Páginas

domingo, 4 de febrero de 2018

Mis días por el norte argentino (Diario de viaje)


El blog estuvo out-of-office estos últimos días porque salí, nuevamente, a mochilear por la vida. En esta oportunidad tuve la suerte de conocer el norte de Argentina. Uno de mis grandes pendientes desde hace años que finalmente pude concretar. En especial considerando que tengo a un gran amigo viviendo en Tucumán y prometiéndole mi visita por años.

Recorrí Tucumán, Salta y Jujuy en uno de esos viajes que quedan bien marcados en la memoria.


En este post innecesariamente largo voy a describir algunas de mis aventuras y (como siempre me gusta hacer) dar algunos consejos fundamentales para los que se animen a recorrer esos hermosos parajes.

Este diario de viaje también está subido a mi página de Viajeros.com

***


***

Día 1 – La salida desde Bahía Blanca (viernes 26/01)

Es muy loco cómo uno se sigue emocionando y poniéndose ansioso por un nuevo viaje con la misma intensidad que la primera vez. Cada travesía me intriga, hace funcionar en mí instancias desconocidas. Cada viaje me interpela y me desafía a sacarle el mejor provecho a los lugares que visito con la menor cantidad de tiempo posible (porque, admitámoslo, el tiempo siempre nos juega en contra).

Y, una vez más, decidí viajar solo. Porque es más fácil, porque implica menos coordinación, porque da más libertad. También porque tuve el permiso de Doña Natalia, mi mujer, quien me apoyó siempre a la distancia. Pero, sobre todo, porque es hermoso. Viajar solo te invita (más bien, te obliga) a estar con vos mismo, a enfrentarte al pensamiento, al divague, a las reflexiones más íntimas. Y eso, a mí, me vuelve loco.


"Cambio transporte por unos buenos mates"

Después de todo, tenía notebook con películas, mis libros, mi escritura. Tenía el celu y mapas, y recomendaciones y personas a conocer en el camino, y gente que, desde casa, me seguía en el recorrido. Con eso sería más que suficiente.

En fin, basta de delirios filosóficos.

Salí en bus desde Bahía Blanca a las 3 pm en un viaje eterno. Llegué a Buenos Aires a las 2 am, una hora más tarde de lo planeado.

En el medio me vi dos pelis (Batman: Gotham by Gaslight y Hannah and her sisters, de Woody Allen), mitad de temporada 4 de Silicon Valley y un episodio muy divertido de Family Guy. Leí un poco mi novela de Murakami y algunos artículos del número nuevo de La Balandra que me había llevado. Dormí un poco (muy poco). Ya no sabía qué hacer.

Apenas pisé Buenos Aires, volví a odiarla. Más a esa hora. Me costó encontrar el colectivo 33 para llegar a aeroparque, y terminé tomando el 45. Tuve que preguntar bastante porque las apps para guiarte son bastante apestosas. No ayudó que el celu se estuviera quedando sin batería. Finalmente, llegué a aeroparque a las 3.30 am, siendo que mi viaje salía 5.30 am.

La pasé bastante mal, durmiendo sólo un par de horas y ocasionalmente. En el avión, por ejemplo, logré cerrar los ojos una horita adicional. 7.30 am llegué a mi primer destino: San Miguel de Tucumán.


La épica llegada a Tucumán...

Día 2 – Tucumán: el cerro San Javier y Yerba Buena (sábado 27/01)

Mi amigo Adrián (alias El tucu) me pasó a buscar a mi llegada, como ya habíamos arreglado. Lástima que, en lugar de tomarse un colectivo (que es lo que yo habría esperado), vino en taxi y me llevó en taxi. No quiero decir cuánto le costó porque fue muy doloroso. (500$ de dolor… cough… cough).
«Regla #1 del mochilero: el buen mochilero siempre evita el taxi, ese engendro del demonio cuyo único objetivo es sacarle al pobre viajero el poco dinero que lleva encima.»

Más tarde conocí a una argentina en Jujuy que cometió el mismo error. Un taxi desde el aeropuerto de Jujuy al centro les costó casi 600$, cuando el colectivo (que, de hecho, funciona con la SUBE) costaba 10$. Pero ya llegaremos a eso.

La cuestión es que el taxista (Walter) resultó ser el típico taxista porteño: divorciado, agrandado, ganador, daba consejos y todas sus historias eran de éxito.


