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viernes, 1 de diciembre de 2017

Los aportes de Sartre a la crítica literaria


En una entrada anterior me referí a Jean-Paul Sartre en cuanto a sus pensamientos filosóficos (Sartre: la condena de ser libre). Sin embargo, el prolífico escritor francés fue realmente multifacético, aleccionando también en los campos de la política, la biografía, la dramaturgia y la crítica literaria, entre otros ámbitos.

En esta nota quiero dar lugar al aporte que realizó Sartre al estudio de la Literatura, que quizás no es tan popular como su filosofía. Al respecto, su escrito más importante es indudablemente ¿Qué es la literatura?, de 1948.



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Concepción de la literatura según Sartre

¿Qué es literatura? Es una compilación de cuatro ensayos / capítulos: “¿Qué es escribir?”, “¿Por qué escribir?”, “¿Para quién escribir” y “Situación en 1947”. Yo me voy a centrar en los tres primeros.

Lo primero que hace Sartre –y esto es, por supuesto, su opinión– es separar a la escritura del resto de las artes, ya que la materia con la que se trabaja es diferente. Luego analiza que la prosa es fundamentalmente distinta a la poesía, a la que critica con vehemencia.

Para él, “escribir es escribir en prosa”, pero además escribir es actuar, actuar políticamente, socialmente. El autor no considera ninguna otra literatura que no sea literatura comprometida, diferente a la considerada como verdadera por los críticos de su época.
«La literatura es un conjunto coherente de decisiones teóricas, elecciones estéticas y valores éticos y estéticos que determinan qué se entiende por literatura y qué producciones no lo son



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¿Qué es literatura comprometida?

Para comprender el concepto de compromiso literario, hay que remontarse a las ideas de Heidegger (influencia clave en Sartre).

El hombre, según Heidegger, no es un simple receptáculo, sino presencia activa y constitutiva de este mundo. Esta relación entre el “dasein” (el existente) y el mundo es una relación de compromiso (o engagement) que en la terminología heideggeriana se entiende como “preocupación”.

Así, el tema del compromiso literario es fundamental, por sus implicaciones y consecuencias filosóficas existencialistas. Cuando Sartre emprende la tarea de exponer su concepción de la literatura, en su ensayo mundialmente célebre, los tópicos de Heidegger influyen visiblemente.

La reflexión sartriana sobre la naturaleza y la finalidad de la literatura se compone de tres momentos fundamentales, tres preguntas y tres respuestas sobre aspectos diversos de la actividad de la obra literaria.

(1) ¿Qué es escribir?

Sartre establece una distinción entre el mundo de la poesía y el mundo de la prosa. La palabra poética no es signo, es decir, no apunta a la realidad; es más bien una imagen de la realidad, una palabra-cosa. Estas palabras-cosas se agrupan según relaciones de conveniencia o inconveniencia, y forman la verdadera unidad poética: la frase-objeto.

El poeta ve el vidrio (aspecto, textura, detalle, etc.) pero no lo que hay detrás. Eso es porque trabaja con la materialidad de las palabras; significado y significante se funden.

A nadie se interroga ni nadie interroga: el poeta está ausente. La interrogación no tiene respuesta.

Por eso, dice el autor, “se comprenderá fácilmente qué tontería sería reclamar un compromiso poético. A medida que el prosista expone sus sentimientos, los esclarece; en el poeta, sucede lo contrario: si vuelca sus pasiones en su poema, deja de reconocerlas; las palabras se apoderan de ellas, se empapan con ellas y las metamorfosean”.

¿Cómo cabe esperar que se provoque la indignación o el entusiasmo político del lector cuando precisamente se le retira de la condición humana y se le invita a examinar, con los ojos de Dios, el lenguaje al revés?

En cambio, en la prosa el lenguaje se convierte en extensión de nuestros sentidos, no son objetos sino signos. Las palabras, para el prosista, están domesticadas. La palabra en prosa tiene plenamente valor de signo: a través de ella se alcanza la realidad, y por eso la prosa es utilitaria por esencia. El prosista se sirve de las palabras.

En cualquier caso, ha habido una mutación de la realidad nombrada, y por eso Sartre define al prosista como “un hombre que escogió cierto modo de acción secundaria, que se podría llamar la acción por desnudamiento”.

Ese designio del prosista consiste en “desvelar el mundo y singularmente al hombre para los otros hombres, a fin de que éstos asuman ante el objeto así desnudado, su responsabilidad plena”.

Para Sartre no es escritor el que dice ciertas cosas, sino el que eligió decirlas de cierto modo (recordar la importancia que tiene la condena de ser libre en el autor).

(2) ¿Por qué escribir?

