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jueves, 14 de julio de 2016

El anti-detective en “La muerte y la brújula”


Jorge Luis Borges escribió sólo un puñado de relatos policiales a lo largo de su trayectoria, pero ninguno estuvo desprovisto de un gran impacto. Sea El jardín de senderos que se bifurcan (que reseñé en el blog) o Abejacán El Bojarí, muerto en su laberinto, sean sus relatos policiales co-escritos junto a Adolfo Bioy Casares (Seis problemas para Isidro Parodi), todos sus cuentos detectivescos tienen algo que los vuelve particularmente interesantes.

De todos ellos, La muerte y la brújula es uno de los que siempre me fascinó. En esta nota quiero repasar por qué considero a este texto como un relato del anti-detective, donde los roles del investigador y el criminal se invierten para dar con una historia original e innovadora.

El relato fue publicado por primera vez en la revista Sur (mayo, 1942) y luego en la famosa colección de cuentos Ficciones (1944).

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OH, SÍ. Este post tiene Alerta de Spoilers. Si no leyeron La muerte y la brújula, les recomiendo que lo hagan antes de continuar leyendo. Es cortito y hay, literalmente, miles de sitios con el texto completo. Uno de ellos es éste.


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«De los muchos problemas que ejercitaron la temeraria perspicacia de Lönnrot, ninguno tan extraño (…) como la periódica serie de hechos de sangre que culminaron en la quinta de Triste-le Roy (…). Es verdad que Erik Lönnrot no logró impedir el último crimen, pero es indiscutible que lo previó


La historia, a grandes rasgos, nos introduce al detective Erik Lönnrot, un “razonador puro, un Auguste Dupin” (es Borges, así que el texto está colmado de intertextos). En una ciudad sin nombre –que parece una mezcla de la geografía de Buenos Aires con el estilo de vida francés– se están cometiendo una serie de asesinatos, el tres de cada mes, en un punto cardinal distinto. Además, el presunto asesino ha estado dejando inscripciones que atan cada asesinato con cada una de las letras de un nombre.

Luego del tercer asesinato (del cual, sobre el final, nos enteramos que fue sólo un simulacro) la policía se convence de que no habrá un cuarto crimen, porque los tres anteriores forman un triángulo equilátero perfecto. Lönnrot, suponiendo que las letras de las inscripciones se refieren al tetragrámaton (las cuatro letras, en hebreo, que identifican al Dios de los judíos) sospecha que, en lugar de un triángulo, se formará un rombo. Así, se presenta el día indicado en el lugar donde debería ocurrir el último crimen.

El detective logra resolver el misterio de los cuatro asesinatos a través de un prodigioso acto de puro razonamiento, interpretando textos rabínicos y esotéricos, separando patrones y pistas en el modus operandi del criminal y utilizando una serie de compases. Todo esto, sólo para descubrir que el cuarto asesinato era, en realidad, el suyo.

Borges utiliza una estructura clásica de historias de detectives, pero invierte su significado. El criminal (Scharlach) ha creado un falso misterio, elaboró cuidadosamente todas las pistas para resolverlo, y finalmente le explicó el enigma al detective, antes de matarlo.

Una cantidad innombrable de críticos y fanáticos han tomado La muerte y la brújula para estudiar sus símbolos (el compás, el número 3, el número 4, el tetragrámaton, los arlequines, los laberintos), sus intertextos, sus simetrías, el uso de los colores, las famosas paradojas griegas a las que hace referencia y, en definitiva, para decodificar uno de los textos más complejos de Borges.


Hay quienes ven en el cuento el desdoblamiento y la dualidad del ser. Otros lo ven como un gran laberinto donde las diferencias entre lo real y lo ilusorio se presentan difusas. Un aspecto muy relevante de la historia se refiere a la religión y al misticismo judío. También aparecen elementos de la Grecia clásica, como la concepción del laberinto y la paradoja de Zenón de Elea (Aquiles y la tortuga).

Todos estos elementos disfrazan una trama policíaca que es, por detrás, una historia de venganza en la que el cazador acaba siendo cazado. Cuando la verdad es revelada, aparece como un gran engaño, una trampa. Scharlach juega con Lönnrot. La pretendida sagacidad de este último termina por ser fatal.