Lo primero que me impactó de Tucumán fue la cantidad de verde que te golpea en la cara. Es súper llamativo. Pronto entendí por qué lo llaman “El jardín de la república”. Enorme cantidad de verde y humedad. El escenario tropical es hasta similar a Centroamérica, en algún punto.

La otra cosa llamativa es la tremenda cantidad de motos. Están por todos lados, como si fueran ratas. La inseguridad en Tucumán es altísima, y un gran porcentaje se corresponde con los infames motochorros. De hecho, a Adrián lo robaron en moto unos días después de que yo me fui.

El departamento de mi amigo –bastante desprolijo y descuidado, por cierto– no queda realmente en San Miguel de Tucumán, sino en una ciudad pegada que se llama Yerba Buena. Están tan pegados que son casi indistinguibles, pero, según me contaba el Tucu, tienen grandes diferencias y rivalidades. (Algo así como Neuquén-Cipolletti).

Me recibió Benito, el molesto gato que parecía ser el dueño del lugar. Se convertiría en mi peor enemigo durante mi estadía. Había meado en toda la casa y dejado sus “regalitos” en la ducha del baño. Divino.

Luego de desayunar, salimos para el Cerro San Javier tomando el colectivo urbano 118, que nos deja arriba (35$ el pasaje). El viaje, de por sí, es maravilloso. Vas por un camino sinuoso y en ascenso durante media hora hasta llegar al pueblo de San Javier, que está literalmente en un cerro.

Representa un excelente punto para obtener las mejores vistas panorámicas de la ciudad y los diversos paisajes naturales que la rodean.


Detrás mío, Silent Hill


Un cristo enorme para hacernos sentir chiquitos

Ahí se puede ver una iglesia, una gran cruz y demás cosas católicas. La vista panorámica de todo Tucumán es impresionante, aunque al principio la densa niebla no nos permitió ver nada en absoluto. Tomar unos mates en ese cerro es impagable.

Cerca hay una cascada, pero no llegamos hasta ahí.

Dato de color: con una altura de 28 metros, el Cristo de San Javier se convirtió en la cuarta estatua más alta del mundo de un Cristo, a 1.275 msnm.


"Este es el Cementerio de Elefantes, Simba. Aquí nunca debes venir..."

En unos artesanos cercanos intenté regatear una figura del San Javier (salía 40$ y quería llevármela por 30$). La mina inicialmente aceptó mi precio, pero después se enojó el artesano de al lado (que vendía la misma estatuilla) y ella me terminó diciendo que no podía vendérmela por esa plata.

Luego estuvimos media hora esperando el bus de vuelta. Como si el karma me estuviera cobrando la treta que le intenté hacer a la vieja artesana (el viejo truco “¿40 pesos? ¡Pero si el otro me lo cobraba 30!”).


Para el almuerzo, nos tentó Johnny B Good, que recién había abierto en Yerba Buena. La siesta fue necesaria porque, realmente, estaba mal dormido desde el día anterior.

Cuando me desperté, Adrián se había ido al centro a hacer unas cosas y yo debía encontrarme con él. El ingrato de Benito seguía meando en cada rincón del departamento, y encima lloraba por todo. En un descuido, que hasta hoy no me perdono, cuando salí el bicho se quedó inexplicablemente afuera.

Llegué al centro en el colectivo 102. Cuando me encontré con el Tucu, él tuvo que volverse a rescatar a Benito de las garras de los perros asesinos del barrio.


La cara misma del mal

Tomamos unas cervezas en Porter que resultaron ser medio berretas. Por eso nos trasladamos a Antares, donde sabés que no le errás. Nos atendió una simpática moza a quien le adiviné la edad y el nombre (Ana, 23. Parecería que todas las mozas se llaman “Ana” y tienen 23 años).

Antares remontó la noche con buenas birras y excelentes empanadas tucumanas. Compré un powerbank (100$) porque estaba cansado de estar siempre sin batería en el celular. Recorrimos el centro entre anécdotas y risas. Me saqué unas fotos con un perturbador Mickey y probamos otras empanadas tucumanas que también fueron increíbles.

El centro estaba muy vivo, la plaza llena de gente. Volvimos a casa (la vuelta fue eterna) y metimos unas burguers. La idea inicial era volver a salir pero, para fortuna de ambos, se largó a llover de forma torrencial, con tormenta eléctrica y todo. El combo completo. Así que no quedó otra que irnos a dormir. Así se terminó mi primer día en Tuculandia.


