Borges hablaba más de otros textos que de los
suyos. Justamente por eso, no es poca cosa que en una de sus entrevistas haya
dicho: “Ficciones y El Aleph son mis
mejores libros. El sur, mi mejor cuento. El Golem, mi mejor poema”.
Como la mayor parte de sus obras, El Sur es un cuento complejo que
requiere un esfuerzo adicional (e importante) por parte del lector para lograr
desenredarlo. Si bien es corto, tiene tanta densidad de temas y conceptos que
su lectura no es algo sencillo.
Aunque no es mi relato favorito de Borges, no por
eso merece dejar de ser analizado. Trabaja una buena cantidad de elementos
biográficos y combina algunas de las temáticas más recurrentes del autor: el
tiempo, los sueños y la muerte.
El protagonista de la historia es Juan Dahlmann, un hombre amante de la
lectura (como Borges) que trabajaba en una Biblioteca (como Borges).
Si bien Juan se siente tremendamente orgulloso de
su nacionalidad argentina, no olvida su ascendencia alemanda que heredó de su
padre. El linaje alemán-argentino para Juan es una tensión constante, como lo
fue la identidad inglés-argentina para Jorge Luis.
Pero vayamos más despacio, que ya llegaremos a eso.
***
Un
manuscrito de oro
El Sur
tiene una historia muy curiosa.
Se publicó por primera vez en el diario La Nación el
8 de febrero de 1953 y fue luego
incluido en la antología “Ficciones”. En el año 2012, el manuscrito original se
subastó por casi 200.000 euros, tres veces más de su precio de base. Un
record absoluto para el mundo de la literatura.
El original son siete hojas cuadriculadas,
arrancadas de un cuaderno con espiral de 21,9 por 17 cm, de letra pequeña pero
perfectamente legible, con fecha y lugar en Adrogué, 1953. Fue el último que
escribió Borges en toda su vida.
Dos años después, quedó ciego y ya necesitó que
alguien transcribiera sus cuentos.
El desorbitante precio fue pagado por la Fundación Martin Bodmer, con sede en
Ginebra, que se dedica a conservar manuscritos originales de grandes
personalidades del siglo XX. En esa ciudad suiza reposan hoy los restos de
Borges, quien falleció en junio de 1986.
El argumento
en pocas palabras
Juan Dahlmann vive en Buenos Aires y trabaja como
secretario de una biblioteca municipal. En el sur mantiene el casco de una
estancia que perteneció a su abuelo materno.
Un día como cualquier otro, subiendo a su edificio
se golpea la cabeza con el borde de un batiente. Después de pasar ocho días con
fiebre, lo llevan a un sanatorio, donde está al borde de la muerte. Acá es
donde las cosas se ponen extrañan.
La narración adquiere un carácter onírico, tiempo y
espacio comienzan a entremezclarse y no queda claro si Juan murió en aquel
sanatorio (una muerte triste, solitaria, sin gloria) y comienza a soñar su
muerte ideal, o si lo que sucede luego realmente sucedió.
Juan toma un tren que lo llevará al Sur, y este
viaje se confunde con el sanatorio constantemente. Al final, el protagonista
muere ahí debido a una pelea que tuvo con un compadrito que lo molestaba.
Ambas teorías son igualmente válidas: Dahlmann pudo
haberse recuperado y viajado al Sur, o nunca haberse recuperado (murió en la
camilla del sanatorio) y, ante la alternativa de una muerte tan absurda, soñó
una muerte “criolla” que habría enorgullecido a su abuelo.
El relato finaliza de esta forma:
«(…) Sintió, al atravesar el umbral, que morir en una pelea a cuchillo, a cielo abierto y acometiendo, hubiera sido una liberación para él, una felicidad y una fiesta, en la primera noche del sanatorio, cuando le clavaron la aguja. Sintió que si él, entonces, hubiera podido elegir o soñar su muerte, ésta es la muerte que hubiera elegido o soñado.»
Borges y los
trenes
El tren (o, más bien, el viaje en tren) es uno de
los tantos elementos simbólicos que Borges suele utilizar bastante. No tanto
como los laberintos y los espejos, pero sí lo suficiente como para poder
considerarlo uno de sus recursos típicos.
En El jardín
de senderos que se bifurcan (que ya
reseñé en el blog) el protagonista Yu Tsun se baja del tren en medio del
campo para ir a cumplir con su misión de espionaje. En La muerte y la brújula (gran relato que trabaja
la idea del anti-detective) Erik
Lönnrot también se dirige en tren hacia Triste-le-Roy (donde desconoce que
encontrará su muerte).
Así, el viaje en tren es una suerte de umbral hacia
otro estado de mente y cuerpo.
En El Sur
es, justamente, donde lo onírico se hace más presente, donde los límites entre
realidad y ficción se vuelven difusos. También es donde, de alguna manera,
tiempo y espacio se ramifican.
«Mañana me despertaré en la estancia, pensaba, y era como si a un tiempo fuera dos hombres: el que avanzaba por el día otoñal y por la geografía de la patria, y el otro, encarcelado en un sanatorio y sujeto a metódicas servidumbres.»
