Durante una semana realicé con dos amigos (
Santiago y
Christian) el viaje más particular de mi vida: recorrimos las
montañas de El Bolsón, visitando glaciares, cascadas, lagunas y bosques, conociendo
refugios y viviendo totalmente desconectados del mundo real.
Esta aventurera nota es un intento de destacar los
momentos más memorables, las recomendaciones más importantes y algunas
anécdotas del viaje. Una forma muy chiquita de aportar consejos para quien
quiera realizar una travesía similar.
Así, tal cual está, la subí también a mi perfil de
Viajeros.com.
Día 1 (domingo 4/12) – Salida desde
Bahía Blanca y hostel “Meridiano 71”
Aquel domingo nos levantamos muy temprano y a las 7
y moneditas ya estábamos en la ruta. Santiago
manejaba (es el más adecuado para esa tarea, y muchas tantas otras), Christian dormía atrás (luego de una
noche de recital con su banda) y yo cebaba mate en el asiento del co-piloto.
Hicimos el viaje de un tirón, 11 horas desde Bahía
Blanca hasta El Bolsón. De almuerzo yo había hecho unos sánguches.
La ruta
llovía de a tramos.
Al llegar, nos registramos en
Informes de
Montaña (es obligatorio hacerlo antes de subir a los refugios) y caímos en
la primera trampa de turistas: al lado colocaron una estación de recarga de
cerveza, con muy buena birra artesanal.
Como teníamos ganas de dormir en camas (sabiendo
que nos esperaban varios días de refugios y bolsas de dormir) nos llegamos
hasta un hostel (
Meridiano 71). El
lugar es un toque caro (300$ la noche en habitación compartida por persona)
pero es realmente muy agradable: fogones, gran patio, lindas habitaciones.
Resultó que éramos los únicos clientes de
Ninke,
la piba que no sólo era recepcionista sino que también vivía en el lugar.
Fue una tardecita divertida de comer empanadas,
tomar algo, charlar y ver perros diferentes sobre maderas (#TrueStory).
Hostel Meridiano 71, un pedacito de cielo.
Preparamos las mochilas para la ida y terminamos de definir nuestro itinerario
para los siguientes días, que sería este:
► ITINERARIO
- Estacionamiento en
Chacra Wharton (se deja una colaboración al regresar). (1)
- Salida desde
Wharton hacia Refugio Hielo Azul (primera noche). (2)
- Subida al
glaciar Hielo Azul, con un whisky, claro. (3)
- Salida hacia Refugio
Natación (segunda noche). (4)
- Recorrido por
alrededor del Natación.
- Salida hacia Refugio
Cajón Azul (tercera noche). (5)
- Recorrido por
Refugio Retamal, alrededores del Cajón Azul y Refugio Tronconada.
- Salida hacia Refugio
Playita (cuarta noche). (6)
- Regreso a
Wharton. (7)
Este mapa indica los puntos de referencia
mencionados:
Y acá también hay algunos tiempos
aproximados entre refugios:
Dormimos. A la noche (tipo 5.30 am) estaba mirando
por la ventana y pasó un caballo, muy muy cerquita. Luego del sobresalto (y, en
serio, fue un gran sobresalto) seguí durmiendo.
► POSDATA LITERARIA: mi mochila
tenía un poco de peso adicional. Llevaba algo de material de lectura: “
Primera naturaleza” (
cuentos de Denise), “
Espantapájaros” (de
Oliverio Girondo), una antología de cuentos de
Manuel Peyrou que ya había leído durante mi adolescencia, “
1984” (de
Orwell) y un ensayo interesantísimo de
Aldous Huxley sobre su experiencia con drogas lisérgicas.
Ya habrá posts de todos ellos.
Día 2 (lunes 5/12) – El refugio
Hielo Azul (1300 msnm)
Nos levantamos todos tipo 8.
Ninke se la jugó con un desayuno que incluía dulces caseros del
lugar y pan casero. Para las 10 am ya estábamos en
Chacra Wharton, donde podíamos
dejar el auto y comenzar el recorrido hacia los refugios a pie.
El primer día de caminata es mayoritariamente
cuesta arriba, a través de prados con flora silvestre y bosques. Atravesás
algunos puentes y la subida se vuelve bastante (bastante) intensa. La clave
está en siempre seguir la señalización de chapitas rojas y amarillas (clavadas
en los árboles) para no perderse.