Día 3 – El Tafí del Valle que nunca fue (domingo 28/01)

Me levanté a las 8.30 a.m. con la intención de agarrar la mochila y salir para Tafí del Valle, mi segundo destino programado. Hay un servicio de colectivos (La Aconquija) que tiene varios horarios de salida: 10 a.m., 12 p.m, 14 p.m., etc. Pero las lluvias intensas continuaban y los colectivos no salen por riesgo de inundaciones.

De hecho, las tormentas abarcaban tanto a San Miguel como a todo el valle, provocando bastantes inconvenientes. Me dio bronca no haber mirado el pronóstico con unos días de anticipación para poder tomar acciones alternativas. Finalmente perdí la reserva que tenía en Tafí y me resigné a pasar un día más en la capital tucumana.

No es que molestara tanto, porque tenía a mi amigo y un techo para pasar la lluvia. Así que pasamos la mañana entre mates, guitarreada, el molesto de Benito, una breve escapada a un casino cercano y un gran almuerzo de supremas con puré de papas.


Tipo 5 pm paró la lluvia y salimos a dar unas vueltas al centro, donde finalmente pude tomarme la clásica foto con la “casita” de Tucumán. 


La mal llamada "casita" de Tucumán

Nuestros pies nos arrastraron, casi sin querer, hasta Antares para degustar otras pintas. Cenamos algo en el departamento (tallarines con salsa de cornalitos… Adrián verdaderamente se la jugó en el aspecto culinario).

Terminamos la noche en Detroit, un barcito de barrio, donde seguimos charlando de la vida y tomando unas pintas de dudosa calidad. A las 6 am tenía mi bondi hacia Cafayate, por lo que me levanté a las 5 de la mañana para salir a la terminal.

El boleto estaba 390$ pero, mostrando el carnet de estudiante, logré un descuento importante, quedando en 312$.
«Regla #2 del mochilero: tu carnet de estudiante es tu amigo. Siempre (SIEMPRE) pregunta si hay descuentos para estudiantes en tours, pasajes, hospedajes y entradas.»

Día 4 – Cafayate y la quebrada de las conchas (lunes 29/01)

Pese a algunos bajones, pasé un gran día en Cafayate, una ciudad que me encantó y a la que volvería.

Me recordó a esos pueblitos pequeños que conocí en Guatemala, como Antigua y San Ignacio. Está muy pensado para los turistas, y se ve que vive de eso y de sus bodegas. El lugar está lleno de hostels (¡a veces hasta 3 o 4 por cuadra!) y de artesanos ofreciendo sus sobrevaluadas fabricaciones.

Es el pueblo más importante de los Valles Calchaquíes, conocidos por sus diferentes bodegas y las majestuosas formaciones rocosas que pueden verse en la Quebrada de las Conchas.

El viaje fue bastante largo. Salí de Tucumán a las 6.30 am y llegué a las 12.30 pm a Cafayate. ¡Demasiado para hacer 220 km! El tema es que estos colectivos paran en cada pueblito en el medio. A las 8.30 am, por ejemplo, estaba en Tafí del Valle (se me piantó un lagrimón… tendré que conocerlo en un próximo viaje), a las 10.30 en Amaicha del Valle, etc.

Con un poco más de tiempo, me habría gustado recorrer cada uno de esos lugarcitos. Al llegar a Cafayate, caminé al hostel que, por suerte, quedaba cerca. En el medio comí unas empanaditas que encontré en un puesto (10$ c/u).



El hostel en el que me quedé fue Casa de Huesped (230$). Me decepcionó con fuerza. La gente es re amable, está moderadamente limpio, tiene wi-fi y buena ubicación (3 cuadras del centro, 8 cuadras de la terminal). Sin embargo, es demasiado básico y rústico. La cocina, por ejemplo, no está bien equipada y es miniatura. Las habitaciones tienen mala iluminación y muy pocos enchufes. No es un lugar cómodo para estar.

En mi habitación estaba Derek, un amable canadiense (como todos los canadienses) con quien intercambié unas palabras. También había un argentino más, un tipo grande. Creo que éramos, casi literalmente, los únicos huéspedes.

Salí a recorrer y llegué hasta Majo Viajes, al lado de la catedral, donde consulté por la excursión a la Quebrada de las Conchas. Logré regatear un buen precio. De 450$ que costaba inicialmente, lo terminé pagando 350$. Luego me enteré de que por mismo viaje otros pagaron hasta más de 500$. (Y, desde Salta, unos amigos que conocí pagaron 1000$).
«Regla #3 del mochilero: todo precio es negociable. Especialmente los artesanos y los guías turísticos le ponen un sobreprecio a todo. El regateo es digno, válido y un recurso fundamental para no caer en trampas de turistas.»

