por intermedio de culebras e insectos venenosos. Las culebras pueden no sólo ser escondidas en cofres y cajas de caudales, sino también en floreros, libros, lámparas y bastones. Hasta recuerdo un divertido caso en el que la boquilla de ámbar de una pipa, grotescamente tallada en forma de escorpión, nace a la vida de repente como escorpión real cuando la víctima se la lleva a la boca.

Pero el que les recomiendo, señores, como el mejor de los asesinatos a distancia cometidos en un cuarto cerrado, es el relatado en uno de los más brillantes cuentos cortos de la historia de la literatura policíaca. (De hecho, alcanza la suprema e intangible excelencia de Las manos de Mr. Ottermole, de Thomas Burke; El hombre del pasaje, de Chesterton, y El problema de la celda número 13, de Jacques Futrelle).

Es El misterio de Doomdorf, de Melville Davisson Post… y el asesino a larga distancia es el sol. El sol pasa a través de la ventana del cuarto cerrado, convierte en vidrio ustorio una botella que está sobre la mesa, llena de puro y blanco licor de alcohol metílico, y enciende por su intermedio el pistón de un revólver que cuelga en la pared, de modo que la víctima muere de un balazo en el pecho mientras yace en su cama. Después tenemos… ¡Despacio! ¡Ejem! ¡Ja! Mejor será que no me desvíe del tema. Pondré punto final a esta clasificación con la última subdivisión:

7.- Éste es un crimen que depende de un efecto exactamente opuesto al del número 5. Esto es, se supone muerta a la víctima mucho antes de que en realidad lo esté.

La víctima yace dormida (narcotizada pero ilesa) en un cuarto cerrado. Las llamadas a la puerta no consiguen despertarla. El asesino manifiesta una fingida alarma, fuerza la puerta, se precipita en el interior del cuarto y mata a la víctima de una puñalada o cortándole la garganta, haciendo creer entretanto al resto de los presentes que han visto algo que en verdad no han visto.

El honor de la invención de este recurso corresponde a Israel Zangwill, y desde entonces ha sido usado en muchas formas. Ha sido puesto en práctica (generalmente apuñalando) en barcos, en casas ruinosas, en invernáculos, en desvanes y aun al aire libre, donde la víctima ha dado un traspié y se ha desmayado antes de que el asesino se incline sobre ella.

Por cierto que ni siquiera he considerado con amplitud los métodos de esta clasificación particular; no he hecho más que un tosco bosquejo improvisado; pero dejaré que quede así. Iba ahora a hablar de la otra clasificación: la de los diversos medios de acomodar puertas y ventanas de modo que puedan ser cerradas por el lado de adentro.

SEGUNDA CLASIFICACIÓN

Las chimeneas, lamento decirlo, no están favorecidas como medios de fuga en la literatura policíaca…, excepto, por supuesto, como pasajes secretos. En ese carácter resultan insuperables. Tenemos la chimenea hueca con el cuarto secreto detrás, la parte posterior del hogar que se abre como una cortina, el hogar que gira hacia afuera…, hasta la habitación debajo del suelo del hogar.

Además se puede dejar caer toda clase de cosas por las  chimeneas, especialmente cosas ponzoñosas. Pero el asesino que huye trepando por ellas es muy poco frecuente. Además de estar muy cerca de lo imposible, es un asunto mucho más sucio que darse maña con puertas o ventanas.

De las dos clasificaciones principales: puertas y ventanas, la puerta es con mucho la más popular, y podemos por tanto clasificar unos cuantos métodos de maniobrar con ellas de modo que parezcan tener la llave echada por dentro:

1.- Operando con la llave que ha quedado puesta en la cerradura.

Éste era el método preferido antiguamente, pero sus variantes son demasiado conocidas hoy día para que alguien lo use seriamente. El paletón de la llave puede ser alcanzado y hecho girar con pinzas desde fuera.

Un pequeño mecanismo práctico consiste en una pequeña varilla delgada de metal, de unos cinco centímetros de largo, a la que se amarra un cordel resistente. Antes de abandonar la habitación se introduce esta varilla en el ojo de la llave de manera que funcione como una palanca; se deja caer el cordel al suelo y se lo pasa por debajo de la puerta al otro lado: al tirar de él, la varilla hará girar la llave. Después se sacude el cordel hasta lograr que la varilla caiga al suelo, y luego se la arrastra hacia uno por debajo de la puerta. Hay  varias aplicaciones de este mismo principio, y en todas ellas se hace uso de un cordel.

2.- Sacar simplemente la espiga de los goznes de la puerta sin tocar el cerrojo o cerradura.

Ésta es una limpia treta conocida por la mayor parte de los escolares, que la ponen en práctica cuando quieren asaltar un aparador cerrado con llave; claro está que los goznes deben hallarse del lado de afuera de la puerta.

3.- Operando con el cerrojo.

También aquí se echa mano de un cordel; esta vez se utiliza un mecanismo de alfileres y agujas de zurcir por medio del cual el cerrojo se cierra desde afuera por la acción de palanca de un alfiler clavado en el lado de adentro de la puerta, y el cordel se saca a través del agujero de la cerradura.

Philo Vance, ante quien me descubro, nos ha mostrado una óptima aplicación de esta treta. Hay variaciones más simples, pero no tan efectivas. Una de ellas es la siguiente: se practica un lazo, más o menos flojo, en el extremo del cordel; se hace pasar el lazo alrededor de la manija del cerrojo y el cordel por debajo de la puerta. El cerrojo se corre tirando del cordel hacia la izquierda o hacia la derecha. Luego, mediante un tirón se hace saltar el lazo de la manija, y la cuerda se arrastra hacia afuera.

Ellery Queen nos ha mostrado otro método, que implica la utilización del mismo muerto…, pero una descripción escueta de ese método, sacado del contexto, parecería tan descabellada que cometeríamos una injusticia con ese brillante caballero.

4.- Maniobrando con una aldaba.

Este método consiste, por lo general, en  colocar entre la aldaba y la hembrilla algún objeto que se sacará después de cerrada la puerta desde fuera, permitiendo así que la primera caiga dentro de la segunda. Hasta ahora no se ha encontrado, para ello, nada mejor que utilizar un cubo del siempre servicial hielo; pues como éste se derrite, evita la segunda parte del procedimiento. Hay casos en que un portazo basta para hacer caer la aldaba en la hembrilla.

5.- Una treta simple, pero efectiva.

El asesino, después de cometer su crimen, ha cerrado la puerta desde afuera y se ha guardado la llave. Se  supone, sin embargo, que la llave está todavía en la cerradura, del lado de adentro.

El asesino, que es el primero en provocar la alarma y encontrar el cadáver, rompe el vidrio superior de la puerta, mete a través de él su mano, con la llave escondida en ella, y pone la llave en la cerradura, abriendo así la puerta desde adentro. Esta estratagema también se puso en práctica rompiendo un panel de una puerta ordinaria de madera.

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4 comentarios:

  1. Recontra interesante. Me diste ganas de leer la novela. Vamos a ver si la consigo.
    Seguis siendo el super craneo entre los bloggers
    Todo un orgullo

    Abrazo

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    1. ¿Existirá el premio al Super Cráneo Bloguero? Con mi suerte, seguro salgo SEGUNDO. =P

      Gracias, che, igual este post es más robado que otra cosa, ja.

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  2. Me gusta cuando se rompe la cuarta pared.
    Me gusta para usar en una ficción la explicación 4 y 7 de la primera clasificación.
    Saludos.

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    1. Sí, yo también creo que voy a tomar alguna prestada para algún futuro cuentito.

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