Habían pasado 4 horas con buen ritmo cuando
equivocamos el camino (cerca de la bifurcación entre el refugio
Natación y el de
Hielo Azul). En un momento en el que hay que bajar hacia una laguna
y girar a la derecha (para comenzar una gran bajada) hicimos exactamente lo contrario:
doblamos a la izquierda sin bajar a la laguna.
La verdad es que nos habían dicho que una sección
del recorrido a Hielo Azul no estaba indicada con chapitas, aquel camino errado
tenía un sendero claramente marcado y todo parecía indicar que era hacia ahí.
Luego de 45 minutos de no ver chapitas, nos dimos
cuenta de que estábamos muy errados. Ahí fue donde aprendimos la
gran
lección del lugar: “si no viste una chapita en diez o quince minutos, volvé
sobre tus pasos, te estás adentrando en el bosque por cualquier camino”. En
resumen:
no
seas como el chino.
Nos llevó otros 45 minutos volver, y ahí
encontramos a un grupo de chicas (2 cordobesas y una uruguaya, Valentina) que nos dijeron hacia dónde
ir. Eran, literalmente, las primeras personas que cruzábamos desde que
arrancamos el viaje.
Una hora más tarde –avanzando por el rumbo
correcto– llegamos al
refugio de Hielo
Azul. Eran las 16 p.m. y habíamos estado caminando unas 7 horas
aproximadamente.
Si bien me sentía cansado, no estaba tan derrotado
como lo estuve al subir los
Tres Picos
(hablé sobre ello
en
esta nota).
Recordamos que Ninke
nos había contado que llegó a uno de estos refugios unos meses atrás, con nieve
que pasaba sus rodillas. Una locura. Según nos contó, fue en Lago Natación (al que fuimos después), y cuando llegó no había nadie más que los gatos.
Refugio Hielo Azul. Detrás, el infinito.
Por suerte, en nuestro caso nos atendió Juan. El pernocte (300$) da derecho a
colchón bajo techo, cocina y duchas. Hay birra artesanal y comidas, pero todo
tiene un costo bastante elevado (y la cerveza no es de lo mejor). El lugar es
hermoso, con una imponente vista de las montañas de cumbres nevadas.
Ese día charlamos con varios que estaban en el
lugar: Florencia (la psicóloga/DT) y
su hermano Fran (un payamédico muy
particular y adepto a la cultura zen), un flaco argentino (Tony) con su novia francesa (Marie)
y algunos otros más.
La noche se fue cerrando entre fideos con salsa,
mates, charlas y un intento fallido de fogón. Se durmió bien, con el calor de
las salamandras abrigando nuestros cuerpos.
Día 3 (martes 6/12) – Glaciar
Hielo Azul (1700 msnm) y refugio Natación (1550 msnm)
Una de las señales de que me estoy poniendo viajo
es que duermo cada vez menos. En este caso, me levanté solito a las 7.30 a.m.,
pero viendo que no había nadie levantado (y que la salamandra estaba apagada) volví
a dormir hasta las 9.
Esa mañana organizamos la subida al
Glaciar Hielo Azul
entre varios de los que estábamos. Éramos nueve: nosotros tres,
Marie y
Tony,
Juan y
Lucas (dos flacos que arrancaban a
laburar en el refugio) y dos más que conocimos en el camino y se sumaron (
Eduardo y
Martín, a quienes volveríamos a encontrar sobre el final del viaje).
El camino es difícil pero muy disfrutable, y el
lugar es precioso. Realmente vale la pena. Un consejo que nos dio Lucas (y que yo apliqué) es “caminá como viejo para llegar como joven”.
Entre ascenso, estadía y descenso nos llevó unas cuatro horas. Lo bueno es que
no se precisa llevar mochilas, porque dejás todo en el refugio y se vuelve por
el mismo camino. Hay unas marcas de pintura que hay que ir siguiendo.
En la base del Glaciar Hielo Azul, a unos 1700
msnm, nos tomamos un whisky con hielo suministrado por la naturaleza. El
festejo perfecto.