Esperé a que se hiciera la hora de la excursión con una pasable cervecita artesanal y música folkclore de fondo, en la esquina de la plaza. La temperatura era de 23 grados y estaba nublado. Un lujo.

La excursión me encantó y la recomiendo ampliamente. Es cansador (arrancó a las 3 pm y volvimos a las 20.30 pm) pero vale mucho la pena.

La Quebrada de las Conchas es dueña de uno de los paisajes más impactantes de todo el norte argentino. Las formaciones rocosas erosionadas a lo largo de millones de años dieron lugar a curiosas figuras y vibrantes colores: rojos, amarillos, verdes, azules, violetas, diferentes tonos de naranjas, etc.

Caminamos por Los Colorados, Los Castillos (donde me llevé un vinito malbec para regalar a mis viejos), El Sapo, el Mirador Tres Cerros, el tremendo Anfiteatro y la Garganta del Diablo, el gran final del tour. 



A wild Bulbasaur appeared!





En el medio nos detuvimos en el paraje Santa Bárbara para hacer pis y comer unas tortillas. Ahí me saqué una copada foto con las llamas.


Si puedo objetar algo, el guía no tenía demasiada onda y el grupo tampoco. Había un popurrí variado: dos señoras alemanas, una pareja de viejitos franceses, una canadiense viajando sola, tres parejitas argentinas, dos amigas argentinas y yo. La verdad es que no charlé demasiado con ninguno porque ninguno de ellos tenía la mejor energía del mundo.

De todas formas, es clave la excursión para poder meterte bien por la quebrada sin temor a perderte. El guía nos llevó por caminatas muy lindas por lugares que, andando solo, serían laberintos imposibles.

Para mí fue una experiencia inolvidable que me conectó de forma intensa con la naturaleza, un viaje interno muy especial. Lo único que me molestaba era tener que pedirle a la gente que me sacara fotos (el gran problema de viajar solo. Pero ni en pedo me compro un shitty-stick).

De vuelta en el hostel, compartí una copa de vino con Derek mientras devoraba unos fideos blancos. Lo invité a dar una vuelta conmigo al centro, pero él prefirió irse al sobre. No había nadie más en el lugar, por lo que terminé saliendo solo.

La plaza central estaba muy viva, llena de gente y de música folclórica por todos lados. Me senté a tomar algo y regresé a eso de las 11 pm, donde me fui derecho al sobre para levantarme temprano al día siguiente.

Cafayate es un re lindo pueblo para el que busca tranquilidad. De haber tenido un día más, habría alquilado una bici para recorrer bien algunos cerros y diques que tiene cerca. Es súper relajado y pintoresco. Eso sí, la señal de celular es pésima. Próxima parada: Salta capital.

Día 5 – Salta: Cerro San Bernardo, museo y asado (martes 30/01)

Mi primer día en Salta fue un punto muy alto en el viaje. Me levanté en Cafayate a las 7.30 am y desayuné café con tortillas. Tuve que apurar el paso para llegar a tomar el bus El Indio, que salía 8.50 am para la capital salteña.

No hay descuento de estudiante, pero pude lograr un precio especial sólo por solicitar un descuento (de 240$ a 220$).

Me sigue resultando loco que un colectivo pueda tardar 4 horas en hacer 180 km. El recorrido es hermoso, pasando por toda la Quebrada y por cada mini pueblito en el medio (¡incluyendo Alemanía, fundado por alemanes!).

Llegué 12.30 pm En el medio vi un thriller de terror pasable: A Dark Song, una película independiente de origen irlandés. También continué las aventuras que relata Murakami y vicié mi Cursed Treasure 2 en el celu. Se hizo pesado el viaje.

Desde la terminal, el hostel reservado estaba a unas diez o doce cuadras, un lindo paseo por el Parque San Martín donde me hice de media docena de empanadas salteñas a 35$ (un regalo). Comer en Salta, de hecho, es realmente barato. ¡Ni se justifica cocinar por esos precios!


Me gustó mucho el hostel Ferienhaus.  Pagué 475$ por las dos noches y tiene todo lo que un buen hostel tiene que tener: buena ubicación (está en pleno centro), buenos espacios comunes, wi-fi, habitaciones bien equipadas (lockers, enchufes, etc). Es muy lindo y recomendable.

Me pegué un baño y salí para el Museo Arqueológico de Alta Montaña (MAAM), donde la entrada es de 130$ pero los estudiantes pagamos 40$ (clave aprovechar ese descuento).

