Francia. Año 1926. La Primera Guerra Mundial había
finalizado. El Imperio ruso se convertía en la Unión Soviética, la primera
nación gobernada por el proletariado. Las dictaduras se expandían por el sur de
Europa.
Eran tiempos tumultuosos, de cambio, de revolución.
De revolución social, militar, científica. Pero también de revolución artística
y literaria. Nació la Generación del 27, apareció el ratón Mickey, se fundó la Academia
de Artes y Ciencias Cinematográficas. En literatura: James Joyce, Scott
Fitzgerald, Ernest Hemingway. Y también, Francis
Ponge.
Por esa época, Ponge publicó Douze Petits Ecrits, un libro muy breve de doce escritos. Algo muy
distinto se gestaba en la poesía de Francia, una mirada fresca que ningún
lenguaje, que ningún arte, había lanzado de esa forma. Una precisión obsesiva
por los objetos más cotidianos y una necesidad casi empírica de hacer poesía
ensayística, o ensayos poéticos.
Quienes siguen mi blog saben que no disfruto
demasiado de la poesía (a menos que sea Oliverio
Girondo, claro). La poesía no termina de enamorarme como sí lo hacen el
texto narrativo y el dramático; a la poesía la encuentro melosa, exagerada,
presuntuosa. O, quizás, simplemente no la entiendo. (Aunque cabe preguntarse si
el arte necesita ser entendida para ser disfrutada, ¿no?).
Sin embargo, la poesía de Ponge –que es una especie
de poesía en prosa– me tomó completamente por sorpresa.
Ponge aconsejaba a sus lectores “tomar partido al
observar” cuando los acosara un súbito desinterés por los objetos. Este amante
de las cosas busca definirlas y redefinirlas, interpelarlas desde diferentes
puntos de vista. El escritor toma una papa, una avispa, un vaso de agua o un
caballo y los convierte en literatura fascinante para explorar.
***
Sobre su poema “La papa”
Mejor vamos con un ejemplo práctico.
En La papa
(pueden
leerlo acá), Ponge está poniendo en escena (literalmente: pelando) su tema.
Busca desautomatizar un proceso que en realidad es más complejo de lo que
aparenta a primera vista. En efecto: pelar y hervir una papa (en el mundo de
los objetos) es arduo.
Dice: “Pelar
una papa hervida de buena calidad es un placer selecto” (desvestir un tema,
darle un nuevo uso a esas palabras gastadas y polvorientas). Escribir, como
pelar una papa, es un verdadero placer para cualquier escritor.
El autor se refiere a un proceso banal, pero nos
habla simultáneamente de mucho más. ¿Nunca estuvieron tan absortos en un tema
completamente rutinario que lo hicieron en modo automático, prácticamente sin
darse cuenta? Ponge invita, como muchos autores de la época, a desautomatizar
ese proceso.
Es interesante también cómo en el poema la forma se
va adaptando orgánicamente al contenido: “Mis
papas, ahí sumergidas, son presa de sobresaltos, atropelladas, injuriadas,
impregnadas hasta la médula” (el movimiento en el texto refleja a las papas
en movimiento).
Ponge, al darle voz a los objetos, le brinda
también ciertas características humanas.
“Si su forma se ha salvado (lo que no siempre sucede), se han vuelto blandas, dóciles. Toda acidez ha desaparecido de su pulpa: se les halla buen gusto.”
Tomar
partido de las cosas
Los poemas en prosa de Francis Ponge no ceden a los ritmos del verso ni buscan las
analogías. Todo lo contrario: buscan las diferencias. Mediante el rodeo
a las cosas, Ponge busca el lenguaje de los hombres en un nuevo nacimiento.
Los objetos, los paisajes, las personas del mundo
exterior atraen su convicción porque, paradójicamente, no la necesitan. Ponge
lo dice de un modo exacto con una fórmula que roza el manifiesto: “TOMAS
PARTIDO POR LAS COSAS = TENER EN CUENTA LAS PALABRAS”.
TPC
= TCP
A lo largo de su obra, desarrolla un acto de percepción
del mundo, un trabajo artesanal apoyado en la inmediatez de las cosas mudas.
Por eso se habla de qué Ponge se halla a medio camino entre la composición
poética y la especulación teórica, creando una especie de poemas-ensayo.