El hombre tiene la conciencia de ser revelador de las cosas, de constituir el medio por el cual las cosas se manifiestan y adquieren significado. El escritor, al fijar en un escrito una realidad determinada, tiene conciencia de su esencialidad para la obra creada.

Toda obra literaria se presenta como un llamado a la libertad y a la generosidad del lector en el proceso de su revelación.

«Escribir es apelar al lector para que haga pasar a la existencia objetiva el desvelamiento que emprende por medio del lenguaje».

(3) ¿Para quién escribir?

Según Sartre, el escritor se dirige a la libertad de sus lectores; un autor debe dirigirse a un lector concreto, no a uno atópico y acrónico. Tiene que dirigirse al lector contemporáneo, integrado en la misma situación histórica y preocupado por los mismos problemas.

La solución a los problemas debe situarse en el mundo histórico en que nos hallamos. De ahí la necesidad de que el escritor se dirija a su hermano de raza y clase, invitándole a colaborar en la transformación del mundo.

La estética de Sartre es el intento más audaz hasta aquel momento de conferir a la literatura una función político-social. Él, de hecho, procuraba integrar la actividad literaria en el ámbito de la revolución marxista.

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La palabra como acción revolucionaria

Hablar es actuar: toda cosa que se nombra ya no es completamente la misma. Si se nombra la conducta de un individuo, esta queda de manifiesto ante él; este individuo se ve a sí mismo. 

El individuo se sabe visto al mismo tiempo que se ve, se integra en el espíritu objetivo, toma dimensiones nuevas.

Después de esto, ¿cómo espera uno que el individuo actúe de la misma manera? Esa idea de Sartre se relaciona íntimamente con sus ideas existenciales, particularmente en cuanto a la “mirada de los otros” (al respecto, pueden referirse a su obra de teatro No Exit, que reseñé en el blog).

Así, el prosista es un hombre que ha elegido cierto modo de acción secundaria que podría ser llamada “acción por revelación”. El escritor comprometido sabe que la palabra es acción; sabe que revelar es cambiar y que no es posible revelar sin proponerse el cambio. Relacionemos esta idea con el concepto de la “condena de ser libres”.

Sin duda, el escritor comprometido puede ser mediocre; cabe incluso la posibilidad de que tenga conciencia de serlo, pero la modestia con que considere su obra no tiene que apartarlo de construirla como si fuera a tener la mayor repercusión.

No debe decirse jamás “apenas tendré algunos lectores” sino: “¿qué sucedería si todo el mundo leyera lo que escribo?”. Esta idea del autor, en mi opinión, es fascinante.

Críticas hacia Sartre

Hubo quienes criticaron estas ideas tan extremas sobre la función de la literatura según Sartre. Uno de ellos fue el crítico literario Vítor Manuel de Aguiar e Silva.

Aguiar le critica dos cuestiones fundamentales al autor:

1)  La distinción sartriana entre palabra-cosa y palabra-signo se revela errónea, porque la poesía comparte las dimensiones semánticas de todo objeto literario. Resulta inaceptable la afirmación sartriana de que la poesía no puede comprometerse, revelando y modificando una situación.

De hecho (esto es un agregado mío, no lo dijo Aguiar) no hay que ir más lejos que hasta 1917. La poesía socialista, activista y ardiente de Vladimir Mayakovski fue clave durante la Resolución Rusa.

2)  Sartre confunde el contenido de una obra literaria con el de una obra política o sociológica. La palabra es, para él, acción revolucionaria. Esto lo conduce a afirmar el absurdo de que una obra como La divina comedia solo puede interesar a un hombre católico del siglo XIV.

Palabras finales

Sartre nos enseña que el escritor tiene que comprometerse por completo en sus obras y no proceder con una pasividad abyecta, exponiendo sus vicios, sus desdichas y sus debilidades, sino con una voluntad decidida y con una elección, como esa empresa total de vivir que somos cada uno.

En este panorama, es razonable abordar este problema nuevamente desde el principio y preguntarnos: ¿por qué escribimos?


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4 comentarios:

  1. Gracias por información. Creo que cada autor responderá a la última pregunta de manera diferente. Creo que fue Saramago que dijo que escribía porque no le gustaba el mundo en el cual vivía. Besos!

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    1. Me gusta esa idea de Saramago de la escritura como válvula de escape. Me siento identificado. ¡Saludos! Don´t be a stranger.

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  2. Y qué decir del tremendo prólogo que escribe para las Obras Completas de Jean Genet. El prólogo duplica la cantidad de páginas de la antología.
    No lo leí, porque siempre lo postergo, pero debe ser algo de otro planeta

    Abrazo Lucho!

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    1. Ah, mirá. No encaré ese prólogo de Jean Genet. Un limado el franchute.
      ¡Saludos!

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