El auto tour te lleva 20 o 30 minutos, dependiendo de cuánto le quieras dedicar a cada sector. Se exhiben los resultados de una investigación arqueológica realizada a 7000 metros de altura en Llullaillaco, donde se encontraron restos de toda una antigua civilización inca.

Es bastante imponente. Los Niños del Llullaillaco representan uno de los descubrimientos arqueológicos más importantes de los últimos años.


Foto de stock (no se pueden sacar fotos o filmar adentro)

Cuando ves los cuerpos de los niños, crío-preservados en cápsulas que modifican su atmósfera reduciendo el contenido de oxígeno en un ambiente estable de veinte grados centígrados bajo cero, un frío helado te recorre la espalda. Posta. Parece que se murieron hace 5 días, y en realidad pasaron 500 años.

Solamente hay dos museos como el MAAM en el mundo. El otro está en Lima, Perú, si no me equivoco.

Luego partí a pie para el Cerro San Bernardo, uno de los atractivos turísticos más conocidos de Salta.

Son unos 45 minutos de subida por escaleras que te matan, pero resultan muy gratificantes cuando alcanzás la cima. Arriba hay una cascada artificial, sectores de juegos y ejercicios, bares y artesanos. Es ideal para pasar una tarde. La mirada panorámica de la ciudad no tiene precio. De hecho, es un recorrido que no tiene precio, literalmente, a menos que decidas subir por teleférico (100$ el viaje, aproximadamente).




Al final esa tarde terminé caminando como por tres horas. Volví muerto, habiendo conocido bastante de la ciudad. En el hostel me tomé una birra con un neozelandés y un alemán, escribí para el blog y pintó asado con la gente del lugar.

Por cierto, y antes de que siga, la cerveza Salta apesta y no se la deseo ni a mi peor enemigo. Encima, por 60$ el litro, no lo vale.

La cuestión es que pintó asado. Por 200$ por cabeza comimos como reyes. Éramos varios argentinos (Gustavo –alias John Malkovich–, Sebastián, Rocío, Antonella, Damián –alias Abel Pintos–, Sebastián, Martín, el santafecino y yo). También había un alemán (Andreas) y unas pibas francesas que, aunque no se prendieron al asado, andaban por ahí. La pasamos realmente muy bien y terminamos charlando como hasta las 4 de la mañana.


Un día súper memorable. Qué lindo es pegar onda en el hostel y poder disfrutar de esas veladas tan improvisadas como divertidas.

Día 6 – Salta: lluvia, videojuegos y peña (miércoles 31/01)

Otra mañana de lluvias intensas. En Salta incluso se generaron violentas inundaciones. Me perdí el free walking tour que quería hacer, pero no me molestó porque podría hacerlo al día siguiente, antes de salir a Jujuy.

Desayuné, escribí un toque y mateamos con los chicos argentinos el resto de la mañana. En un momento mencioné que había un Sacoa al lado y algunos se coparon para viciar. Yo metí mucho Pump it Up (me estoy volviendo bueno) y unos House of the Dead. Con los chicos jugamos Daytona y ellos jugaron Tejo, entre ellos.

Luego salí a pasear un rato y comprar algunos regalitos para la familia. De almuerzo comimos la carne del día anterior y organizamos para ir a una peña por la noche.

Afortunadamente, por la tarde dejó de llover. Salí a caminar mucho (de nuevo) para comprar algunas pavadas. Más tarde tomamos mates en la plaza con los chicos: Damián, Sebastián, Gustavo y yo.


La peña fue genial. Meta vino y música folkclórica. Al final fuimos 10, prácticamente los mismos del asado anterior: todos los argentinos que quedaban (algunos ya se habían ido), las tres francesas y el picarón alemán.

Fuimos a La casona del molino. Queda lejos (unas 20 cuadras del centro) pero lo vale totalmente. Comimos: ensaladas, un cuarto de vacío, 2 matambres a la pizza, papas con queso, dos docenas de empanadas, 4 birras y 6 vinos. Todo por 240$ por cabeza.



Día 7 – El free walking tour de Salta y San Salvador de Jujuy (jueves 01/01)

Me levanté temprano, como todos los días, desayuné, armé la mochila y partí para el Free Walking Tour. Me sorprendí gratamente al enterarme de que había uno en Salta. Hice varios en Europa y me parecen la manera ideal de recorrer una ciudad y conocer todos sus secretos.

