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viernes, 13 de junio de 2025

Sobre el río y el tiempo (“River”, de Junta Yamaguchi)

 

A veces la filosofía antigua es la que mejor conversa con la ciencia ficción moderna. En esta nota, aprovecho la analogía del Río de Heráclito para analizar “River”, de Junta Yamaguchi.



 

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Todo fluye, nada permanece.
Nadie se baña dos veces en el mismo río,
porque el agua ya no es la misma.
Y vos tampoco.” (Heráclito)

 

El cine de Junta Yamaguchi

River (2023) es la segunda película del director japonés Junta Yamaguchi. Como en su ópera prima, Beyond the Infinite Two Minutes (2020), donde una pantalla de café permitía ver exactamente dos minutos hacia el futuro, Yamaguchi acá construye una trama encantadora y profunda con una premisa mínima.

Mikoto es una criada de una posada que, misteriosamente, se encuentra atrapada en un bucle temporal de dos minutos. Pronto resulta que el resto del personal, y también los clientes, están al tanto y son conscientes de ello.

El tiempo no es una trampa tecnológica ni un enigma de laboratorio: es más una excusa para explorar lo humano. Lo íntimo. Lo que hay en el vínculo con el otro.



Yamaguchi se apoya sobre la imagen ancestral del río que corre y no se detiene. Lo curioso es que, en esta historia, lo que no se detiene es precisamente la repetición. Un time loop de 120 segundos que vuelve una y otra vez, atrapando a los personajes en un presente que se rehace, los obliga a mirar mejor, a decir mejor las cosas y a planificar sus movimientos.

La película comienza con un estilo de cortes rápidos y luego arranca con bucles de dos minutos al mejor estilo Groundhog Day. Lo interesantes es que cada viaje por el loop se realiza en un plano secuencia, siempre desde el punto de vista de Mikoto. Los múltiples viajes les brindan a los protagonistas tiempo de sobra para hablar y planificar sus acciones.

En Beyond the Infinite Two Minutes –que me gustó mucho, por cierto–, el protagonista jugaba con su doble temporal, conversaba consigo mismo, anticipaba o corregía sus pasos, casi como si pudiera mirarse al espejo dos minutos más sabio.

 

El río de Heráclito, cada dos minutos

En River, no hay pantallas ni cables: sólo un pueblo nevado, un hostal tradicional a orillas del río Kifune y una sucesión de dos minutos que se reinicia incesantemente, como un latido. Lo que cambia no es el tiempo… es la mirada.

Yamaguchi, con su tono amable y su humor liviano, propone algo más profundo de lo que parece. ¿Qué significa estar en el tiempo? ¿Qué hacemos con el instante? ¿Y si tuviéramos una segunda oportunidad… cada dos minutos?

El ciclo se vuelve rito, como si el río de Heráclito dejara de avanzar y comenzara a girar sobre sí mismo. ¿Es posible aprender, incluso cuando no hay consecuencias duraderas? ¿Puede haber evolución en la repetición?



La respuesta, en el universo de River, parece ser que sí. Como si en ese girar constante, los personajes fueran descubriendo que lo importante no es romper el bucle, sino habitarlo. En cada vuelta, algo se comprende. Se perdona. Se dice. Se cambia. No se trata de escapar del ciclo, sino de aprender a vivirlo.

 

Cuando el río fluye

La película es muy simple. No recurre al drama ni a los efectos grandilocuentes. Hay una ligereza, casi una ternura, en la manera en que sus personajes transitan lo absurdo. Lejos de desesperarse, intentan entender. Se escuchan. Colaboran. Se resignifican. El mensaje es que la repetición da tiempo para aflojar las máscaras y hablar más honestamente.

Ahí es donde encuentro a River más filosófica que Beyond the Infinite Two Minutes. Heráclito entendía que el mundo era un cambio constante, pero no lo vivía como un caos, sino como un orden en movimiento.

El río fluye, sí, pero sigue siendo río. Hay algo que cambia (las aguas) y algo que permanece (su forma, su dirección, su esencia). En River, los personajes también son atravesados por ese doble movimiento: algo de ellos se transforma en cada ciclo, pero también algo esencial permanece. El deseo de entender. El gesto de cuidar. La necesidad de afecto.



¡Ojo! Yamaguchi no propone grandes soluciones. No hay salvación ni final heroico. Como en Beyond the Infinite Two Minutes, su mirada sobre el tiempo es pequeña, si bien poderosa. Lo importante no es controlar el futuro ni romper el ciclo. Lo importante es el otro. El modo en que nos tratamos. El modo en que decimos las cosas. El modo en que podemos —aunque sea por dos minutos— mirar con más claridad.

 

Palabras finales

En una escena de River, dos personajes se sientan junto al río y, por primera vez, no intentan huir del bucle. Simplemente están ahí. No hacen nada. Se permiten habitar el tiempo. Dejarse llevar. No es resignación: es comprensión. Como si dijeran, sin palabras, que no hay que pelear contra el río. Que lo que vale es aprender a nadar en él. Y a veces, incluso, dejarse llevar.

En un mundo tan acelerado, donde el tiempo siempre parece escurrirse, River nos invita a una pausa. A mirar más despacio. A repetir, sí, también a reparar. Porque aunque el río cambie a cada instante, aunque nunca seamos exactamente los mismos, hay algo en nosotros —en nuestra capacidad de estar, de mirar, de abrazar— que todavía puede permanecer.



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