Sobre su poema “El Caballo”
Otro de sus poemas llamativos es “El
caballo”.
Comienza describiendo al animal físicamente y
pronto llega a la característica que le parece la más representativa: su
impaciencia. Para Ponge el caballo por definición es impaciente (“es la impaciencia hecha aletas nasales. Las
armas del caballo son la fuga, el mordisco, la coz”).
“El caballo, gran nervioso, es aerófago. Sensible al más alto punto, aprieta los maxilares, retiene su respiración, después la suelta haciendo vibrar fuertemente Las paredes de sus fosas nasales. También por eso el noble animal, que no se alimenta sino de aire y de pasto, no produce más que bollos de paja y pedos estruendosos y perfumados”.
“Su
impaciencia de carácter es tan profunda que en el interior de su cuerpo las
piezas de su esqueleto se comportan como las piedritas de un torrente”. Son
piedras que erosionan, que transforman la materia.
Sobre su poema “La
avispa”
Y, para Ponge, si el caballo es impaciencia, la
avispa (pueden
leerlo acá) es energía en su estado más puro. La avispa vibra a cada
instante las vibraciones necesarias. Parece vivir en un estado de crisis
continua que la vuelve peligrosa. Una especie de frenesí o de furia que la
vuelve tan brillante, zumbante, musical como una cuerda muy tensa.
“La avispa sobre el borde del plato o de la taza mal enjuagada (o del frasco de mermelada): una atracción irresistible. ¡Qué tenacidad en el deseo! ¡Qué manera de estar hechas la una para la otra! Una verdadera imantación al azúcar”.
“La avispa es tan estúpida -lo digo porque es así- que si la cortamos en dos, sigue viviendo, tarda dos días en comprender que está muerta. Sigue agitándose. Se agita incluso más que antes”.
Esta es, por lo menos, una de las tantas
interpretaciones posibles. El autor las abraza a todas, y admite que sus textos
pueden ser explicados mejor por cualquier otro que no sea él:
“Cualquiera es más capaz que yo para explicar mis poemas. Y evidentemente soy el único que no puede hacerlo. ¿Pero acaso el hecho de que un poema no puede ser explicado por su autor, antes que una vergüenza para el poema y su autor, no contribuye por el contrario a su gloria.”
(Constatar esta idea con “La muerte del autor” de Roland Barthes, que describí
en esta otra nota)
El rechazo del “viejo humanismo”
de Ponge
El sistema de ideas (filosóficas, religiosas,
ideológicas, creencias…) para Ponge es “materia opinable”. Por lo tanto, estos
sistemas de ideas son subjetivos. Dice: “Las
ideas no tienen un valor de verdad sino táctico.”
La táctica, recordemos, es un término militar, una
estrategia para conquistar. El hombre quiere dominar a otros hombres, y también
a las cosas. El hombre entiende a las cosas como “medios”, meros instrumentos…
no fines en sí. Le da un valor instrumental a las cosas.
Con su poesía –que es también todo un armamento
teórico– Ponge quiere sacarse de encima ese “viejo humanismo”, aquel que ve al
hombre como un espíritu al que hay que convencer, un corazón que hay que
encantar. Espíritu y corazón son las características claves para esta
concepción. De ese viejo humanismo Ponge busca distanciarse.
El autor escribió, entre 1947 y 1948, una especie
de diario personal: “My
creative method”. Este es el primer texto de una serie de escritos donde afirma
que “las ideas lo quieren convencer”. Elige las cosas (de nuevo: toma partido
por las cosas) porque éstas no intentan convencerlo de nada. De esa forma logra
escaparse de esa anticuada concepción del hombre.
“Las ideas no son mi fuerte. No las manipulo con facilidad. Por el contrario, los objetos del mundo exterior me encantan. (…) de ninguna manera parecen preocuparse por mi aprobación.”
En esencia, rechaza el mundo de las ideas y abraza
el mundo de las cosas.
La necesidad
de reinventar el lenguaje
De los valores dogmatizados (sistemas más bien rígidos), dice Ponge,
nacen los magma, formas de control que llevan últimamente a catástrofes (a guerras
religiosas, por ejemplo).
Basta renunciar a la voluntad de dominio para
reconciliarse con las cosas, y luego por extensión, con otros hombres. “De esa forma se vería al hombre en sí mismo
y no como un medio.”