Salta es la quinta ciudad con este tipo de tours en Argentina. También están Buenos Aires (obvio), Córdoba, Mendoza, Rosario y –recientemente– Catamarca.

Nos atendió Homero, un salteño piola que habla inglés lo suficientemente bien. El tour puede también hacerse en español, pero prácticamente eran todos extranjeros.

Recorrimos la plaza, la Catedral, el MAAM, los conventos, el monumento a Güemes (fascinante historia, ironías de la vida que el monumento de un revolucionario traicionado por su propio pueblo esté en la parte aristocrática de la ciudad). También recibimos varias recomendaciones de lugares para comer y cosas para hacer. Es un buen tour que tiene mi más alta recomendación. Dura aproximadamente 2 horas.


 Free Walking Tour - Salta

Luego busqué la mochila y partí para la terminal. De haber podido, tranquilamente me habría quedado dos días más en Salta. Tiene buena onda, es pituca y me faltaron algunas cositas. Por ejemplo, me quedé con ganas de hacer el camino hacia la Quebrada de San Lorenzo.

El pasaje a Jujuy me costó 175$ (con descuento). Hay varios horarios. Salí a las 14 pm y llegué  a las 16 pm La nueva terminal de Jujuy es hermosa pero queda en las afueras de la ciudad. Por fortuna, hay casi una decena de buses que te dejan en el centro, y funcionan con la SUBE. (10$ el viaje).

Llegue al hostel Hostelina, en pleno centro. Pagué 500$ las dos noches. Mientras me tomaba unos mates, me puse a charlar con Valentín, un flaco re loco y amante del cine, con acento mexicano. Está preparando el examen de ingreso al Enerc, que abrió nueva sede en el norte. Sólo ingresan 28 alumnos por año. Con él nos colgamos hablando bastante de cine.

También apareció Marisol, una docente de literatura en Buenos Aires que califica como una de las personas más colgadas que conocí. Me hacía reír mucho con sus cuelgues. Caminamos un toque por el centro y luego nos separamos. Ella quería ver artesanías y yo quería bañarme y descansarla. Ella llegó por la noche y se terminó durmiendo a las 22 hs.

Por suerte, cayó otra argentina copada, Nora, a las 22.30 hs. Recién llegaba del vuelo (pagó 500$ por un taxi… definitivamente no leyó mis “Reglas del mochilero”). Se sumó a los fideos que estaba haciendo y quedamos charlando un toque.

Lo más loco de todo es que Nora –también docente de literatura en secundaria como Marisol– iba a hacer el mismo viaje hacia Bolivia.

Desgraciadamente, esa noche el hostel estuvo bastante depresivo. Sólo éramos nosotros tres y un viejo medio asqueroso que toca la guitarra eléctrica en la calle (la gasta). Luego de dar una vueltita nocturna por el centro, me fui a descansar.


 Matecitos en el hostel de Jujuy

Creo que me olvidé una de mis mallas preferidas en Salta, porque no la encuentro por ningún lado. Ampliaremos sobre ese triste y devastador acontecimiento.

Día 8 – Purmamarca y el Cerro de los Siete Colores (viernes 02/01)

El día anterior había estado investigando por excursiones a Purmamarca y las Salinas Grandes y terminé convenciéndome de que son un choreo. Me cobraban más de 1100$ por la excursión, un dinero que no tenía ni ganas de gastar. Una locura total.

Así que me armé mi propio viaje. Me tomé un bondi a la nueva terminal y de ahí saqué pasaje a Purmamarca. Hay muchos horarios y el costo es sólo de 80$. Tarda 1 hora y cuarto en llegar desde Jujuy.


En la ruta terminé de ver Cinema Paradise (hermosa película. Qué final brillante tiene). Había una nena insoportable que no paraba de llorar y la madre no hacía nada. Literalmente creo que lloró durante 45 minutos seguidos. Todos estábamos súper impacientes y algunos pasajeros hasta se fueron a quejar y se movieron de lugar.

Yo me puse a charlar con mi acompañante de asiento, Patricia, que resultó ser una grosa. Ingeniería y docente universitaria (como quien escribe) se estaba tomando unos días en el norte para descansar, participar de actividades culturales, cantar e intentar agarrar algún cargo por esta zona. Nos quedamos un buen rato hablando hasta que llegué a destino.

En el medio el colectivo se detuvo por la llegada de un helicóptero. Descubrimos que Macri estaba descendiendo hacia la zona para dar un discurso sobre la reconstrucción del pueblo Volcán, que quedó completamente tapado por un alud hace un tiempo. Probablemente es lo más cerca que alguna vez estuve de un presidente.