Me encanta como Borges utiliza estructura tradicional dándole un inesperado giro. La habilidad para razonar del detective lo llevó a seguir pistas falsas, patrones que no eran tales. El detective, canchero, pedante, agrandado, no entendió nada… quedó como un tonto. El villano gana.

Nosotros (como lectores) también caemos en la trama, “muriendo” en la quinta de Triste-le-Roy. La elección está presente, pero en lugar de aceptar la rudimentaria explicación del simplón Treviranus y el resto de la policía, preferimos aventurarnos a confiar en la sagacidad del investigador, caminando, junto a él, hacia un simbólico suicidio. Terminamos siendo, de alguna manera, tan arrogantes como él.

Borges siempre fue un creador de textos que son laberintos, y en La muerte y la brújula construye uno a medida de un lector soberbio. Las señales que indican que es todo una trampa están presentes, incluso desde los primeros párrafos. Esto es lo que más me gusta de releer textos de este autor. Sus claves están siempre a luz, a simple vista. Elegimos no verlas porque queremos ser engañados, como espectadores de un show de magia.


Esta ficción del anti-detective de Borges ha influenciado, sin duda, a muchos escritores modernos. Hoy no es tan raro ver, por ejemplo, películas donde el villano planeó todo desde el principio (y termina ganando). Estoy pensando en Siete Pecados Capitales (1995), toda la saga de El juego del miedo (a la que le dediqué todo un post), Chinatown (1974), Los Sospechosos de Siempre (1995), definitivamente Dr. Strangelove (1964) y –¿por qué no?– hasta esa maravilla llamada Watchmen, entre tantas otras.

Me encanta La muerte y la brújula, y no por nada ha sido incluido en cuanta antología de cuentos policiales existe. Una obra absoluta que deconstruye el género del detective y dio pie a historias más surrealistas y complejas que sus compañeros Edgar Allan Poe y G.K Chesterton (a quienes parodia e invierte a pesar de haberles tenido mucho estima).

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7 comentarios:

  1. Me atrevería decir que está latente la idea del demiurgo, que sería el criminal al crear una escena, un misterio falso para llevar al detective a la trampa final.

    Y creo que no es casual que Borges haya leído los relatos de Sherlock Holmes, tanto para dedicarle una poesía. Y Holmes ha defenestrado, en Estudio en escarlata, a Dupin, lo que Lönrok aspira a ser, tratandolo de macaneador. Erik Lönrok comete un error que Holmes no habría cometido, de ir a una escena del cuarto crimen, sin apoyo. Y tampoco un buen lector de policiales habría cometido ese error.

    Interesante entrada.

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    1. Gran aporte, Demi. Gracias por estar siempre al pie del cañón, como un terrorista de la pluma, y un dios creador de opiniones.
      Te saludo sabiendo que es MUY viernes.

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  2. Espléndido.
    Ficciones es un libro impresionante, tiene de todo.
    En cuanto a los policiales de Borges, recuerdo que me gustó muchísimo cuando leí "Emma Zunz" ¿se escribe así?, que no está en Ficciones, creo que en el Aleph.
    Aunque llevado a la realidad de nuestra época la trama quedaría medio obsoleta debido a los avances de la ciencia y a as investigaciones forenses.
    También recuerdo que hay un guión de Sasturain para la historieta Perramus, donde Borges realiza un trabajo de investigador similar al personaje de "La muerte y la brújula"
    http://frodorock.blogspot.com.ar/2014/09/el-viejo-literatura-ilustrada-ii.html
    Está muy bien que hayas nombrado a Poe y a Chesterton, claras influencias de Borges. Y las películas que citas son todas fenomenales. Y si, en esos casos a uno le gusta quese invierta el cazador y el cazado.
    Hablado de eso, revisá una frase que escribiste al respecto (después del párrafo de Zenón de Elea), ¡teléfono del Dr. Freud! jajaja

    Abrazo!

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    1. Corregido el acto fallida (ja, muy gracioso). Me paso por el post y lo comento.
      ¡CHE! No leí Emma Zunz (shame... shame....) el lunes a primera hora (en la ofi) lo leo.
      ¡Gracias por pasar!

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