Durante la bajada se me rompió el palo que me venía
acompañando desde el inicio del recorrido. La verdad es que lo dejé caer
tontamente (y con fuerza) al suelo. (-.-)
De vuelta en el refugio,
Marie nos dijo que nos iba a reservar en el hostel
La Casona de Odile (que, supuestamente,
se
las trae) ya que ellos comenzaban a bajar hacia allá. Ella y
Tony llegaban el miércoles a El Bolsón,
nosotros el viernes. (Spoiler alert: esa reserva nunca sucedió. Pero no nos
adelantemos.)
Glaciar Hielo Azul, un whisky y buenos amigos.
Almorzamos afuera con los hermanos
Fran y
Flor (un arroz con salsa de lujo) y nos tiramos un rato al pasto
antes de comenzar el ascenso hacia el
refugio Lago Natación,
nuestra próxima parada. Está a unos 1550 msnm y muy próximo al Hielo Azul (45
minutos caminando).
Habremos llegado alrededor de las 17 hs. El lugar
es muy lindo, con un bosque de lenga precordillerano que rodea la laguna de
alta montaña. Es bastante ideal para los amantes de la fotografía. Dormir en el
refugio cuesta 250$.
En el refugio estaba Samuel, un morochón bastante joven (y, a mi parecer, un poco
agreta). El lugar es mucho más agreste que el de Hielo Azul. Me pegué mi primer
baño cordillerano y me recibió una araña gigante al lado de la ducha.
Lago Natación, un espejo vibrante.
Aquella tarde resolvimos el misterio de los gatos en
invierno (les dejan 20 kilos de comida dentro de los refugios). Había un gato
en Hielo Azul y dos en Lago Natación.
Por la noche hicimos una guitarreada con unos
cordobeses y nos sacamos las ganas de hacer un buen fogón.
Día 4 (miércoles
7/12) – El anfiteatro de Natación y refugio Cajón Azul (550 msnm)
Una vez más, me levanté tipo 7 pero hacía mucha
frío y volví a dormir. Se durmió poco igual, un serbio que tenía cerca roncaba
como un endemoniado. Se lo dije esa mañana y se cagaba de risa.
Nos levantamos todos los que estábamos más o menos
juntos (seríamos unas diez personas). El desayuno fue ligero: mate y
galletitas. Con
Santiago y
Christian salimos a recorrer el
anfiteatro y la cascada, que quedaban cerquita.
Arrancamos a caminar hacia el
refugio del Cajón
Azul, el principal de aquella zona de las montañas, tipo 13 hs. Hicimos una
hora de caminata tranqui por un sendero de bosque y clavamos almuerzo en el
arroyo. Ahí sabíamos que arrancaban tres horas de bajada (muy) fuerte.
Finalmente, arribamos al Cajón Azul tipo 16.30 hs,
muertos, hechos una sopa, y con una herida de guerra (mi pantalón se encontró
con una rama ingrata. Un poco de hilo y aguja lo solucionó parcialmente). Tomamos
unos mates y –casi automáticamente después– una birra que resultó horrible (no
garpan las birras caseras de los refugios). En particular, aquella cerveza
del Cajón Azul parecía sidra vieja que se cayó al suelo y la juntaron con un
trapo mugriento. Un asco.
Lo que es peor, Eduardo –el flaco que habíamos conocido en Hielo Azul– nos indicó
que no la tomáramos (incluso antes de comprarla).
El refugio (que atiende Atilio, un poblador que se estableció allá hace años) es el más organizado
y completo de todos. También es el más costoso (350$ el pernocte). Ahí me pegué
un baño histórico, en unas duchas que eran un placer.
Mientras comíamos una picadita (salamín y
aceitunas) y jugábamos una partida de cartas (“Predicciones”) se acercó una
francesa que fumaba tabaco como si no hubiera mañana. Aportó un vino y le
enseñamos a jugar. También cayó Mariano,
un flaco de Trelew, con tortas fritas caseras que había hecho él mismo. Se puso
a charlar con nosotros mientras nos veía jugar, pero rápidamente se puso medio
cargoso (y durante el resto de la noche no entendió nunca que era hora de
despegarse).
El Cajón Azul... y tres idiotas que lo visitaron.
La cena fue una pizza increíble que nos hizo Atilio
y una botella de vino. Por la noche jugamos algunos juegos con la gente que
estaba por ahí y nos fuimos directo al sobre.