El pueblo de Purmamarca es súper chiquito y sencillo, casi completamente cubierto por artesanos con sus productos. Está a unos 65 km de Jujuy, rodeado de un imponente marco natural. Recorrí el centro (que no es mucho más que la plaza principal) y subí hasta el mirador principal para la foto obligada con el Cerro de los Siete Colores, un cerro que combina ocres, amarillos, naranjas, verdes, violetas, lilas y marrones.



Purmamarca es de origen prehispánico y supo formar forma del Camino del Inca. Todavía conserva ese encanto colonial. La ferias de artesanos es muy colorida y hasta tiene un cabildo (el más chiquito del país).

Hay una muy linda caminata (Paseo de los Colorados) que puede hacerse siguiendo el camino detrás del mirador. Te lleva rodeando el cerro y te encontrás con unas panorámicas increíbles. Se recorren unos 3 km (1 hora aproximadamente a pie).


Comí algo en Wiphala, un restobar muy lindo. Pagué 170$ por una gran ensalada andina, dos empanaditas y una cerveza. No me pareció caro y me vino bien para usar wi-fi, el baño y poder sentarme cómodo un rato.

Por suerte, si bien hacía calor, la temperatura estaba más que agradable. El sol no picaba. Uno de mis miedos al venir al norte fue que me iba a morir de calor, con temperaturas altísimas. En ese sentido creo que tuve suerte, porque ningún día hasta ahora creo que llegó a los 30°. En general el clima se mantuvo en unos agradables 23-25 grados y con cielo nublado, lo cual lo hizo todo muy soportable.

La verdad es que me quedé con ganas de llegar hasta las Salinas Grandes, pero me cobraban 300$ para llevarme en taxi, y es un dinero que no quería gastar en eso. Es más, lo gasté, pero en regalos para la bruja y el enano.

Me tomé unos mates en la plaza, charlando con algunas parejas que estaban por ahí, y regresé a Jujuy en el colectivo de las 14.45 hs. Creo que Purmamarca es para eso: pasar un par de horas. No sé si hay mucho más para hacer, por lo menos en épocas diferentes a Carnaval.


Desde Purma es posible llegar fácilmente a Humahuaca (65$) o Tilcara (20$). También hay muchos horarios de colectivos disponibles. Estuve tentado a seguir hacia alguno de esos dos destinos. Son lugares que me quedarán para un próximo viaje.

De vuelta en el hostel, escribí un poco, organicé mi mochila, hablé con mi viejo y tomé mates con Fabián, un porteño que se convirtió en el aliado de la noche. También estaba viajando solo. Habían llegado unas familias, una pareja de amigos porteños (medio amargos) y un grupito de chicos y chicas que eran todos parejas.

Junto a Fabián, Valentín (el futuro estudiante de cine con acento mexicano que trabaja en el hostel) y Daiana, también recepcionista del lugar, descorchamos un vino que había comprado el día anterior y lo tomamos con aceitunas y papas, mientras intentábamos convencer a Valentín de que saliera con nosotros en la noche. Al final decidió acompañarnos porque así se lo dijo el lanzamiento de una moneda, aunque horas más tarde él nos terminó fallando.

La cuestión es que terminamos saliendo Fabián y yo. Buscamos algún barcito pasable para tomar algo y todo estaba medio muerto. El día anterior había sido “Jueves de Compadres” (una típica fiesta pre-carnavalesca de Jujuy) y se ve que el viernes seguían todos detonados.


Luego de caminar como una hora, nos conformamos con una pizza y una cerveza en un bar a la vuelta del hostel. Por esas vueltas de la vida, la moza, Andrea, nos consiguió ingreso gratuito a un boliche de onda llamado “Grey”, donde supuestamente sale 120$ entrar. Yo no estaba tan entusiasmado por la idea de salir, pero tenía que hacer tiempo hasta mi viaje del día siguiente, y además Fabián me necesitaba.

De todas maneras no salimos. Otra vez una lluvia intensa me cambió mis planes, lo cual me llevó a este pensamiento curioso: tres veces me llovió, una en cada una de las tres provincias en las que estuve (Tucumán, Salta y Jujuy). Esas tres veces, la lluvia se convirtió en un impedimento que me obligó a alterar mi plan inicial. Tres veces la lluvia me recordó que no tenemos control sobre absolutamente nada en este caótico mundo.
«Regla #4 del mochilero: armá tus planes con la suficiente flexibilidad para poder encontrar soluciones alternativas ante cualquier inconveniente. Ser precavido es una virtud (reservar hostels de antemano para evitar pérdidas de tiempo, investigar previamente sobre qué hacer en un lugar, revisar el pronóstico, etc) pero demasiada rigidez en los planes va a llevar, indefectiblemente, a grandes decepciones.»