No es casual que el tren se detenga “en medio de la
nada”. Dahlmann acepta la caminata como una pequeña aventura. Aquella frontera
funciona como una suerte de limbo, un lugar entre el campo (el cielo) y la
ciudad (el infierno). No es ni uno ni otro, pero es la orilla de ambas
geografías.
“El sur”
como autobiografía
El relato dice: "A la realidad le gustan las simetrías y los leves anacronismos",
y ciertamente contiene varias simetrías con la propia vida de Borges.
Además del doble linaje compartido que ya mencioné
(Dahlmann pertenecía a dos linajes, el alemán y el argentino; Borges también contaba
con dos linajes; el inglés y el argentino), abundan las analogías biográficas
sobre todo el texto. La más evidente es Francisco
Flores (padre de Juan) en relación a Francisco
Borges (padre de Jorge Luis).
El padre de Borges murió en batalla, en la guerra
contra Paraguay. Jorge Luis admiró esa muerte a tal punto que la plasmó en el
personaje de Francisco Flores, quien muere con una lanza que le atraviesa el
pecho.
Al igual que el Dahlmann del cuento, Borges sentía
una fascinación casi obsesiva por la “muerte romántica”. Este es el puntapié
inicial para comprender El Sur. El
protagonista es internado en un hospital, donde quizás murió, y esa no era la
muerte que quería para él.
Hay otras similitudes. Borges trabajó también como
bibliotecario y en 1939 sufrió una herida en la cabeza que fue casi mortal.
El uso de
intertextos
Cada uno de ellos se ata a cada uno de los
dos linajes de Juan Dahlmann.
Mientras que el primero representa la identidad
gauchesca y criolla del protagonista, el linaje alemán queda expuesto en el
segundo, que es una traducción del alemán Gustav Weil (fue la primera
traducción íntegra al alemán de la famosa obra de la literatura persa).
Si nos remontamos al argumento de Las Mil y Una Noches, en aquella obra se
habla de un plan para retrasar la muerte, y la chance de cambiar el destino a
partir de cuentos de ficción.
Son relatos que surgen uno del otro, es decir, al
contarse uno de repente surge otro, hasta que termina el primero, como si
habláramos de cajas encerradas en otras cajas. La protagonista, Sherezad
entusiasma al sultán tirano, pero ella interrumpe el relato antes del alba y
promete el final para la noche siguiente. Así, durante mil noches.
Son las ideas más revolucionarias del Martín
Fierro, sin embargo, las que llevan a que Juan acepte el desafío de luchar (lo
que ocasiona eventualmente su muerte).
En el desenlace, Juan se halla frente a una muerte
esperada, merecida y hasta digna del héroe gaucho a quien tanto admira (y quien
tanto desea ser).
Palabras
finales
Vuelvo a esta frase, porque me parece que es la que
resume las ideas del texto. “A la
realidad le gustan las simetrías y los leves anacronismos”.
La simetría se ve entre el personaje de ficción
(Juan) y el real (Jorge Luis). Los anacronismos son una constante en el relato
también, tanto en las situaciones que se presentan (“Dahlmann había llegado al sanatorio en un coche de plaza y ahora un
coche de plaza lo llevaba a Constitución”) así como en el uso de los
intertextos.
Mientras que los intertextos cumplen la función de
representar los dos linajes, “El Sur” es otro símbolo dual, separando
civilización de barbarie, ciudad de campo, vida de muerte y (¿por qué no?)
cielo de infierno.
Análisis aparte merecería el uso de los tiempos
verbales. En el párrafo final, la utilización del tiempo presente tiene un rol
fundamental:
«Dahlmann empuña con firmeza el cuchillo, que acaso no sabrá manejar, y sale a la llanura.»
Este uso del presente genera una sensación de
realidad urgente. Al mismo tiempo, es un cierre ambiguo, apoyado en una frase
imprecisa (“que acaso no sabrá manejar”)
para generar todavía más incertidumbre.
Repito: no es mi favorito, pero puedo entender por
qué Borges estaba tan orgulloso de este texto.
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=>> Otros posts sobre JORGE LUIS BORGES en el blog: “Análisis
de Pierre Menard, autor del Quijote”; “El
anti detective en La Muerte y la Brújula”; “El
jardín de los senderos que se bifurcan, un relato de Jorge Luis Borges”; “Las
ruinas circulares”; “Seis
problemas para Isidro Parodi, una antología de Bustos Domecq”.
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Creo que mencioné que me identifiqué con el concepto de "demiurgo", por Borges.
ResponderEliminarEs un cuento para estar orgulloso. Es magistral la intertextualidad, están bien elegidos los textos leídos por el personaje. Borges ha dedicado un ensayo a los traductores de Las mil y una noche, así que se suma otro detalle en común con su autor.
Tal vez podría haber una interpretación más, teniendo en cuenta otro cuento de Borges, La otra muerte. No sería extraño que Borges haya recurrido al mismo recurso, ya que ha usado en dos cuentos la frase final "Casi con desdén hizo fuego".