Día 5 (jueves 8/12) – Refugio
Retamal (755 msnm), Cajón Azul y el (olvidable) refugio Playita
Alrededor de las 10 hs salimos a conocer el
Refugio Retamal. Es
hermoso, sin duda el más lindo que vimos, y uno de los más recientes. Nos gustó
tanto que nos dio lástima no poder quedarnos. (Igual, la birra tampoco era
buena).
Refugio de El Retamal.
A la vuelta equivocamos el camino (una vez más) y
una hora más tarde nos dimos cuenta de que estábamos yendo, sin querer, para el
Refugio Laguitos.
Recuperamos el rumbo y fuimos hasta el Cajón del Azul, donde
Santiago se dio un chapuzón en el agua
helada y yo me limité a mojarme los piecitos.
La caminata fue
intensa. Varias horas más
tarde (a las 16 hs) volvimos al refugio para enfiestarnos con un buen plato de
fideos. Luego de relajarnos durante una horita (yo aproveché a tocar un rato la
guitarra de los cordobeses) apareció
Valentina,
la acelerada petisa que habíamos cruzado en el refugio Hielo Azul cuando
estuvimos perdidos.
La Tronconada no me gustó en la más mínimo. Lo
encontré desprolijo y demasiado (demasiado) hippie. Además, hay un puente de
dudosa seguridad que hay que cruzar para llegar.
Seguimos un poco más hacia
abajo y llegamos hasta el
refugio Playita que,
si bien es muy bonito, tampoco me convenció del todo.
Playita está unos 30 minutos de caminata desde el refugio
del Cajón del Azul, por el mismo sendero. Está rodeado de bosques de coihues y
cipreses (aparentemente, no soy biólogo) y –como su nombre lo indica– tiene una
playita.
Al ser el más cercano al Bolsón, se llena bastante
de gente del pueblo que viene a pasar el día o a hacer camping. Se comenta por
ahí que alguna vez se vieron OVNIS y duendes. (¿?).
Personalmente, a mí el lugar me pareció malísimo.
No hay una cocina disponible (para pedir utensilios, ollas, o lo que sea, tenés
que tocarle la puerta a los refugieros, que te miran con mala cara) , no te
atienden bien, te apagan constantemente las luces, no te dan bola cuando pedís
cosas, no hay buenas comodidades, tienen un único baño a 30 metros (y subiendo
una colina), etc. Con los chicos nos arrepentimos totalmente de haber ido. El
pernocte cuesta 250$. Por unos pesos más y media hora de caminata, te vas hasta
el refugio del Cajón Azul y no le errás.
Resultó que ahí también estaba un ex alumno mío (Christian Zurlo), un pibe piola que nos
invitó los fideos que le sobró a su grupo. Más tarde, en la noche, fuimos con
él a escuchar cómo un flaco (Germán)
tocaba la guitarra y cantaba. (No era la gran cosa.)
Por la noche comimos, terminamos el whisky que
quedaba, jugamos unas partidas de Predicciones y nos fuimos a dormir. La verdad
es que el lugar es absolutamente olvidable y ni siquiera vale la pena parar
ahí.
Día 6 (viernes 9/12) – Cerveza,
jazz y bares en El Bolsón
Recuerdo que me levanté ese día todavía odiando
bastante aquel refugio Playita. Sigo convencido de que es totalmente
innecesario visitarlo. Nos levantamos tipo 9, tomamos unos mates y salimos. No
sin antes intentar convencer a una de las refugieras (Zoe) de que dejara a su tarado novio hippie de 40 años (¡40 años!)
con el que claramente se vivían peleando y se fuera al casamiento del hermano
que vive en España. Espero haberla convencido, porque está desperdiciando su
vida en ese lugar.
Partimos hacia Chacra Wharton con más fuerzas de
las que teníamos en los primeros días (sorprendentemente). La caminata fue muy
tranquila. Hay un par de subidas que son DURAS, pero en tres horitas ya
estábamos abajo y fue más disfrutable de lo que habría esperado. Llegamos más o
menos al mediodía.
El regreso a Chacra Wharton.
Ya en El Bolsón, almorzamos una hamburguesa
TREMENDA en “
Los
lúpulos”, recorrimos un poco la Feria de Artesanos y buscamos algún hostel.