Me fui a dormir, alrededor de la 1 am, con esas ideas en la cabeza. Me levanté a las 5 am para salir a la terminal y comenzar el largo regreso a casa.

Día 9 – Final de juego (sábado 03/01)

Me desperté a las cinco de la mañana para tomarme el bondi a la terminal. A las 7 am salía mi colectivo hacia Tucumán, donde me reencontré con Adrián para charlar un rato más y almorzar en el centro.

De paso, y ya que estaba, aproveché a raparme, un acto que para mí representa prácticamente un ritual simbólico. Tomamos unos mates en la plaza y por la tarde me tomé otro bondi para el aeropuerto, aunque no me dejaba exactamente en la puerta, sino a unos 4 km (así de ingrato es Tucumán).


Por cierto, hacía 31° y un calor asfixiante. Creo que es la provincia donde más sufrí el calor, probablemente debido a la humedad. Ya en el aeropuerto, esperando que partiera mi vuelo, me quedé recordando esta última semana y escribiendo las líneas finales de este diario de viaje.

El norte argentino es un destino maravilloso para el que busca conexión con la naturaleza, calidez de la gente y tranquilidad. La geografía que poseen Tucuman, Salta y Jujuy es imponente. Quedé maravillado con los paisajes, no tanto así con la calidad de los hostels en los que estuve y con la joda. Sé que el panorama fiestero cambia completamente en épocas de carnaval, pero eso no lo podré saber hasta experimentarlo yo mismo.

Por mi parte, las noches fueron más bien apagadas en las ciudades donde estuve, como si todos se estuvieran guardando energías para hacerlas explotar en los próximos días. Tampoco vi demasiados turistas recorriendo estos lugares.

Más allá de que nos queda lejísimos a los que somos del sur de Argentina, es un lugar especialmente barato y bastante mágico, donde cada esquina te puede sorprender con una postal, una nueva amistad o una situación bizarra (especialmente en las noches de San Salvador de Jujuy).

De todos los lugares donde estuve, me enamoró especialmente Salta (adonde sin duda quiero volver) y sentí que podría haberle sacado más provecho a Jujuy. Definitivamente, este es un viaje que amerita una segunda parte.

***


Adiós Norte Argentino. Ya volveremos a encontrarnos.

……………………………………………………………


……………………………………………………………

 Podés seguir las nuevas notas y novedades (además de humor y críticas de cine) en mi fan-page: http://www.facebook.com/sivoriluciano. Si te gustó, ¡compartilo o dejá un comentario!






3 comentarios:

  1. Uuuu te quedó Tilcara para la próxima! Ahí si se me voló la peluca.
    Yo hice un viaje parecido, también con mochila, hace unos años pero metí 15 días, y además de los lugares por donde anduviste, metí Amaicha un lugar donde un cartel dice: 360 días de sol. Cuando yo fui justo llovió, ¿piedra yo?...El Tafí que no fue, es hermoso. Otro lugar que es muy diferente es Cachi, mucho más colonial que lo que se verá más al norte.
    Yo llegué hasta Humahuaca y ahí pensaba ir a Iruya, pero como los caminos estaban inundados (dicen que cuando es así después no podés volver y te tenés que quedar en Iruya) preferí volverme a Salta. Quedará para la próxima, porque además Doña Lucía se vio afectada por el clima y los excesos alimenticios.
    En Cafayate me acuerdo que caí justo con la Serenata, un fin de semana que es a puro folklore. Una maza! música por todos lados.
    En fin, para tu próxima Tilcara si o si.

    https://frodorock.blogspot.com.ar/2014/03/un-viaje-por-el-noa-ancestral.html

    Abrazo!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Ah, en la foto con los pibes, el de la derecha es igual a mi amigo El Ñandú

      Eliminar
    2. Tiene cara de Ñandu, ¿no?
      Leí tu nota sobre el norte. Me agradó mucho porque me tomó desprevenido. Esperaba un diario de viaje tradicional y me encontré con algo muy diferente. Decididamente, sabés bocha sobre música, y ese tipo de notas siempre son geniales.
      ¡Saludos!

      Eliminar