En ese cuento Pedro Damián ha sobrevivido a una batalla, en que se comportó como un cobarde. En el momento de su muerte, su deseo es haber muerto en esa batalla, peleando valientemente. Y se le concede, cambiando el pasado, siendo remplazada paulatinamente la memoria de quienes lo conocieron. Y hasta alguien muere por tener demasiados recuerdos de Pedro Damián.
Tal vez Juan Dahlman murió efectivamente por el accidente con la ventana. No se le concedió el vivir, pero si una muerte épica. Explicaría el desafiar a alguien más experto en el cuchillo. Como morir en un duelo con Martín Fierro.
Tal vez se la ha concedido porque al destino le gustan las simetrías.
Saludos.
Excelente aporte, Demi. Confieso, no sin culpa, que no leí "La otra muerte". Será para agendar. ¡Tanto para leer y tan poco tiempo!
EliminarConfieso que he leído todos los cuentos de Borges,pero también que ha muchos de ellos no los he comprendido. Éste es uno de ellos por lo que agradezco con sumo placer su explicación.Siempre me atrajo la fascinación que sentía Dn. Jorge Luis por la muerte en duelo criollo de la mayoría de sus personajes.Fascinación que comparto desde que leí el Martín Fierro allá lejos y hace tiempo en mi añorada juventud, dada mi admiración por el cuchillo como arma de combate absolutamente democrática, puesto que iguala las fuerzas, las edades y hasta la destreza en caso que la fama no estuviera presente y por lo tanto fuera la incertidumbre la que nos llevara a ese hondo bajo fondo llamada curiosidad.Curiosidad que precipita a ambos contendientes a conocer cómo es EL ROSTRO DE LA MUERTE y el coraje de animarse a enfrentarla.
ResponderEliminarMe alegra haber aclarado algunas cosas. El cuento lo releí para hacer esta nota (muchos años después) y vi las cosas un poco más claras. Los textos de Borges se van rebelando (nunca completamente, eso sí) a medida que lees otros de él también. Las piezas del rompecabezas van calzando.
EliminarOjo, no significa que mi análisis/interpretación sea único o verdadero. Es meramente una opinión, un intento de desenredar un poquito el texto.
Como Borges, creo también que es el mejor de sus cuentos. Lo leí de chico y comprendí sin demasiada profundidad que era muy bueno, cuando lo releí pasados unos cuantos años, me fascinó. Creo que resume esa búsqueda de Borges de la "identidad Argentina" en lo criollo, en los gauchos, en los orilleros. Es búsqueda era interior, y hacia el pasado. El cuento puede interpretarse de muchas maneras, por ejemplo, como un viaje "real" en tren hacia el pasado.
ResponderEliminarNo me acuerdo cómo era la frase exactamente, pero en un momento dice algo asi como "cruzar la Avenida Rivadavia es entrar en el pasado" esa frase me marcó siempre. En un momento viví en el noroeste del Conurbano, y desandaba toda la zona "norte" de capital, y cruzar caminando Rivadavia para mi era eso, ver casas viejas, empedrados,cosas que en la zona norte ya habían sido reemplazadas. ¡Y eso que él escribió eso 60 años antes de mis caminatas!
Abrazo!
¡Uf, gran aporte! Como no vivo (ni quiero vivir) en Buenos Aires, esos detalles se me pasan normalmente. Entiendo igual cómo uno se siente identificado cuando la literatura muestra, en alguna forma u otra, los lugares donde uno transitó su infancia.
Eliminar¡Saludos!
Muy buenas, estimado:
ResponderEliminarMe alegro mucho por haber encontrado este blog que me parece un gran hallazgo. También me parece un motivo de entusiasmo ver que tu nacionalidad es uruguaya, ya que no es tan común hallar buenos contenidos originados por compatriotas.
Te envío mis saludos y te invito a visitar mi blog, que trata acerca de recomendaciones para perfeccionar la redacción (redactarmejor.blogspot.com). Ojalá resulte de tu agrado.
Desde ya, soy un nuevo seguidor de este espacio.
Saludos.
Todo nuevo seguidor es siempre bien recibido por acá. Como siempre le digo a los nuevos, este es un blog sobre vicios personales, donde publico exclusivamente las cosas que a mí me gusta leer en otros lados, ja. Es un poco cínico, pero no vas a encontrar religión, política o futbol porque son cosas que no podrían importarme menos. Sí hay videojuegos, cine, animé, literatura, comics y demás.
EliminarGracias por pasar, espero que confesar esto no te espante: no soy uruguayo, sino argentino, si bien conocí mucha gente de Uruguay, a quienes considero hermanos.
Sin ir más lejos, quizás te interese darte una vuelta por esta nota, donde entreviste a un uruguayo viviendo en Irlanda:
http://viajarleyendo451.blogspot.com.ar/2015/09/con-el-espiritu-inquieto-un-uruguayo.html
¡Abrazo!
PD: ahora me recorro tu espacio también. =)
Buenas hágame un favor que valores resalta el texto de sur si me puede ayudar
ResponderEliminarCreo que el que muere en una batalla fue el abuelo de Borges en vez de su padre Francisco. Una pequeña apostilla, todo lo demás es una maravilla.
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