La Casona de Odile estaba llena (
Tony y
Marie nunca nos hicieron la reserva) así que al final terminamos en
La Casita del Árbol, que estaba muy
céntrico y nos agradó bastante. Las piezas compartidas costaban 220$.
Fue muy loco cómo empezaron a caernos todos los
mensajes acumulados en una semana de ausencia: whatsapp, Facebook, e-mails,
mensajes. Personas que querían saber si estábamos vivos, si tenían que borrar
nuestro historial de Internet. En mi caso, me cayeron varias consultas de
alumnos y algunas interesantes novedades literarias (que ya iré comentando en
el blog con tiempo).
Aproveché un momento de relax en el hostel para
ponerme al día con todos esos temas.
En el hostel empezaron a caer varias personas que
ya habíamos conocido en la montaña. Por ejemplo, Eduardo y Martín, que
estaban organizando un asado para toda la gente del hostel. También estaban
Valentina con su novio y conocimos a una chica neuquina (Natalia) que había bajado desde Laguitos en un día (¡son como 10
horas caminando!).
La tarde se pasó entre mates, intercambios de fotos
y anécdotas. Después salimos a caminar por el centro, nos cruzamos con una
banda de jazz muy copada que tocaba al aire libre y caímos al
Patio
Cervecero (donde
sí había, finalmente, cerveza artesanal en serio).
El mozo se nos cagaba de la risa porque habíamos pedido una ensalada. En el
lugar tocaba una banda de jazz y rock medio psicodélico.
Nuevamente en el hostel, tipo 23 horas, todos
estaban de asado y se vivieron situaciones intensas cuando Sergio, el dueño, se puso muy mala onda y empezó a cagarnos innecesariamente
a pedos. Después de que Santiago
deslizó, con astucia, que todos podíamos dejar malas críticas del lugar en
diferentes sitios, a Sergio le cambió la cara y quiso disculparse (pero ya era
tarde). El colmo: ¡en un intento de disculpa nos abrió dos repugnantes Brahmas!
La noche se cerró con una visita al bar de los
bolsoneros (
Sol
Music Bar) donde tocaba una banda bastante mediopelo. El día fue realmente
muy disfrutable y hasta tuvo cierta poesía reencontrarnos con un montón de
personas que habíamos cruzado días atrás en los refugios. El cierre de viaje ideal.
Día 7 (sábado 11/12) – Regreso y
noche de asado en Neuquén
Es posible que me haya levantado (alrededor de las
9) con un poco de resaca. En el desayuno charlé con una española y su novio
afroamericano. Ella leía
Someone flew
over the cucko´s nest. Yo sólo vi la adaptación protagonizada por
Jack Nicholson (
hablé sobre ella en esta
nota).
Alcanzamos a
Natalia
hasta la base del
cerro
Piltriquitrón y salimos a comprar algo de comida y regalitos en la Feria de
Artesanos. Así, finalmente emprendimos el viaje de regreso. Hicimos noche en
Neuquén (donde tengo a mis viejos) para aprovechar un asado de sábado a la
noche que, convenientemente, había organizado de antemano.
Unas palabras finales
A los que me leyeron hasta acá: ¡gracias! El
resumen de lo que quiero decir es que quien disfrute de la naturaleza, el
trekking y la ausencia de celulares, este tipo de viaje es perfecto. Yo quedé
maravillado con los paisajes, con la gente, con los refugios, con aquel
particular estilo de vida.
No es necesario ser un atleta para hacer lo que
hice. De hecho, quienes me conocen saben que tengo el peor estado posible, me
canso de respirar, de subir escaleras. Y, sin embargo, el gozo de caminar entre
cascadas, senderos, rocas, puentes y bosques es enorme.
El Cajón Azul.
Nos quedamos con ganas de volver, de recorrer otros
refugios (Laguitos es una gran cuenta pendiente ahora) de seguir charlando con
la gente. Nos quedamos con ganas de repetir algunos lugares y conocer otros
nuevos, y me parece que es genial que sea así. Cuando hacés un viaje, siempre
tienen que quedarte cosas que te inspiren a volver.
“Una vez que has viajado, la
travesía nunca termina, sino que es recreada una y otra vez a partir de
vitrinas con recuerdos. La mente nunca puede desprenderse del viaje”. – Pat
Conroy
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