Ponge explica que hay una necesidad de reinventar
el lenguaje para alcanzar la reconciliación con el hombre. Al tomar partido por
las cosas dejamos de ver al hombre como un medio. Esto implicaría, por ejemplo,
dejar de ver a la piedra como símbolo del corazón (“Un corazón de piedra, duro como una piedra.”) o a la rosa como el
símbolo de la mujer. Es entender a la piedra en sí misma, con todo lo que tiene
para decir. Sensibilizarse con las cosas, asediar al objeto para entender todas
sus propiedades (una piedra no es solo dura).
Para tomar partido por las cosas hay que renovar
las palabras, renovar el lenguaje (“tener
en cuenta las palabras”). Dado que el lenguaje es un producto del hombre,
reconciliar al hombre con el objeto es también una reconciliación con las
palabras que designan a ese objeto.
Para esto es necesario “desautomatizar la mirada y la percepción” (como invitaba a hacer el
formalismo
ruso). Es posible ver al mismo objeto de maneras muy diferentes. Renovar el
mundo de los objetos es también renovar los objetos.
Por eso, Ponge crea textos que son cosas:
texto-avispa, texto-papa, texto-caballo. Él tiene un tratamiento particular con
los textos, con cada uno de sus textos.
“Las palabras vienen incluso si no se tiene el talento de escribirlas de entrada, de hallarlas de entrada. Nadie levanta la piel de las cosas. Hay que hallar la cosa viva. La dificultad es que las palabras están tan polvorientas, hace falta devolverles la vivacidad y es posible hacerlo teniendo esa sensibilidad por las palabras y amando a los propios personajes”.
Palabras
finales
Ponge explica que la poesía como tal no le
interesa, en la medida en que actualmente se denomina poesía el “magma
analógico en bruto”. Las analogías son interesantes, pero menos que las
diferencias. Hay que captar la cualidad diferencial a través de las analogías.
Si se dice que el interior de una nuez se asemeja a
una almendra garrapiñada, es interesante. Pero más interesante aún es su
diferencia. Hacer que se experimenten las analogías ya es algo. Nombrar la
cualidad diferencial de la nuez es la meta, el progreso.
Para él, analizar una piedra desde todos sus puntos
de vista es realmente una experiencia sensorial. Toma la piedra, escribe sobre
ella y produce algo memorable que incluye una dimensión de conocimiento
también.
“Aquí estoy pues con mi piedra, que me intriga, que hace funcionar en mí instancias desconocidas. Después de todo, tengo las sílabas, las onomatopeyas, tengo las letras. ¡Me las arreglaré bien! Y en verdad que las palabras serán suficientes…”
En My creative method habla
con claridad de todas estas ideas. Expresa:
“Es preciso decir que hay un número muy grande de personas que son perfectamente insensibles al mundo, al mundo de los objetos o al mundo de los sentimientos. Pasan, viven, tienen razón, pero no son violentamente alcanzados en su sensibilidad por lo que pasa, por lo que existe. (…) La más grande dificultad es esa honestidad para con la propia sensibilidad. Y no temer las críticas de los demás.”
Me encanta cómo resume su idea de lo que debe ser
la literatura y lo que debe representar para cualquier escritor. Es una de mis
frases de cabecera que siempre traigo conmigo cuando mis aspiraciones de
escritor tambalean, cuando me pregunto si lo que hago vale la pena, si está
teniendo algún tipo de impacto:
“Es así: sin vergüenza, elegir su propio gusto, pero ser terriblemente claro con eso. Uno sabe lo que ama, hay que elegirlo, hay que tener el coraje del propio gusto y no solamente de las propias opiniones.”
Sin duda, la más grande dificultad del escritor es
esa honestidad para con la propia sensibilidad. Y no temer las críticas de los
demás.
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=>> Otros posts sobre CRÍTICA LITERARIA en el blog: “La
verdadera finalidad del arte”; “La
singularización como forma de desautomatizar”; “99
formas de contar un mismo episodio”; “Tentativa
de agotar a Georges Perec”; “La
muerte del autor (según Roland Barthes)”.
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¡Excelente comentario! ¿Podría darme la referencia de las traducciones utilizadas? :)
ResponderEliminarNo la tengo a mano. Fueron fotocopias de un curso de Letras (Literatura Contemporánea I).
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