– ¡Bang!
Moriste –había gritado Sergio Martínez.
– ¡Le erraste como por 30 kilómetros! –exageré
yo, con no más de 8 años y una voz particularmente aguda.
– ¡Bang, bang! ¿Y ahora?
– Tampoco me diste. Me agaché –respondí–. Esquivé
la bala.
– ¡No seas tonto! No se puede esquivar una bala. Si
estás muerto, estás muerto.
– ¡Claro que se puede! Batman y Superman las
esquivan.
– ¡A Superman le rebotan! –objetó Sergio–. Y lo que
decís no tiene sentido. ¡No sabés jugar! Si te disparo, tenés que quedarte
tirado.
– ¡Pero si yo la esquivé! –me quejé–. Además, soy
el capitán. Tengo tres vidas, así que me tenés que matar tres veces.
– ¡Yo así no juego más!
Aquellos
eran los días en el verde Parque Central, o cualquier tarde en la calle de
mi cuadra. Corríamos por las veredas como una avalancha infantil, gritando,
saltando, riendo. Mi ametralladora era de plástico. Sergio solía usar un pedazo
de tronco que había tallado con un cuchillo durante semanas. El gatillo era un
broche sacado de la soga para tender la ropa.
Los chicos con un poco más de dinero compraban
revólveres a cebita, que hacían estallar en las guerras de barrio mientras nos
apuntábamos unos a otros. Era injusto, claro. Las balas de cebita dolían más
que el aire que yo podía descargar al son de “Ra ta ta ta ta ta ta ta ta”. Las
disputas eran cosa de todos los días. Surgían ágiles, cortas y violentas, pero
terminaban en un minuto, tan rápido como habían florecido.
A veces las cosas se salían de control. Era la
interminable discusión para determinar quién tenía razón. La sangre salía por
la nariz del perdedor como símbolo del derrotado. El afligido tragaba los mocos
y se retiraba con un “se lo voy a contar a mi papá” acompañado de una venganza
jurada. Era parte importante de la existencia de un niño salvaje, siempre
entusiasmado, siempre activo, nunca aburrido.
Aunque mi cuerpo había crecido, por dentro seguía
siendo un pibe. Me estiré y alargué hasta el metro ochenta; desarrollé cuerdas
vocales graves y potentes. Mis músculos se endurecieron, las líneas de la
mandíbula y de los ojos se volvieron más marcadas. Pero mi cerebro nunca
manifestó rasgos de haber crecido con la misma armonía. Mi inmadurez era prueba
fehaciente de aquello. Con 46 años a cuestas, seguía metiéndome en problemas.
Todo en mí estaba verde aún, repleto de altos robles de verano.
Durante esos segundos frente a mi amigo de la
infancia, súbitamente empecé a darme cuenta de todo. Sergio “Maravilla”
Martínez tenía razón; yo era el tramposo. No merecía que le hiciera sangrar la
nariz a golpes. Al fin y al cabo, yo nunca esquivé su bala. No se puede
esquivar una bala.
El plomo jamás dejó de dirigirse directamente hacía
mí, solo le tomó algunos años más en alcanzarme.
¡Bang!
Estaba muerto.
***
Tengo 45
victorias a cuestas, 28 por knock-out, y dos derrotas que prefiero no contar.
(El árbitro estaba comprado). El boxeo es un deporte de impacto donde uno tiene
que ser creativo para competir. No hay un set de reglas a seguir. ¡Ojo que no
todo es placentero! Tengo una dieta estricta, entreno dos veces al día.
Empecé bien de abajo –como el que arranca un pozo–
pero el año pasado me alcé con el título nacional de peso
mediano del CMB. Hoy estoy pisando los 50 y sigo repartiendo golpes,
solo que ahora se paga mejor. Mi condición social me permitió ayudar a mi
viejo, que fue obrero toda su vida. Ahora vive en un Palermo Hollywood, ¿qué te
parece? Mamá está contenta, aunque siempre se reza un rosario entero antes de
cada pelea.
A mí, Dios ni me va ni me viene… lo que tengo me lo gané solito,
remándola como quien dice.
“Maravilla” Martínez
es groso, y eso que lo conozco de chico.
No puedo creer que lo tenga
enfrente, arañando para no perder el título. Respira con pesadez. Yo también
estoy bastante nervioso. Pero soy
Ricardo “Aplanadora” Catinelli, el ambicioso, el arrogante, el verdadero héroe
argentino; y estoy convencido que lo voy a dejar tan desfigurado como a los 8
años. Estoy esforzándome al máximo. Además tengo intervención divina de mi
lado… Mamá se va a rezar un rosario entero. Cada golpe va a ser un “¡bang!” sobre su rostro… y cuando salga
campeón, mi viejo me va a decir “grande
pibe… ¿nos tomamos una cerveza para festejar?”.
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=>> Los últimos CUENTOS del blog: “No
más de once”, un evento trágico bajo la mirada de distintos testigos; “La
distorsión en el espejo”, una visita a una adivina con consecuencias
reveladores y “Instrucciones
para aconsejar a través de frases”, un homenaje al gran Julio Cortázar.
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Muy bueno, me encantó escribís muy bien felicitaciones !!!
ResponderEliminar¡Puf! Se agradece...
EliminarAbu 7de marzo de 2014
ResponderEliminarfelicitaciones !!! siempre me leo algo antes de dormir, tus cuentos me encantan -
¡¡Gracias, Abu!!
EliminarBuenísimo, Luciano, muy bien narrado!
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